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6/1/15

Los gladiadores

Los gladiadores eran considerados por el romano de a pie como unos seres infames pertenecientes a la clase más baja de la sociedad ya que en su mayoría, si exceptuamos a los que se dedicaban profesionalmente a ello, eran una panda de ladrones y asesinos destinados a una muerte rápida. Debido a ello, por ejemplo, eran enterrados aparte de las demás personas. Aún así, en torno a estos luchadores existía una especie de superstición como que si bebía la sangre caliente de un gladiador muerto también se absorbía su alma pudiendo de esta manera conseguir ipso facto la vitalidad del caído (que no parezca raro pues también las tribus indias tenían estas ideas).
De la misma manera si alguien se comía un trozo de su hígado también conseguía una fortaleza increíble. Incluso las propias armas de los gladiadores tenían propiedades mágicas ya que si una persona al casarse cortaba un mechón de pelo de la novia con una gladio de un luchador moribundo la felicidad de la pareja estaba garantizada de por vida. Y finalmente se sabe que para neutralizar el mal de ojo (fascinum) el romano podía utilizar amuletos en los que aparecieran símbolos de combate como por ejemplo tridentes, redes o gladius, o fieros animales que normalmente aparecían en los combates matutinos (venationes).

17/11/14

LA CAPILLA SIXTINA

La Capilla Sixtina fue construida entre 1471 y 1483 por orden del Papa Sixto IV, al que debe su nombre. Fue el resultado de rehabilitar y ampliar la Capilla Magna, antigua aula medieval fortificada donde tenían lugar las reuniones de la corte papal y, desde aquel momento, se convertiría en la sede de la elección de cada Papa en el cónclave del Colegio cardenalicio.
Y como Sixto IV era de los que pensaba que la historia le juzgaría por sus obras -de arte, que no por su forma de obrar-, encargó los frescos de la capilla a los pintores
florentinos más famosos: Sandro Botticelli, Domenico Ghirlandaio, Cosimo Rosselli, Pietro Perugino… En 1483 se inauguró la capilla con una ceremonia en la que fue consagrada y dedicada a la Virgen María.
La tradición católica sitúa la Basílica de San Pedro sobre la tumba del primer obispo de Roma, San Pedro.
La construcción del actual edificio, sobre una basílica del siglo IV en la época del emperador Constantino el Grande, comenzó en 1506 por orden del Papa Julio II, sobrino de Sixto IV, y finalizó en 1626. En el haber de Julio II también hay que añadir el hecho de que ordenase al gran Miguel Ángel la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina. Aunque en un principio se mostró reticente,
aceptó el encargo cuando consiguió del Papa libertad creativa: un conjunto de pinturas al fresco en las que se representa la historia del mundo y del cosmos antes de Jesucristo.
Harto difícil cuantificar el enorme coste de estas dos emblemáticas construcciones pero, cual político español con sus proyectos aeroportuarios, nada iba a detener los aires de grandeza de tío y sobrino… y menos la financiación.
Sixto IV fue un adelantado a su tiempo, ya que legalizó la prostitución en Roma -si entendemos por legalizar gravar la actividad con un impuesto-. Todas las prostitutas debían pagar un tributo para ejercer su profesión y, visto que aquello reportaba pingües beneficios, decidió ampliar aquel impuesto a todos los miembros del clero que mantuviesen barraganas y a los miembros de la nobleza que quisiesen tener libre acceso a la cama de alguna joven doncella. Pero todavía quedaba su obra maestra: la venta de indulgencias. Según la RAE, las indulgencias son la remisión ante Dios de la pena temporal correspondiente a los pecados ya perdonados, que se obtiene por mediación de la Iglesia; en palabras de Sixto IV…
Los que murieron en la luz de la caridad de Cristo pueden ser ayudados por las oraciones de los vivos. Y no sólo eso. Si se dieren limosnas para las necesidades de la Iglesia, las almas ganarán la
indulgencia de Dios.
Se convirtió en un auténtico mercado en el que el Papa obtenía
financiación y los compradores el perdón de sus pecados. Pero Sixto fue un poco más allá, también podía sacar tajada con los muertos. Hasta la fecha, los beneficiarios de las indulgencias eran los vivos, pero ahora los vivos podían comprar un pasaje en un crucero de lujo para que sus difuntos saliesen del aterrador purgatorio, donde se redimían las penas, y alcanzar el paraíso celestial. Otra ventaja de este mercado, a diferencia de anteriores Papas que vendieron reliquias más falsas que Judas u obtenidas de expoliar tumbas de santos, era que al no entregar nada a cambio era un producto inagotable. Una legión de clérigos recorrieron ciudades y pueblos vendiendo humo que los temerosos de Dios compraban en beneficio de sus difuntos.
A Julio II, el Papa Guerrero, más que un líder de la Iglesia se le podía considerar un monarca. Gustaba vestir la armadura y beber con sus soldados; luchó contra los Borgia y sus aliados, contra Venecia y contra los franceses. Estas guerras implicaban un preciado botín que en buena parte fueron destinados a financiar las obras arquitectónicas y contratar a los mejores artistas de la época. Además, y siguiendo los pasos
de su tío, también obtuvo importantes ingresos de la prostitución pero añadiendo otra fuente: creó su propio burdel. E incluso parece que Julio II era el que hacía los castings para contratar a los/las profesionales. En 1508, el día de Viernes Santo, no se permitió besar los pies del Papa por las ulceraciones que los cubrían, propias del morbo gálico o mal francés.
Murió de sífilis, quizás contraída en los castings.

