Hildegard Von Bingen fue sin duda una
de las mujeres más extraordinarias de
la Edad Media europea. Hildegard
nació en Bemersheim (Alemania) en el
valle del Rin, el año 1098 (o 1099), en
el seno de una familia noble alemana.
Fue la menor de diez hijos, por lo que
siguiendo la costumbre de la época
pude decirse estaba destinada a la
Iglesia. Desde muy niña, Hildegard
sufrió visiones que más tarde la propia
Iglesia confirmaría como inspiradas
por Dios. Estos episodios, descritos
por ella misma como “La Luz Divina”, la
dejaban muy mal e incluso la cegaban
temporalmente.
Sus padres preocupados decidieron
entregarla totalmente al convento
benedictino de Disibodenberg, que se
encontraba bajo las órdenes del Abab
Jutta. Él fue quien se encargó
personalmente de la educación de
Hildegard, y así pudo tener un
profundo aprendizaje en latín, griego,
liturgia, música, oración y ciencias
naturales, además de una disciplina
asceta. A los dieciocho años, Hildegard
toma los hábitos benedictinos.
En 1136, Jutta murió y Hildegard, a
pesar de ser muy joven, asumió el
mando del convento y comienza a
escribir sus experiencias.
La “Vida de Hildegard von Bingen”,
obra escrita pocos años después de su
muerte (acaecida en 1179) por el
monje Theoderich von Echternach,
permite aproximarse a su figura que ha
sido considerada como la primera
bióloga alemana, la primera médica y
la primera feminista.
De los nueve libros que escribió,
destacan “Scivias”,de corte místico;
“Liber Vitae Meritorum”, sobre ética; y
“Operatione Dei”, sobre teología. Otro
de sus libros, el “Liber Simplicis
Medicinae” es importantísimo para la
medicina, pues en el se hace un
acercamiento a la ciencia de curar
desde la perspectiva holística,
incluyendo conocimientos de botánica
y de biología. Describe con
minuciosidad las propiedades
medicinales de las plantas y las
virtudes de las piedras preciosas y los
metales. Por ejemplo, el vino jugó un
papel muy importante en sus
tratamientos, y Hildegard recomendaba
beberlo tibio como remedio para la
incontinencia.
De la misma forma, el “Liber
Compositae Medicinae” trata sobre las
enfermedades, pero desde el punto de
vista teórico y explica sus causas y
síntomas.
Pero, Hildegard no sólo se dedicó a
escribir, si no que además compuso
música. Escribió setenta y siete
canciones aproximadamente, y una
ópera “Ordo Virtutum”, por la cual se
ha dicho que la compositora fue más
allá de las normas de la música
medieval y le otorgó un nuevo
lenguaje. Hildegard no fue la única
mujer de su época en escribir música
pero fue la única, o una de las pocas,
que logró mantener la autoría de todas
sus obras, gracias a que supervisó
personalmente la copia de los
manuscritos. Tan audaz acto permite
hoy en día escuchar su música.
También mantuvo una intensa
correspondencia con los personajes
más relevantes de su época, como el
Papa Eugenio-III, Federico-I
Barbarroja o Bernardo de Clairvaux.
Un comité de teólogos de la Sede
Pontificia legitimó sus visiones y sus
mensajes, que para muchos eran
predicciones del futuro, aunque ella lo
negara y dijera que más bien era una
proyección del presente. Tal fue su
reconocimiento, que llegó a ser
conocida como la “Sibila del Rin”. En
este momento, la gente la buscaba
para escuchar sus palabras de
sabiduría, para curarse, o para que los
guiara.
La relación con la Iglesia no fue muy
buena y alcanzó su crisis, cuando
Hildegard y las monjas del Convento
Rupertsburgo que ella había fundado
(se llamó así por un Santo del que ella
escribió la biografía, en el actual barrio
de Bingenbrück, hoy desaparecido)
dieron sepultura en el cementerio de
su convento a un joven revolucionario,
que había sido excomulgado por el
arzobispo. Según la Iglesia el joven no
merecía santa sepultura, pero
Hildegard insistía en que él se había
arrepentido. Se negó a desenterrarlo e
incluso hizo desaparecer cualquier
rastro del entierro, para que nadie se
atreviera a buscarlo.
Este problema le acarreó a Hildegard y
a todas las monjas a su cargo una
prohibición de hacer música. Ella muy
molesta, le escribió al Arzobispo una
carta bastante dura en las que se
lamentaba de la “perdida” que esto
significaba para todo el Rin, y además
amonestaba a la autoridad eclesiástica.
La Iglesia decidió perdonarla y pocos
años después, esta polifacética y
mística mujer murió.
Esta “monja emancipada” fue una
intelectual que logró conquistar
grandes espacios durante su retiro.
Además de escribir y componer,
concibió una nueva imagen de la
mujer. Describió a Dios con atributos
femeninos, algo revolucionario para la
época. Convirtió las debilidades
atribuidas a las mujeres en autoridad y
luchó por la equiparación de los sexos
en cuanto al castigo por los pecados.
No tuvo reparos en pelearse con los
representantes de la Iglesia por estos
asuntos.
En aquellos tiempos, este modo de
pensar era inconcebible. En una época
en la que no había duda de la
culpabilidad de Eva, ella se atrevió a
decir que Eva no había cometido falta,
sino que era una víctima engañada por
Satán, quien envidiaba a la mujer su
capacidad de dar vida. Por si esto
fuera poco, se atrevió a visualizar el
acto sexual como una unión espiritual
que iba más allá de la procreación.
Hubo varias tentativas para
canonizarla, y aunque esto nunca se
llegó a realizar, popularmente se la
reconoce como “Santa” e incluso el
Papa Juan Pablo-II la calificó como
“una mujer santa”.
Bingen, la ciudad que la acogió, atrae
hoy a curiosos de todo tipo:
investigadores, teólogos, esotéricos y
médicos alternativos que visitan el
Museo Hildegard buscando datos, o
recorren los antiguos senderos del
vino y la medicina natural en los
alrededores de Bingen. El Convento
Rupertsburgo fue destruido durante la
Guerra de los 30 años, pero el
Convento Eibingen, otro lugar donde
vivió Hildegard, quedó intacto. Se
encuentra en la otra orilla del Rin, a las
afueras de Rüdesheim am Rheim, una
ciudad que recibe muchos miles de
visitantes más que Bingen. Por ello los
habitantes de Bingen insisten en
subrayar una diferencia: del otro lado
del río queda el estado de Hesse, y de
éste, Renania Palatinado. Además
cuentan con el patronimico de una de
las mujeres más extraordinarias de la
Edad Media, Hildegard von
Bingen