27/5/12

DE FRIEDRICH A DALÍ

Prácticamente un siglo separa estos
dos cuadros:
La mujer asomada a la ventana de
Caspar David Friedrich (Alte
Nationalgalerie. Berlín. 1822) y
Muchacha en la ventana, de Salvador
Dalí (Museo Nacional Centro de Arte
Reina Sofía. Madrid 1925).
Dos cuadros cuya coincidencia
demuestra la influencia que el primero
ejerció sobre el segundo, y que más
allá de sus indudables paralelismos
formales e iconográficos, muestran
también la evolución que se ha
producido en el desarrollo de la
pintura a lo largo de todo ese tiempo.
La obra de Friedrich representa a su
mujer Carolina Bommer de 25 años
con la que se casa en 1818 cuando él
tiene ya 44. La obra responde a ese
romanticismo intimista que definió la
obra de su autor, con sus
características figuras de espaldas que
invitan a la reflexión, cuando no a la
melancolía. En este caso además algo
hay también de sosegada tranquilidad
en la imagen, consecuencia de un
estado de ánimo igualmente
equilibrado y sereno, provocado
precisamente por su reciente
matrimonio.
Desde un punto de vista pictórico el
juego de contrarrestrar interior y
exterior, paisaje e interiorismo,
también tiene su sentido, porque por
una parte la estructura compositiva y la
posición de la figura invitan a la mirada
a contemplar el paisaje, convirtiendo
así al espectador en agente activo de la
obra. Por otra parte refuerza el sentido
perspectivo del cuadro, y tiene además
su valor simbólico: para muchos de
carácter religioso, representado en la
cruz del armazón de la ventana que
impone así desde lo alto el símbolo
cristiano, y porque esa luz exterior
ilumina el interior, estableciendo así un
paralelismo entre la vida celestial llena
de luz, representada en el paisaje
exterior, y la vida terrenal, simbolizada
en la habitación, necesitada para
cobrar vida de la luz que le viene de
fuera, que le viene del mundo divino.
La absoluta sencillez de la habitación
invoca también a la sobriedad del
misticismo.
Por su parte la Muchacha en la
ventana de Dalí encuentra no pocas
connotaciones con la obra anterior en
la que se inspiró su autor. En este caso
se representa a la hermana del artista,
Ana María, de diecisiete años, asomada
a la ventana de la casa que la familia
tenía en Cadaqués.
La fecha en que lo pinta, Dalí está
iniciando su giro hacia el Surrealismo,
aunque aún faltarían algunos años
para que se integrara definitivamente
en el grupo, lo que no ocurre hasta
1929, cuando marcha a París.
El juego de contrastes ente interior y
exterior es el mismo que en la obra de
Friedrich: de nuevo es la posición de
espaldas y la ventana abierta la que
invita al espectador a mirar el paisaje,
convertido en un activo más del
cuadro; es también una imagen serena
que deja libre el pensamiento; el
interior es también sencillo y simple, de
una indolente desnudez; y asimismo
provoca un efecto perspectivo.
Aún así, el cuadro es muy distinto. El
realismo pictórico de Dalí carece de la
simbología romántica, y no tiene otra
pretensión que reducir lo cotidiano a
pura realidad. Por otra parte, algunos
detalles van abriendo la pintura al
universo surreal, como el efecto del
paisaje reflejado en el cristal de la
ventana, un típico juego surrealista que
aparece también en otros cuadros
similares de Magritte (La llave de los
campos. Museo Thyssen-Bornemisza.
Madrid. 1936), y que transmite la idea
de que el paisaje está así dentro y
fuera de la habitación, instando de esa
forma a una contradicción típicamente
surrealista de invertir razón y realidad.
No es el único detalle. La misma
sencillez del entorno y el efecto sereno
de la escena recrea en este caso un
mundo de ensimismamiento que
resulta muy cercano al universo onírico
surrealista.
Fuente: Arte CREHA