La Dama de Elche es un busto íbero tallado en piedra caliza que se data entre los siglos V y IV a. C. Mide 56 cm de altura y tiene en su espalda una cavidad casi esférica de 18 cm de diámetro y 16 de profundidad, que posiblemente servía para introducir reliquias, objetos sagrados o cenizas como ofrendas al difunto. Otras muchas figuras ibéricas de carácter religioso, halladas en otros lugares, tienen también en su espalda un hueco y, como la Dama de Elche, sus hombros se muestran ligeramente
curvados hacia adelante.
La pieza se encontró cerca de Elche, donde existe un montículo que los árabes llamaron Alcudia ('montículo') y que en la antigüedad estaba casi rodeado por un río. Se sabe que fue un asentamiento íbero denominado Helike (en griego) y que los. romanos llamaron Colonia Iulia Illici Augusta.
Cuando llegaron los árabes, situaron la ciudad más abajo, en la parte llana, conservando el topónimo romano de Illici, que fue arabizado por el sonido en «Elche».
Se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de España
26/9/14
La Dama de Elche
10/4/14
ALÍ BEY, ESPÍA A LA FUERZA....
Los tópicos y los prejuicios ocultaban
la verdadera figura de Alí Bey, álter
ego del barcelonés Domingo Badía i
Leblich, según Roger Mimó, que ha
seguido sobre el terreno a lo largo de
varios años los pasos de este mítico
viajero para elaborar una nueva
edición del libro que revive su
periplo dos siglos después de aquella
de 1814.
«Viajes de Alí Bey por África y
Asia» (Editorial Almed, noviembre de
2012) recupera la estructura de la
obra original, escrita en castellano
pero que se editó primero en francés,
en tres tomos así como su prólogo.
Asimismo Mimó ha añadido más de
mil notas a pie de página, fotografías
actuales de los lugares que visitó Alí
Bey así como planos y mapas más
completos.
«Aporto información nueva» con
respecto a todo lo que se ha dicho
sobre él, reconoce a ABC el autor de
esta edición, que no ha pretendido
profundizar en la biografía del viajero
pero sí limpiar su figura de lo que él
considera un sesgo político que
entiende no es el rasgo fundamental.
«Sí, tuvo una misión política y fue
espía, pero esa fue solo una de sus
profesiones», argumenta Roger Mimó.
Hacerlo «fue la única manera de
poder realizar aquel viaje y sacar
adelante su misión científica», añade.
Menos de cristiano que de musulmán
Efectivamente, cuando el
«omnipotente» ministro Manuel
Godoy decidió financiar esas
investigaciones geográficas,
geológicas, biológicas, etnológicas,
meteorológicas y astronómicas no
evitó, además, en forma de
contrapartida, hacerle algún que otro
encargo político al viajero. Era el
«requisito indispensable para que el
proyecto se llevara a cabo» que,
además, solo le ocupó la cuarta parte
del tiempo, entiende Mimó en el
prólogo del libro. Por eso no se le
podía considerar «un espía
profesional».
Tampoco Domingo Badía fue el
primer cristiano que puso sus pies en
La Meca (Arabia Saudí), ciudad santa
para los musulmanes. Es más,
entiende Mimó, cuando lo hizo ya
«tenía menos de cristiano que de
musulmán».
Al repetir el viaje, Mimó, español
instalado desde los años ochenta en
Marruecos, ha tratado además de
comprobar si las acusaciones de
novelería lanzadas contra Alí Bey son
verdad. Y dice: «La precisión
científica de Badía en sus
descripciones resultaba casi obsesiva,
con excepción de dos temas concretos
acerca de los cuales no podía contar
la verdad. El primero de ellos era la
misión política encomendada por
Godoy, que constituía en aquel
momento un secreto de Estado, y el
segundo sus relaciones carnales con
diferentes mujeres, que debió
parecerle ofensivo para su esposa
española reconocer en público y por
escrito».
En 1803 Domingo Badía llegó a
Tánger, dando comienzo así a un
periplo hasta 1808 que le llevó de
Marruecos a Turquía pasando por
Trípoli, Chipre, Egipto, Arabia,
Palestina y Siria. «No solo no se había
hecho un estudio similar con
anterioridad sino que tampoco
volvería a hacerse en muchos años»,
entiende la editorial Almed
destacando la labor del viajero
español.
3/5/12
El vestido del invitado (Cuento de la tradición árabe)
mansión de unas personas muy ricas y
llegó al ágape ataviado con ropas
modestas. Al instante advirtió que los
anfitriones eludían saludarlo y que los
sirvientes evitaban atenderle.
Se percato entonces que al resto de
invitados se les saludaba con respeto y
se les servia con diligencia, y que todos
estaban ataviados con valiosas
vestimentas. Como vivía cerca, corrió a
su casa y se vistió con una túnica muy
cara y lujosa.
Así volvió al banquete, donde parecía
que nadie había reparado en su
ausencia. En su segunda entrada, los
dueños de la casa lo recibieron
cortésmente y los criados mostraron
ante él grandes ademanes de respeto.
Llegado el momento de la cena aquel
hombre se quitó la túnica, la doblo y
colocó con cuidado sobre la silla y se
dispuso a marcharse cuando
preguntaron extrañados los anfitriones
- ¿Por qué si te vas dejas tu túnica
sobre la silla?
- Ha sido mi túnica y no yo la que ha
recibido vuestro respeto y atenciones.
Que sea la túnica la que se quede a
comer.
Y dicho esto, el hombre abandono
aquella casa a la que no regreso jamás.
En ocasiones la acitud de los
superficiales se manifiesta en el ridículo
valor que le conceden a las
apariencias.
Comida del mediodía (El Cairo 1875),
John Frederick Lewis (1804-1876)