31/10/14

AUGUSTO MONTERROSO, EL DINOSAURIO Y LA FE

El escritor guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003) es recordado habitualmente por "El dinosaurio", un microrrelato que con el tiempo se haría muy famoso. El cuento, brevísimo, contaba:

"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí"

Nuestra imaginación debía de poner el antes y el después de esta historia mínima. El caso es que en una entrevista, Monterroso contaba acerca de este cuento suyo:

«Pienso que, quizá, me ha traído suerte. "El dinosaurio" está rodeado de anécdotas. Una de ellas narra la ocasión en que un amigo me presentó a una señora:
-"¿Conoce usted a Augusto Monterroso?, le preguntó
- "Si, lo he leído", contestó ella esbozando una sonrisa
-"¿Y qué le parece el cuento de "El dinosaurio"? volvió a preguntar el amigo.
- "Ese es uno de los que más me gustan…, pero apenas voy por la mitad" sentenció la señora con gesto inteligente.»

Les dejo otro cuento de este genial autor que hacía un arte de la máxima de Baltasar Gracián, aquella de "Lo bueno ,si breve, dos veces bueno"

La fe y las montañas:

"Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe."

SI...

Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor,
han perdido la suya y te culpan de ello.
Si crees en ti mismo cuando todo el
mundo duda de ti, pero también
dejas lugar a sus dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes
con engaños,
o si, siendo odiado, no te domina.el odio
Y aun así no pareces demasiado
bueno o demasiado sabio.
Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
Si puedes pensar y no hacer de tus
pensamientos tu único objetivo;
Si puedes conocer al triunfo y la derrota,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores.
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida, y agacharte para reconstruirlo con herramientas
maltrechas.
Si puedes amontonar todo lo que has ganado y arriesgarlo todo a un solo lanzamiento ;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus
nervios y tus tendones, para seguir adelante mucho después de haberlos perdido,
y resistir cuando no haya nada en ti
salvo la voluntad que te dice:
"Resiste!".
Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no distanciarte de los demás.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el inexorable minuto,
con sesenta segundos de lucha bravia...
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.

“Si…” es un poema escrito en 1896
por el autor inglés Rudyard Kipling, que en aquel momento contaba con 31 años.
Fue publicado por primera vez en el «Brother Square Toes», capítulo de Rewards and Fairies, colección de poemas y relatos de Kipling de 1910.
Como también ocurriera con Invictus, obra de William Ernest Henley, se trata de una memorable evocación del estoicismo de la era victoriana.
Su reconocimiento internacional queda patente por el gran número de versiones y parodias que ha inspirado, así como por la amplia popularidad que todavía hoy tiene especialmente entre los británicos (tal es así que fue votado el poema favorito de los británicos en una encuesta organizada por la BBC en 1995).
Uno de sus versos, “Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota y a estos dos impostores los tratas de igual forma”, está escrito en la pared de la entrada de jugadores de la pista central del torneo británico de tenis de Wimbledon.
Según el propio Kipling en su autobiografía Something of Myself, publicado póstumamente en 1937, el poema fue inspirado por el Dr. Leander Starr Jameson, quien en 1895 lideró una incursión de las fuerzas británicas contra los Boers en Sudáfrica, que por ello fue llamada la “Incursión de Jameson”. Este evento incrementó las tensiones que finalmente desembocaron en la Segunda Guerra Anglo-Bóer. La prensa británica, sin embargo, retrató a Jameson como un héroe en medio del desastre.

“Si…” ha sido traducido a numerosos idiomas. Es digno de destacar la traducción al Idioma Birmano, la lengua hablada en la ciudad en la que se desarrollaba otra obra maestra de Kipling, «Mandalay». Fue traducido por la ganadora del Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi. Otro ganador del Premio Nobel, el yugoslavo Ivo Andrić, también tradujo dicho poema a su lengua madre.

Fuente: Wikipedia.
Imagen: Edición de "Si" por Doubleday Page and Company, Garden City, New York, 1910.

