Un hombre fue invitado a comer en la
mansión de unas personas muy ricas y
llegó al ágape ataviado con ropas
modestas. Al instante advirtió que los
anfitriones eludían saludarlo y que los
sirvientes evitaban atenderle.
Se percato entonces que al resto de
invitados se les saludaba con respeto y
se les servia con diligencia, y que todos
estaban ataviados con valiosas
vestimentas. Como vivía cerca, corrió a
su casa y se vistió con una túnica muy
cara y lujosa.
Así volvió al banquete, donde parecía
que nadie había reparado en su
ausencia. En su segunda entrada, los
dueños de la casa lo recibieron
cortésmente y los criados mostraron
ante él grandes ademanes de respeto.
Llegado el momento de la cena aquel
hombre se quitó la túnica, la doblo y
colocó con cuidado sobre la silla y se
dispuso a marcharse cuando
preguntaron extrañados los anfitriones
- ¿Por qué si te vas dejas tu túnica
sobre la silla?
- Ha sido mi túnica y no yo la que ha
recibido vuestro respeto y atenciones.
Que sea la túnica la que se quede a
comer.
Y dicho esto, el hombre abandono
aquella casa a la que no regreso jamás.
En ocasiones la acitud de los
superficiales se manifiesta en el ridículo
valor que le conceden a las
apariencias.
Comida del mediodía (El Cairo 1875),
John Frederick Lewis (1804-1876)