19/5/12

Mi padre es un tirano. Gudrun quinta parte

La culpa heredada puede ser
colectiva. En la Alemania de la
posguerra, una generación de niños
creció sabiendo que sus padres
habían sido nazis. Para escribir su
libro Nacido culpable, Peter Sichrovsky
entrevistó a 40 descendientes de
nazis. La mayoría de ellos confesaron
que una cosa es condenar los
asesinatos, las torturas, las vejaciones
cometidas por los nazis, y otra,
enterarte de que tu padre fue uno de
ellos. En muchos casos lo
descubrieron tarde y a través de
terceras personas, en sus familias
había un pacto de silencio.
Las reacciones de los hijos de los
nazis oscilaban del odio y el rechazo a
la vergüenza callada, la distancia, el
disgusto o la lealtad. Ninguno
hablaba de amor al referirse a su
padre. Peter Sichrovsky estaba
empeñado en que esos hijos se
atrevieran a preguntar a sus padres:
“¿por qué lo hiciste?”, y esa, quizá, es
la pregunta que no querían o no
podían hacer, por temor a la
respuesta: “Porque para mí estaba
bien, no me arrepiento de nada; lo
volvería a hacer”.
No me arrepiento de nada es
precisamente el título de una biografía
de Rudolph Hess publicada por su
hijo, Wolf-Rüdiger Hess, negador del
Holocausto y quien sostiene que su
padre no murió de forma natural en
la cárcel, sino que fue asesinado.
Niklas Frank, uno de los dos hijos de
Hans Frank, el gobernador nazi de
Polonia, contó a la revista alemana
Stern que el día que ahorcaron a su
padre tras el juicio de Núremberg se
masturbó sobre una foto de aquel
hombre a quien calificaba de cobarde,
corrupto, ansioso de poder, cruel y
asesino, “el hombre que hizo posible
Auschwitz”.
Niklas Frank dedicó gran parte de su
vida a publicar libros y artículos contra
su padre. Su hermano Norman
declaró en 1959 que su progenitor era
culpable sin paliativos. “Cometió
crímenes terribles y pagó por ello con
su vida”. Norman no ha querido tener
hijos propios para no propagar la
simiente maldita, para extinguir ese
apellido infame.
Martin Bormann, el hijo del
lugarteniente de Hitler, se aplicó a la
misión de investigar la vida de su
padre, con un objetivo: averiguar si
aquel tenía conocimiento del
Holocausto y los crímenes
perpetrados por el régimen al que
sirvió o si era inocente. Llegó a la
conclusión de que su padre lo sabía
todo; su firma estaba al pie de
demasiados documentos y órdenes
importantes. Sin embargo, lleva
siempre en su bolsillo una vieja postal
que su padre le mandó en 1943 en la
que le llamaba “hijo de mi corazón”.
Se disculpa diciendo: “Entienda usted
que esa es la imagen que yo tengo
como hijo y no me la pueden quitar”.
Dentro de la jerarquía de los
criminales nazis, tras Hitler, quizá el
que más horror o espanto provoca es
Heinrich Himmler, el jefe de las
temibles SS, quien dirigió, como
ministro del Interior, a la policía
secreta de la Gestapo y fue el
impulsor, organizador y responsable
del programa de exterminio de los
judíos, a los que odiaba. Himmler se
enorgullecía de sus SS, en sus
palabras “una Organización Nacional
Socialista integrada por hombres
escogidos por sus características
nórdicas y unidos por un juramento
de sangre… Con el coraje de ser
impopulares… Con el valor de ser
duros e insensibles…”. En esa
alocución de octubre de 1943,
Himmler explicó a sus generales de
las SS que “el pueblo judío está
siendo exterminado… Muchos de
vosotros sabréis lo que es contemplar
una montaña de 100, 500 o 1.000
cadáveres… Esta es una página
gloriosa de nuestra historia”.
Los judíos, según himmler, aunque
física y biológicamente idénticos a los
demás seres humanos, eran mental y
espiritualmente inferiores, menos que
animales: subhumanos. Himmler era
un fanático, un tipo gris, frío,
metódico, tremendamente eficaz,
obsesionado con medrar y complacer
al Führer, pero era también un padre
cariñoso que idolatraba a su única
hija, Gudrun, una niña rubia de
aspecto angelical a quien llamaba
Puppi (muñeca). En una fotografía
muy difundida se ve a Heinrich
Himmler ataviado con el uniforme
negro de las SS, en la manga
izquierda un brazalete con la
esvástica, sosteniendo en sus rodillas
a la pequeña Gudrun, y hay un gran
contraste entre ese hombre de perfil
ratonil, con nariz afilada, gafas