MODIANO

"Por desgracia, nos controlan las  lecturas. En 1962, me expulsarán unos días por haber leído El trigo en ciernes. Gracias a mi profesor de francés, el padre Accambray, obtendré un permiso "especial" para leer Madame Bovary, que tienen prohibido los demás alumnos. He conservado ese ejemplar del libro, en el que pone: "Visto bueno. Clase de quinto", con la firma del canónigo Janin, el director del colegio. El padre Accambray me aconsejó una novela de Mauriac, Los caminos del mar, que me gustó mucho, sobre todo el final, tanto que todavía hoy recuerdo la última frase: "... como en las madrigueras negras de antaño"

Fragmento de "Un pedigrí" - 2004
Patrick Modiano

22/10/14

Diario de un fracasado

Me detuve un segundo. Dejé de caminar un segundo. Algo que había visto me sorprendió y merecía mi atención. Sin saber bien lo que era me detuve mientras todos seguían su camino y ni se percataron de nuestra presencia.
Era algo maravilloso, indescriptible, de muchos colores y formas desconocidas para mí, era exactamente lo que había esperado toda mi corta vida… ahí, frente a mí, en ese momento. Era mi oportunidad.
No sé cuánto tiempo estuve analizándola, mirándola parte por parte, era una rareza extraordinaria..
y era mía!!!.
Pensé mucho en el horrible pasado que me condenaba, en el presente en el que estaba atorado y en el futuro lleno de promesas que me esperaba ahora que la había encontrado.
Miré alrededor y ví que la gente iba y venía. Nadie me miraba. Nadie la miraba (a mi rareza, mía). La miré de nuevo y me dí cuenta que todo lo que esperé siempre estuvo allí, con el único precio de dejar de pertenecer a ese grupo tan grande de gente que no busca lo que yo quería encontrar. Pero dudé. Si nadie quería lo que yo
tenía entonces yo debía estar equivocado. Todo lo que tiene la gente son cosas que la otra gente quiere.. y lo que yo tenía a nadie le interesaba… de qué me servía
entonces?.
No me arrepiento de haberla dejado ahí donde la encontré. El futuro real que me esperaba era mucho más seguro que ese lleno de promesas que seguro nunca se cumplirían. La comodidad es mucho más sana, o no?. Prefiero dejar ese hecho como una anécdota y seguir mi camino.
Ya perdí demasiado tiempo en oportunidades mediocres a las que nunca me aferré.
Por seguridad vio?…

Diario de un fracasado. (Fragmento)
Denevi.

Imagen: La nostalgia del vuelo. J.C. González Griffiths. Acrílico sobre tela, 100x100 Cm. Colección privada.

