27/5/12

NÍOBE

Una de las figuras más trágicas de la
mitología griega es la reina Níobe. Era
hija de Tántalo, quien había sido
condenado en los Infiernos a sufrir
eternamente de hambre y sed por
haber robado la comida de los dioses.
Níobe, hermana de Pélope, se había
casado con Anfión, un gran músico
que había ayudado a construir las
murallas de Tebas atrayendo a las
rocas con el sonido de su lira. Los dos
esposos llegaron a ser reyes de esta
ciudad.
Níobe tenía un gran motivo de orgullo.
No era por su belleza, aunque era
hermosa, ni por la habilidad de su
esposo, ni por su reino ni por sus
posesiones. Había dado a Anfión siete
hijos y siete hijas, todos de gran
belleza, y en ellos basaba toda su
felicidad. Habría podido vivir una larga
vida de dicha, pero sus palabras de
orgullo trajeron la desgracia a su casa.
En una ocasión, cuando se celebraban
los ritos de adoración para Latona y
sus dos hijos, los dioses Apolo y
Artemisa, la reina Níobe dijo a quienes
la rodeaban:
-Qué tontería es el adorar a seres que
no pueden ser vistos, en lugar de
rendir pleitesía a quienes están frente
a vuestros ojos. ¿Por qué adorar a
Latona y no a mí? Mi padre fue
Tántalo, quien se sentó a la mesa de
los dioses. Mi esposo construyó esta
ciudad y la gobierna. ¿Por qué preferir
a Latona? Yo soy siete veces más
dichosa, con mis catorce hijos,
mientras ella tiene solamente dos.
Cancelen esta ceremonia inútil.
El pueblo de Tebas la obedeció, y los
rituales quedaron incompletos. Pero
Latona había escuchado las palabras
de Níobe, y ssu venganza no se hizo
esperar. Llamó a sus hijos Apolo y
Artemisa, les repitió las palabras de
Níobe y los envió a castigar el orgullo
de esa mujer.
Ocultos por las nubes los dos dioses
pusieron pie en las torres de Tebas.
Frente a la ciudad se celebraban
juegos atléticos, en los que
participaban los hijos varones de
Níobe y Anfión. Apolo tomó su arco y
sus flechas, y uno a uno mató a los
jóvenes. El menor de ellos, el único
que quedaba, gritó al cielo: -
¡Perdonadme, oh dioses! -Apolo quiso
respetar su vida por su ruego, pero la
flecha ya había abandonado su arco y
el muchacho cayó muerto.
Advertida por los gritos de la gente,
Níobe llegó al campo donde se
encontraban los cuerpos de sus hijos.
A su alrededor estaban sus hijas, que
compartían con ella su dolor. Pero una
a una, ellas también fueron cayendo
sin vida, por los dardos lanzados por
Artemisa.
Abrazando a la más pequeña, mientras
las demás yacían a su lado, Níobe gritó:
-¡Dioses, dejadme al menos una! -Pero
fue inútil, pues pronto la niña se
desplomaba con una flecha en su
pecho.
Al ver a sus hijos muertos, Anfión se
enfureció. Se dirigió al templo de Apolo
e intentó prenderle fuego, pero el dios
lo abatió con sus flechas. Níobe tomó
en sus brazos el cuerpo de la más
pequeña de sus hijas y huyó
enloquecida a Asia Menor. Los restos
de su familia permanecieron insepultos
durante nueve días, pues los dioses
habían transformado en piedra a los
habitantes de Tebas. El décimo día, los
propios dioses les dieron sepultura.
Níobe vagó con el cadáver de su hija
hasta llegar al monte Sípilo. No pudo
avanzar más, pues su dolor no le
permitía moverse. El viento no agitaba
su cabello, sus ojos quedaron fijos en
el rostro de su hija, la sangre dejó de
fluir dentro de ella. Se transformó en
una roca, pero sus ojos siguieron
vertiendo lágrimas que dieron origen a
un manantial.
Existe otra doncella de nombre Níobe,
que era la primera mortal con la que se
unió Zeus, pero esa es otra historia.