El pintor de retratos austriaco Joseph Aigner (1818 – 1886) era una persona que desde su más tierna infancia estaba obsesionado con la idea de suicidarse. Cuando tenía dieciocho años intento colgarse de un madero, pero un misterioso monje capuchino consiguió salvarle en el último momento. Unos cuantos años después, a los veintidós, otra vez intentó colgarse y de igual manera el mismo monje salió en su rescate. Pasado algún tiempo, nuestro retratista se metió en política, con tan mala suerte, que fue acusado de traición y condenado a ser ahorcado. Pero cuando todo estuvo dispuesto, y Joseph había subido al cadalso, nuevamente apareció el increíble monje el cual convenció a las autoridades para que no lo mataran. Aquí me queda la duda si el pintor se sintió defraudado al no poderse cumplir su sueño mortal. Sea como fuere, a los sesenta y ocho años, Joseph Aigne ¡al fin consiguió suicidarse!
Abandonó su propósito de ahorcarse y se pegó un tiro en la cabeza. Pero lo que no sabía Joseph es que a su entierro acudió mucha gente a ver si había muerto de verdad. Entre las personas que presidieron el entierro, como era costumbre, había un monje, y claro está este no podía ser otro que el enigmático monje capuchino, cuya verdadera identidad nunca se supo.