Catalina de Medici

Catalina de Medici, una fría y despiadada reina de Francia Hija de Lorenzo II de Medici, nació en Florencia. Su tío, el papa Clemente VII, concertó su matrimonio con el futuro rey de Francia, Enrique II. Tras la muerte de éste y la de su primogénito, se convirtió en regente del pequeño Carlos IX, gobernando el país galo con mano de hierro. Durante más de 30 años marcó la política francesa del siglo XVI. Esposa de Enrique II, fue madre de cinco reyes y reinas, mientras superaba grandes crisis de gobierno provocadas por los desencuentros religiosos. Con ella y su descendencia directa se agotó la línea sucesoria de los Valois, dando paso a la hegemonía borbónica en el país galo. Catalina María Rómula de Medici vino al mundo en Florencia el 13 de abril de 1519. A edad temprana sufrió orfandad por las muertes, casi consecutivas, de sus padres, el italiano Lorenzo II de Medici y la francesa Madeleine de la Tour d’Auvergne, por lo que quedó bajo el amparo del papa León X. Éste la entregó al cuidado de diferentes parientes, quienes instruyeron a la pequeña como una refinada dama, apta para ser moneda de cambio en cualquier acuerdo matrimonial. En 1527 los Medici fueron expulsados de la capital toscana, motivo por el cual Catalina fue recluida en conventos, donde las monjas terminaron de esculpirle una personalidad dispuesta para asumir la razón de Estado en cualquiera de sus capítulos por azarosos que fuesen.
En 1530, su tío, el recién proclamado papa Clemente VII, concertó para ella un calculado matrimonio con Enrique, duque de Orleáns y segundo filogenético del rey francés Francisco I. La única condición que puso el Sumo Pontífice fue que la joven heredera renunciase a sus pretensiones dinásticas sobre Florencia, a cambio recibiría 100.000 escudos como dote y un futuro poco halagüeño en la corte francesa. El 28 de octubre de 1533 se celebró la boda con una Catalina de rostro triste, pues para entonces la italiana ya había constatado cómo su flamante esposo exhibía sin pudor una fogosa relación sentimental con la bella cortesana Diana de Poitiers. Esta sonora infidelidad conyugal no impidió que Catalina quedase en cinta en 11 ocasiones. De todos sus hijos nacidos, siete llegaron a la edad adulta y cinco de ellos lograron reinar. Tras los óbitos, primero del delfín Francisco y, más tarde, del propio monarca galo, Enrique II fue ungido rey de Francia en 1547. Hasta entonces Catalina había sido un modelo de virtud y prudencia, ocupada en cuestiones culturales y poco más. Sin embargo, su coronación regia la confirmó de inmediato como una figura preparada para el gobierno. Pero tal y como habían vaticinado algunos videntes de la soberana, incluido su médico y astrólogo personal Nostradamus, el rey moriría en 1559, víctima de las heridas producidas en un torneo de entretenimiento. Este suceso desató los acontecimientos en Francia, y el primogénito de Enrique, Francisco II, se colocaba la corona un breve tiempo para cederla a su muerte – acontecida 18 meses después– a su hermano Carlos IX, un niño de apenas 10 años que, como es lógico, fue convenientemente dirigido por su ambiciosa madre. En estos años, Francia mantenía una posición delicada en el concierto europeo, aunque el matrimonio entre Isabel de Valois –la hija mayor de Catalina– y Felipe II de España había sosegado bastante las relaciones entre las dos potencias.
Asimismo, en el terreno interno la reina trataba de entenderse por igual con católicos y protestantes, siempre dispuestos al enfrentamiento bélico. Pero no pudo impedir que una devastadora guerra religiosa estallase en Francia, cuyo punto más álgido aconteció el 24 de agosto de 1572, en la renombrada Noche de San Bartolomé. Miles de hugonotes (calvinistas) fueron asesinados por los católicos con una clara permisividad real, justo cuando se realizaban los esponsales que unían a Enrique III de Navarra y a Margarita, otra de las hijas de Catalina. Precisamente, este borbón navarro de confesión protestante sería uno de los pocos supervivientes hugonotes de aquella pésima jornada y acabaría coronado, tras su conversión al catolicismo, como Enrique IV de Francia.
Durante este convulso periodo, Catalina mantuvo con mano de hierro su gobierno sin descuidar su vocación de mecenas: instituyó el considerado primer ballet de la Historia y mandaba construir castillos y palacios, como el parisino de Las Tullerías. Finalmente, contempló como otro de sus hijos varones ocupaba el trono francés bajo el nombre de Enrique III. Este último representante de la casa Valois era estéril, por lo que la línea de sucesión quedó finiquitada en beneficio de los borbones. Catalina, reina moderna, además de hábil y maquiavélica estratega política, falleció el 5 de enero de 1589 en el castillo de Blois (Francia).

