Alina Fernández es la única hija de
Fidel Castro, que además tiene siete
hijos varones. Su madre, Natalia
Revuelta, pertenecía a la alta
burguesía cubana de la época de
Batista. Nati Revuelta era una mujer
muy guapa y bastante osada, que
entregó al rebelde Fidel Castro la llave
de un apartamento suyo en La
Habana para que este pudiera
organizar desde allí sus actividades
clandestinas. Nati y Fidel se hicieron
amantes. En 1953, Castro fue
detenido y acabó en prisión, pero
siguió comunicándose con Nati en
secreto.
Un día envió por error a su mujer,
Myrta Díaz-Balart, una carta dirigida a
su amante. El adulterio se descubrió;
Myrta Díaz-Balart pidió el divorció y
abandonó Cuba. En 1959, cuando la
revolución triunfó, fue el doctor
Fernández, el marido de Nati, quien
huyó de Cuba con su hija mayor. En
La Habana se quedaron Nati y Alina, la
hija ilegítima y no reconocida de Fidel
Castro. Según Alina, aunque Fidel
siguió visitando regularmente a su
madre en los primeros años de la
revolución, nunca ofreció casarse con
Nati, ni reconoció a su hija como tal;
para Alina, Fidel Castro era un amigo
muy simpático de su madre que le
hacía regalos.
A los diez años se enteró de que Fidel
Castro era su verdadero padre. En su
libro autobiográfico La hija de Castro:
Memorias del exilio de Cuba, escribió
que reaccionó pidiendo a su madre
que llamara a Fidel Castro. “Dile que
venga ahora mismo. ¡Tengo tantas
cosas que decirle!”, y Nati le contestó
que no podía hacerlo porque no
sabía cómo localizarlo. Sea verdad o
mentira, esta es la historia que cuenta
Alina. Escribe en su relato que su
padre acabó por reconocerla y le
ofreció su apellido, pero ella no
lo aceptó, la oferta llegó demasiado
tarde. Sus detractores sostienen que
durante su adolescencia y juventud,
Alina gozó de los privilegios propios
de los hijos de los altos cargos del
partido comunista: tenía coche,
chófer, fue aceptada en el equipo de
natación sincronizada y en la escuela
de ballet sin ningún requisito previo,
le bastaba con pedir un trabajo para
conseguirlo…
Ella afirma que su vida no fue fácil;
solo una vez visitó en su casa a Fidel
Castro, sus contactos con él eran
esporádicos y vivía como cualquier
otro cubano “en un país sin comida,
ni electricidad, ni libertad de opinión o
movimientos”. Ser hija de Fidel,
protesta, suponía vivir bajo vigilancia
permanente. “No puedo poner una
pata en la calle sin que me hagan un
informito. Si voy a un cabaret,
intimidan a la gente que me invita. No
puedo entrar dos veces a una
embajada, está prohibido que me
monte en un avión. No encuentro
trabajo si alguien no lo autoriza. Si me
ves con una amiga, se convierte en tu
amante. Soy una isla dentro de esta
dichosa isla. ‘¿Quieres que acabe por
pegarme un tiro?”, le preguntó una
desesperada Alina al ministro del
Interior cuando intentaba conseguir la
autorización de Fidel para casarse,
según recoge su autobiografía. Lo
cierto es que pese a su carácter
rebelde, su apoyo a la disidencia y sus
críticas constantes al Gobierno de su
padre, no fue perseguida ni
encarcelada: es obvio que sí tenía
privilegios, por lo menos este. Su
padre quería que estudiara Químicas;
ella emprendió, y no terminó,
estudios de medicina, fue modelo,
editora y prostituta (“jinetera”), o eso
afirma, para poder dar de comer a su
hija. “Ser hija de Fidel Castro no es
fácil, ni en Cuba ni fuera”, se lamenta.
“Cuando la gente me ve, se acuerda
de su verdugo. Cuando me encuentro
con sus víctimas, no puedo evitar
angustiarme, sentir culpa”.
Se casó con un mexicano y pidió
permiso para viajar a México; le fue
denegado. En 1993, haciéndose pasar
por una turista española, con un
pasaporte falso y una peluca, escapó
de Cuba y se instaló en Miami, sede
del exilio cubano. Como Svetlana
Stalin, huyó sola, dejando atrás una
hija, Mumin, aunque poco después
Castro permitió que saliera del país
para reunirse con su madre.
Alina Fernández ha dedicado su vida
en el exilio a criticar a su padre y su
régimen político. Dice de Fidel que en
un principio fue un revolucionario,
empeñado en lograr la justicia social,
pero que cuando accedió al poder y
empezó a fusilar gente, el
revolucionario se tornó en déspota.
Ella se presenta como otra víctima más
de Fidel Castro. Puede que influya en
su reacción el ser hija ilegítima y no
querida, tal vez haya un fondo de
resentimiento en su postura. Al igual
que Svetlana Stalin, tiene un carácter
inestable, con bruscos cambios de
humor. Ha tenido problemas de
anorexia, dicen de ella que es
imprevisible y caprichosa. Niega haber
sido nunca una hija de papá y se
considera una disidente como
cualquier otra. “Nuestros padres son
un accidente genético, no los
escogimos”, alega, y lleva razón, pero
es y será hasta que muera la hija de
Fidel, el héroe para algunos, el tirano
para otros; como Svetlana Stalina,
haga lo que haga, diga lo que diga, no
podrá escapar de su sombra.
Foto Fidel
Artículo de CLARA USÓN. Publicado en
diario El País (10-05-2012)