19/5/12

Mi padre es un tirano. Carmen tercera parte

Carmen
Debe de ser muy extraño criarte en
un país en el que las calles principales
de todas las poblaciones llevan el
nombre de tu padre, su foto preside
las oficinas administrativas, los
despachos oficiales, las aulas
escolares, los hospitales; estatuas
suyas a caballo o en pose marcial
adornan las plazas, y los sacerdotes
ruegan por su salud y su alma en
todas las misas. Es como si el país
entero fuera parte del patrimonio
familiar, y todos sus habitantes,
súbditos de tu padre, siervos suyos.
Tu padre hace y deshace a su antojo;
ordena construir una carretera o un
aeropuerto, nombra y depone a los
ministros del Gobierno, sus
subalternos, dicta las leyes, cambia la
geografía: por una decisión suya, un
valle entero queda sumergido bajo un
pantano… Tu padre es omnipotente:
ante él tiemblan generales cubiertos
de medallas y galones y cardenales
purpurados. En las películas del cine,
los actores van cambiando, solo hay
uno permanente: tu padre, en el No-
Do, donde a veces también sales tú,
acompañando a mamá, las dos con
los brazos cargados de flores. Te
acostumbras desde que tienes razón
a ver a tu papá rodeado de
cortesanos que le rinden tributo y le
lisonjean. Si has de dar crédito a tus
ojos, es un hombre muy querido. Lo
llaman salvador de la patria, Caudillo…
Y a ti también te quieren mucho; todo
el mundo te hace fiestas, se te
consienten todos los caprichos, las
niñas se pelean por ser tus amigas y
hay un consenso unánime sobre lo
guapa que eres, lo lista y lo simpática.
Es como vivir en un país encantado,
en un lugar de cuento, y como en los
cuentos, también hay malos: los rojos,
esos seres siniestros a los que tu
padre derrotó en la guerra, y los
judíos y los masones, los cuales están
constantemente conspirando contra
ese héroe, tu padre, quien con mano
firme los persigue y castiga: mata a los
malos o los mete en la cárcel, hace
justicia y asegura la paz y la
prosperidad de esta gran finca
vuestra, donde sois tan amados y que
se llama España.
En su familia la llamaban Nenuca y
Carmencita. Fue educada por su
madre, porque su padre tenía
ocupaciones más importantes. Se
casó con el marqués de Villaverde y
tuvo siete hijos, todos nacidos en el
palacio del Pardo. En el año 2008
publicó un libro titulado Franco, mi
padre, en el que cuenta que su padre
era muy cariñoso y extrovertido y que
solía cantar zarzuela, pero la guerra le
cambió el talante “por el sentido de la
responsabilidad”. Dijo que a su padre
no le molestaba que le llamaran
dictador porque a él no le parecía
que eso fuera algo malo, lo cual es
coherente con su forma de pensar: a
Franco lo que le parecía mal era la
democracia.
Según carmen franco, su padre hizo
mucho bien: elevó el nivel de vida de
España y creó la clase media, “que
ahora existe y antes de él no existía”.
El progreso del país, para su hija, fue
mérito de su padre y no de sus
habitantes. Sobre la represión política
bajo la dictadura de su padre, aclara
que “no se hablaba de eso en casa”, y
en cuanto a la pena de muerte, su
padre era partidario de la ley del
Talión. También era muy monárquico,
dice, y confiaba en que el rey Juan
Carlos seguiría fiel a los principios del
régimen, dando a entender que los
franquistas, y entre ellos la hija de
Franco, se han sentido traicionados.
Nuestra transición fue incruenta, por
fortuna, pero hubo que pagar un
precio por ello. No hubo condena
oficial del régimen franquista, ni de las
atrocidades y excesos del dictador;
una ley de amnistía impide pedir
cuentas por los crímenes de la Guerra
Civil. La familia de Franco no fue
empujada al exilio, ni desposeída del
enorme patrimonio que el dictador
acumuló durante sus años de
gobierno; siguieron veraneando en el
pazo de Meirás y a Carmen Franco se
le otorgó el título de duquesa de
Franco con grandeza de España y vive
muy tranquila, salvo por algún
percance, como cuando la detuvo la
policía en el aeropuerto de Barajas,
cargada de joyas, con destino a Suiza.
Dudo que Carmen Franco sienta
compunción o vergüenza alguna por
lo que hizo su padre; supongo que
ella considera que era un mal
necesario y que, fuera como fuere,
había que poner coto a los rojos. Por
tanto, sospecho que, a diferencia de
Svetlana Stalina, no se siente
abrumada por el peso de la culpa de
su padre, porque para ella este no era
culpable de nada.

Foto Franco y su familia
Artículo de CLARA USÓN. Publicado en
diario El País (10-05-2012)