El hombre del violín

El 28 de septiembre de 1935 el transatlántico Europa arribó a Nueva York en una de sus travesías entre Alemania y Estados Unidos. Mientras el buque permanecía atracado en el muelle, el comportamiento extraño de dos personas llamó la atención de un inspector de aduanas del puerto llamado Morris Josephs. Al pie de la pasarela de la tripulación un hombre alto que lanzaba constantes miradas a su alrededor, como si sospechase que le vigilaban, hablaba con un camarero que sostenía una funda de violín.
Josephs pensó que podían estar tratando de introducir el instrumento en el país sin declararlo a las autoridades aduaneras. El hombre alto vio cómo el funcionario se acercaba a ellos y dijo en voz alta y con un fuerte acento alemán: "Muy bien, ahora lleva a declarar el violín a la aduana y yo lo recogeré cuando pague las tasas. Es muy bonito".
A Josephs no le convenció la forzada actuación del sospechoso y pidió al camarero que le entregase la funda. Al abrirla descubrió que estaba vacía. Se dirigió entonces al hombre alto y se dio cuenta de que trataba de ocultar bajo su chaqueta un sobre voluminoso y pesado: "Así que esto es lo que había en la funda del violín. Será mejor que me acompañe". Mientras tanto, el camarero había aprovechado para escabullirse y desaparecer por la pasarela. En la oficina de Aduanas los agentes abrieron el sobre y vieron que contenía una gran cantidad de negativos fotográficos, aparentemente con imágenes de diagramas o planos, y otras tantas hojas con anotaciones en alemán, que por lo que pudieron entender eran en su mayor parte datos técnicos. El hombre alto dijo ser un afinador de pianos llamado William Lonkowski. Explicó que también era colaborador de una revista de aviación alemana y que los documentos eran copias de publicaciones técnicas que utilizaba para escribir sus artículos. Según dijo, el destinatario del sobre era su editor, y había pensado en hacérselo llegar a través del camarero del Europa para ahorrarse el dinero del franqueo. La historia no tenía ningún sentido, pero los agentes no encontraron motivos para retener al sospechoso. Después de todo, no había cometido ninguna infracción aduanera. Antes de dejarle marchar le dijeron que tendría que volver a presentarse unos días más tarde para un nuevo interrogatorio. La mañana siguiente Lonkowski huyó a Canadá. Allí embarcó en un carguero con destino a Alemania.
La oficina de Aduanas del puerto contactó con el G-2, el servicio de inteligencia del Ejército, que envió al mayor Stanley Grogan para hacerse cargo de la investigación. Grogan estudió los negativos y descubrió que contenían información de algunos proyectos secretos desarrollados por varias industrias aeronáuticas estadounidenses, entre los que se encontraban los planos de un bombardero experimental de la Marina o los de un novedoso tren de aterrizaje. Lonkowski desapareció sin dejar rastro. Al comprobar la dirección que había dado descubrieron que nunca había vivido allí. Tampoco había trabajado nunca como afinador de pianos. El Europa zarpó de Nueva York y con él se esfumó también el misterioso camarero sin que hubiesen conseguido identificarle. El inspector Josephs no había podido dar una descripción detallada de él, y el nombre que había dado Lonkowski no aparecía en la lista de la tripulación del transatlántico.
William Lonkowski había nacido en Silesia en 1893. Se inició en el mundo de la aviación trabajando como mecánico de aeroplanos durante la Primera Guerra Mundial. Con el tiempo se convirtió en un auténtico experto. Después de la guerra estudió ingeniería aeronáutica y se dedicó al diseño de aviones. Por esa época también comenzó a colaborar con el Abwehr. En marzo de 1927 llegó a Estados Unidos y consiguió un empleo en la Ireland Aircraft Corporation, una compañía aeronáutica de Long Island. Unos años después abandonó aquel trabajo al encontrar una nueva tapadera como corresponsal de la revista de aviación alemana Luftreise. Después de ser descubierto se vio obligado a huir del país, pero dejó tras él una amplia y eficaz red de espionaje con numerosos agentes que él mismo había reclutado durante aquellos años entre los trabajadores de origen alemán de las industrias aeronáuticas norteamericanas. Gracias al hombre del violín, en la década de los treinta la aviación estadounidense no tuvo secretos para los alemanes.

PINTURA GAULLI

La obra maestra de la nave de Gaulli, la Veneración del Sagrado nombre de Jesús (también conocida como Veneración, Adoración, o Triunfo del Santo Nombre de Jesús), es una alegoría de la obra de los jesuitas que envuelve a los devotos (o a los espectadores) que están abajo en un remolino de devoción. Figuras que se arremolinan en el oscuro borde (de la entrada) distal de la base del marco de la composición el cielo abierto, siempre ascendiendo hacia una visión celestial de infinita profundidad.La luz del nombre de Jesús - IHS - y el símbolo de la orden jesuita es
recogida por patronos y santos sobre las nubes; mientras que en la oscuridad inferior, el brillo dispersa a los herejes, como golpeados por la onda expansiva del Juicio Final.El gran efecto teatral aquí inspirado suscitó críticas que etiquetaron a Gaulli como un «Bernini de la pintura» o un «portavoz de las ideas de Bernini»

Quietud

Quietud

Tanto silencio me rodea que me parece oír
el choque de los rayos de la luna en la ventana.
Una voz ajena despierta dentro de mi alma
y una canción canta
un ansia que no es mía.
Se dice que los antepasados
muertos antes del tiempo
con la sangre aún joven en las venas,
con grandes deseos en la sangre,
con mucho sol en los deseos,
vuelven,
vuelven para vivir todavía un poco más
dentro de nosotros
la vida que dejaron de vivir.
Tanta quietud me rodea que me parece oír
el choque de los rayos de la luna en la ventana.
Ay, quién sabrá, alma mía, dentro de qué pecho
cantarás tú más allá de los siglos,
en las dulces cuerdas del silencio
en arpas de tiniebla, tus ahogados anhelos
y tu vencida alegría de la vida.
¿Quién lo sabrá, quién?