redondas, bigotito fascista, mejillas
fofas y barbilla huidiza y esa niña
guapa, de trenzas rubias, piel
transparente y rasgos delicados, la
perfecta aria. Gudrun adoraba a su
padre; solía entretenerse recortando
las fotos de Himmler que aparecían en
la prensa y pegándolas en un álbum.
Al final de la guerra, Himmler fue
capturado por los ingleses y se
suicidó antes de ser juzgado, como su
venerado Hitler. Gudrun y su madre
fueron detenidas en Italia por los
americanos, quienes las recluyeron en
un campo de prisioneros, donde
Gudrun dio muestras de su
obstinación y su carácter. En el libro
My Father’s Keeper (en español, Tú
llevas mi nombre), de Stephan y
Norbert Lebert, sobre las vidas de seis
hijos de gerifaltes nazis, se recoge una
anécdota muy ilustrativa: a Gudrun no
le gustaba el rancho que les daban
los americanos e inició una huelga de
hambre. Se puso enferma, perdió
peso de forma alarmante, pero
consiguió su propósito: al cabo de
unas semanas, ella y su madre fueron
las únicas prisioneras que tenían el
privilegio de comer lo mismo que los
oficiales norteamericanos. Gudrun y
su madre pasaron dos años en
sucesivos campos de concentración;
las llevaron a Núremberg, en calidad
de testigos. A Gudrun le preguntaron
si alguna vez había ido a un campo
de concentración.
–Una vez fui a Dachau –respondió.
¿Con tu padre?
–Sí.
–¿Y qué viste allí?
–Mi padre me mostró un jardín
plantado con hierbas y me enseñó a
diferenciar unas de otras –dijo
Gudrun.
–Ya veo… ¿Quieres darme a entender
que no viste a ningún prisionero?
–Vi algunos prisioneros… –admitió
Gudrun.
–¿Y qué te explicó tu padre sobre
ellos?
–Me dijo que los que llevaban un
triángulo rojo eran presos políticos, y
los otros, criminales.
No le pudieron sacar nada más.
Gudrun se enteró de la muerte de su
padre por casualidad, sus captores se
la habían ocultado, pero un día un
periodista americano fue a entrevistar
a la mujer de Himmler en su celda y
Gudrun aprovechó para hacerle
aquella pregunta que nadie le
respondía:
–¿Dónde está mi padre?
–Muerto –respondió el periodista–.
Se envenenó con cianuro hace algún
tiempo.
Gudrun, que ya había cumplido los
quince años, sufrió un colapso físico y
mental. Era una chica pálida,
enfermiza, extremadamente delgada,
propensa a los desmayos y poco
desarrollada; a los dieciséis años la
tomaban por una niña de doce.
Siempre ha negado el suicidio de su
padre y afirma que fue asesinado. Los
americanos no sabían cómo sacarse
de encima a la viuda y la hija del
gerifalte nazi. Estas les confesaron que
no tenían familia, ni conocidos, ni
nadie a quien acudir. Estaban solas en
el mundo y tenían un apellido
maldito. Los americanos les
aconsejaron que se lo cambiaran,
pero Gudrun se resistió; mantuvo el
apellido Himmler, y cuando le
preguntaban sobre la ocupación de
su padre, contestaba: “Era el jefe de
las SS”.
Tuvo problemas para ser admitida en
la escuela y en la universidad y perdió
varios trabajos debido a su apellido,
pero se negó en redondo a
modificarlo; por voluntad propia se
convirtió en una especie de mártir del
nazismo. Con el tiempo se casó y
pasó a llamarse Gudrun Burwitz. Tuvo
varios hijos y fue una típica madre de
familia alemana, con un hobby muy
especial: Gudrun Burwitz es el alma de
una organización de apoyo a los
exmiembros del régimen nazi
denominada Stille Hilfe (ayuda
tranquila), que les presta ayuda
financiera, médica y legal, tanto en
Alemania como en otros países donde
buscaron refugio los nazis prófugos.
Stille Hilfe nació en 1951 como una
organización humanitaria, promovida
por la aristocracia nazi, la Iglesia
católica y la protestante, que contó
con el beneplácito del papa Pío XII,
de un obispo y del sacerdote
responsable de Cáritas de Alemania.
Dispone de amplios recursos y más de
un millar de benefactores. Gudrun
Burwitz es asidua a los mítines
neonazis y ha consagrado su vida a
rehabilitar la figura de su padre y a
glorificar su memoria. Es una nazi
convencida; para ella, su padre no fue
culpable, sino víctima. Al parecer, tiene
mal carácter, es una mujer áspera,
desabrida y terca que ha hecho de su
vida una cruzada: Gudrun Himmler
contra el mundo.

Artículo de CLARA USÓN. Publicado en
diario El País (10-05-2012)