16/5/12

Leyenda de las Cataratas de Iguazú

Cuenta la leyenda que, en el comienzo
de los tiempos, habitaba el río Iguazú
una enorme y monstruosa serpiente,
un dios guardián hijo de Tupá, cuyo
nombre era Mboí (víbora en idioma
guaraní). Los Caigangues – tribu de
guaraníes de la región– debían, una
vez por año, sacrificar a una bella
doncella y entregársela a Mboí,
arrojándola al río, que por ese
entonces circulaba mansamente.
Para la ceremonia se invitaba a todas
las tribus guaraníes, aún a las más
alejadas. Fue así que llegó, al frente de
su tribu, un joven cacique cuyo
nombre era Tarobá.
Al conocer a Naipí, la hermosa
doncella que ese año estaba
consagrada al sacrificio, se rebeló
contra los ancianos de la tribu y en
vano intentó convencerlos de que no
sacrificaran a Naipí.
Ante la negación de los ancianos y
para salvar a su amor de tan cruel
destino, sólo pensó en raptarla y la
noche anterior al sacrificio cargó a
Naipí en su canoa e intentó escapar
por el río. Pero Mboí, que se había
enterado de esto, se puso furioso y su
furia fue tal que, encorvando su lomo,
partió el curso del río formando las
Cataratas, atrapando a Tarobá y a
Naipí.
Cubiertos por las aguas, la
embarcación y los fugitivos cayeron de
una gran altura, desapareciendo para
siempre. Pero, temiendo Mboí que el
amor de los jóvenes los uniera en el
más allá, decidió separarlos para
siempre.
Naipí fué transformada en una de las
rocas centrales de las cataratas,
perpetuamente castigada por las aguas
revueltas, y Tarobá fué convertido en
una palmera situada a la orilla de un
abismo, inclinada sobre la garganta del
río.
Luego de provocar todo este estrago,
Mboí se sumergió en la Garganta del
Diablo, desde donde vigila a los
amantes, impidiendo que vuelvan a
unirse. Sin embargo en días de sol, el
arco iris supera el poder de Mboí y
une nuevamente a Tarobá y a Naipí.