Lucian Blaga (1895-1961) Lancrăm, Rumania
Versión de Dario Novâceanu

6/10/14

Elegía para N. N

«Si es demasiado lejos para ti, dilo.
Habrías podido correr sobre las pequeñas olas del Báltico,
atravesar el campo de Dinamarca, la floresta de hayas,
virar hacia el océano, y ya está, cerca,
el Labrador, blanco en esta estación del año.
Tú, que soñabas una isla solitaria,
si temes las ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las autopistas,
habrías podido tomar el camino de los bosques sordos,
sobre torrentes revueltos y azules, y rastros del ciervo y del reno,
hasta las Sierras, hasta las minas de oro abandonadas.
El Río Sacramento te habría llevado entonces,
por entre las colinas recubiertas de encinas espinosas.
Todavía un bosque de eucaliptos, y estarás en mi casa.
Es cierto, cuando la manzanita florece,
y la bahía es azul en las mañanas de primavera,
yo pienso a mi pesar en la casa entre lagos
y en las redes recogidas bajo el cielo Lituano.
La cabaña donde te despojabas de tu traje antes del baño
se cambió para siempre en un cristal abstracto.
Y en él está la oscura miel de la tarde, junto al balcón,
y las pequeñas lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses.
Cómo podíamos vivir entonces, yo no puedo decirlo.
Las costumbres, los trajes, vibran imprecisos,
inconsistentes, tensos hacia el final.
Es tal vez que pensábamos en las cosas tal como son?
El saber de los años fogosos ha enrojecido los caballos ante la forja,
y las pequeñas columnas en el mercado de la aldea,
y los peldaños de madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub.
Mucho hemos aprendido, tú bien lo sabes:
cómo nos es quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía ser,
la gente, las comarcas.
Y el corazón no muere cuando uno creyó que debería,
pero sonreímos, el té y el pan sobre la mesa.
Sólo el remordimiento de no haber amado como se debe
esa pálida ceniza de Sachsenhausen
con un amor absoluto, que no está a la medida del hombre.
Tú te has acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos,
a la ciudad donde la sangre del propietario alemán
fue raspada de los muros, y a donde él jamás regresó.
Tampoco yo he llevado más de lo que podía, ciudades y país.
No se puede entrar dos veces en el mismo lago,
sobre hojas descompuestas de abedul,
y quebrando una estrecha estría de sol.
Tus faltas y las mías, no fueron grandes faltas,
tus secretos y los míos, no eran grandes secretos.
Cuando te anudan la mandíbula con un pañuelo,
cuando te ponen una cruz entre los dedos,
y a lo lejos un perro ladra, brilla una estrella.
No, no es porque estés tan lejos
que no has venido el otro día, la otra noche.
De año en año madura en nosotros y nos invadirá,
yo, como tú, lo he comprendido: la indiferencia.»

Czeslaw Milosz (1911-2004)

1/10/14

Emmanuel Bobovnikoff

Se llamaba Emmanuel Bobovnikoff y, por razones de supervivencia, se lo cambió
por el de Bove. Nació en París en 1898. Su padre era un ruso emigrado y su madre
una criada luxemburguesa. Pasó una infancia de privaciones y dudosa estabilidad
familiar. A los doce años se marchó a Ginebra a vivir con su padre y su amante
inglesa, una pintora rica y maravillosa. Pero la buena vida no duraría demasiado:
su padre muere y Emily se arruina. En 1916, Emmanuel regresa a París con su
madre y trabaja en lo que sale (camarero, conductor de tranvías, obrero de la
Renault) para “acumular experiencias”. Es arrestado durante un mes por
vagabundo –y por tener un nombre sospechoso-. En 1918 empieza el servicio
militar y consigue liberarse pronto de sus obligaciones militares. En 1921 se casa
con una maestra y se marchan a Austria, donde la vida resulta más barata. Ahí
escribe sus primeros libros “serios”, porque hasta entonces sobrevivía escribiendo
a tanto la línea para editoriales populares y colaborando esporádicamente en el
periodismo sensacionalista. En 1923 está en Francia y manda un cuento al
periódico Le Matin. Tiene la suerte de que la editora de la sección literaria es
Colette, quien se interesa por ese escritor tan extraño y no sólo le publica en el
periódico sino que le pide algo para la colección que dirige en la editorial Ferenzci.
Y en 1924 aparece Mis amigos. Aquí me quedo en cuanto a la biografía, siempre
irregular, de Bove, para detenerme en la obra que, a partir de esa publicación, irán
unidas.
Aquella era una época extraordinaria para los escritores. La literatura apasionaba a
la gente, los autores eran admirados y admirables, las librerías estaban
abarrotadas de novedades y si alguien destacaba no pasaba precisamente
desapercibido, pues los críticos del momento eran a su vez grandes escritores, con
paladares exigentes y los lectores confiaban en ellos; les hacían caso. Sacha Guitry,
por ejemplo, se quedó deslumbrado ante la lectura de Mis amigos y escribió un
artículo que resultó decisivo. No hay duda de que se trata de uno de esos libros
que suponen un descubrimiento para cualquiera que lo lea. No en vano conmovió
profundamente a Rilke, que entonces estaba en París y quiso conocerlo de
inmediato. Como también Beckett, quien le debe mucho (dijo de él que era el
mayor de los autores franceses desconocidos), André Gide, Saint-Exupéry, y tantos
otros de los que destacaron en la época. Aunque después escribió unos cuantos
libros igualmente sorprendentes, Mis amigos , publicado por primera vez en España
hace un par de años por la editorial Pre-Textos (traducción de Manuel Arranz) es
su libro de referencia y, por ejemplo, al alemán lo tradujo Peter Handke. Trata de
las desventuras de un ex combatiente de la Gran Guerra, esto es la Primera Guerra
Mundial. Victor Bâton (así se llama este antihéroe) es un desarraigado que malvive
con su pensión de inválido y es sistemáticamente despreciado por la sociedad.
Pero él está deseoso de hacer amigos y abandona su barrio pobre y desarrapado
para introducirse en barrios ricos donde encontrar personas que le protejan. Sin
embargo, sólo consigue causar todavía más rechazo. Son cinco relatos breves que
son otros tantos recordatorios para el protagonista de su invencible marginación
social. Todo, escrito en un estilo seco y despojado, en un tono de humor
caricaturesco pero compasivo que lo salva del negro pesimismo al que parecía
abocado tanto el autor como el personaje. No hay nada más eficaz, para conjurar
el sarcasmo, que reírse primero de uno mismo.
Tampoco hace falta ser freudiano para
entender, a la luz de la escueta biografía
que he apuntado, que la doble vida que
llevó el adolescente Bobovnikoff, entre una
madre vulgar y popular, que casi vivía en el
arroyo y una “madrastra” idílica y refinada,
fue decisiva para dejarle el alma en vilo.
Como persona que ha sido suficientemente
baqueteada por la vida, Bove nunca se creyó
del todo su fama. En realidad fue una fama
más libresca que popular, pues como todo escritor de culto, sus principales
lectores también son escritores. Tanto en París, como en Argel, donde vivió de 1942
a 1944 (se negó a publicar en la Francia ocupada) participó activamente en la vida
literaria del momento –más bien dejó que le incluyeran en ella los demás– pero él
era un solitario empedernido y un tanto atrabiliario. La prueba es otra de sus
obras maestras, Bécon-les-Bruyères , publicada en 1927 y que muchos tomaron por
un escarnio a los lectores. La historia es la siguiente. En la época se pusieron de
moda los libros de viajes. Cierta editorial encargó a los autores más conocidos del
momento (como se ve no hay nada nuevo bajo el sol) que retrataran los lugares
más notables de Francia. Paul Morand escribió sobre Toulon-sur-Mer, André
Maurois sobre “su” Rouen,, Jean Cassou sobre Bayona y Emmanuel Bove sobre
Bécon-les-Bruyères, que era el suburbio parisino donde vivía en la época y cuyos
encantos –descritos con la misma solemnidad y seriedad que si se tratara de
Venecia- son similares a los que pueda tener, pongamos, Getafe o Useras. El
resultado es uno de los textos más cervantinos de la literatura francesa, incluido
Bouvard et Pécuchet de Flaubert.
En Argel, Bove contrajo el paludismo que le llevaría a la muerte. Cuando regresó a
Francia, en octubre de 1944, el panorama literario había cambiado por completo y
él era nuevamente un desconocido. No obstante, publicó dos novelas más y murió
un año después, a los 47 años de edad. Está enterrado en París, en el cementerio
de Montparnasse, en el panteón de la familia Ottensooser (de su segunda mujer).
El emplazamiento se puede visitar perfectamente; no hay más que ir a la 25ª
división israelita, 27ª línea Este, nº 1 Sur. No tiene pérdida. Para más detalles, y
para entender lo que es un verdadero autor de culto, visiten la página que le han
hecho sus numerosos admiradores, desperdigados por todo el mundo.

Fuente: http://www.libertaddigital.com/