Fuentes: De lo humano y lo divino,
Los Papas y el Sexo – Eric Frattini

13/8/14

Columbario fúnebre de Palmira

Se le ha dado el nombre de columbario a los nichos destinados a contener las urnas cinerarias en los sepulcros de familia de los romanos. La palabra columbarium significa propiamente palomar y de su similitud con los palomares proviene este término. Estos sepulcros colectivos fueron ordinariamente de forma cuadrangular, con partes salientes sobre cada frente, las unascuadradas y las otras en hemiciclo. En el interior de las paredes se encontraban una multitud de pequeños nichos de forma semicircular, y redondeados a manera de bóveda en la parte superior, exactamente como los nichos de un palomar. Estos nichos estaban dispuestos en líneas horizontales, separadas por un cimacio. El número de los pisos difería según la altura de las bóvedas, pero era muchas veces de ocho o nueve. En este caso, encima de las cinco primeras hileras, dominaba un ancho entablamento, formando galería, para facilitar la aproximación de los nichos más elevados. Cada nicho contenía una y algunas veces dos urnas cinerarias embutidas hasta su orificio en sentido opuesto desde la entrada del nicho. Una plancha de mármol, sobre la cual estaban grabados el nombre y la cualidad del muerto, se fijaba por dos clavos de hierro o de acero encima del nicho. Con frecuencia las tumbas de este género, notables exteriormente por sus vastas proporciones, se distinguían en el interior por una ornamentación lujosa, por el mármol que se extendía en el suelo, por el estuco que revestía la bóveda, ricamente pintada o esculpida.

8/6/14

TRATADO DE LETRAN

También conocidos como Pactos de Letrán o acuerdos lateranenses, fueron suscritos el 11 de febrero de 1929 entre el gobierno italiano y La iglesia católica.
El tratado de Letrán buscaba terminar con los desacuerdos entre la república italiana y la Santa Sede, iniciados durante el siglo XIX cuando la iglesia perdiera la mayor parte de sus estados pontificios durante las guerras de unificación italiana impulsadas por Víctor Manuel II.
El cardenal Pietro Gasparri , en nombre del Papa Pío XI, y Benito
Mussolini, secretario de estado del Santa Sede el primero y primer ministro de Italia el segundo, idearon tres acuerdos diferentes: el primero reconocía a la Santa Sede como estado independiente y soberano, naciendo así el Estado de la ciudad del Vaticano. Un segundo acuerdo pactaba un concordato entre el gobierno italiano y la iglesia, fijando los límites en sus relaciones civiles y religiosas. El tercer pacto otorgaba a la iglesia una compensación económica por las pérdidas sufridas en 1870.
La firma del tratado suponía el fin de las diferencias entre iglesia y estado. El Gobierno italiano daba el aval a catolicismo como religión única reconocía la personalidad internacional de la Santa Sede y le otorgaba plena propiedad y jurisdicción sobre el sus territorios en el creado Estado de la Ciudad del Vaticano. Se comprometía a la inviolabilidad de esos territorios y reconocía el carácter sagrado de la persona del Papa, así como las dignidades correspondientes a los altos prelados de la Iglesia católica.
También las propiedades del vaticano se reconocen como inviolables y soberanas: la Basílica de San Pedro, el conjunto de los palacios Vaticanos, Castelgandolfo, San Calixto, la Cancillería, las basílicas mayores y los edificios que la santa Sede destinaba a sus institutos y universidades.
La firma del concordato que reconocía “una iglesia libre dentro de un estado libre” obligó al papado a exigir a sus obispos y arzobispos la jura de lealtad al estado italiano antes de tomar sus cargos religiosos.
En dicha juramentación los prelados se comprometían a no intervenir en asuntos políticos.
El gobierno italiano, a su vez, dictó leyes sobre el matrimonio y el divorcio, ajustándolas a los criterios de la iglesia católica, eximiendo además a los miembros del clero del servicio militar obligatorio. Con estas medidas quedaba más que claro que el estado italiano reconocía a la iglesia católica como la iglesia del estado, dejando en sus manos buena parte del sistema educativo italiano.
El territorio del estado vaticano se fijo, gracias al tratado de Letrán en 44 hectáreas sobre las que tenía dominio total el Papa.
Entre otras medidas acordadas en el Tratado estuvieron: el reconocimiento de Roma como lugar de peregrinación y centro del mundo católico; la obligación de que los obispos fuese italianos y hablaran ese idioma.
También se le reconocía validez civil al matrimonio religioso, cuya nulificación recaía exclusivamente en la iglesia.
La iglesia podía abrir escuelas y participar de la enseñanza primaria y secundaria. En uno de los artículos se les concedía a los obispos el derecho a contratar y despedir maestros y dar su aprobación a los libros de texto.
En 1985 se firmó un nuevo concordato, con lo que el Tratado sufrió notables cambios. El catolicismo perdió su estatus como la religión oficial del estado italiano y la educación dejó de ser obligatoriamente religiosa , con lo que la influencia de la iglesia católica perdió fuerza en los territorios italianos. En los nuevos acuerdos, la exención de impuestos de la que gozaban las instituciones religiosas se perdió.También perdieron el control sobre las catacumbas judías.

Imagen: Cardenal Pietro Gasparri y el Duce Benito Mussolini firman los pactos de Letrán. Febrero de 1929.

9/3/12

PANEM ET CIRCENSES

Los emperadores se consideraban
“amigos del pueblo”. Ellos sabían lo
que tenían que dar a la plebe para que
ésta les mostrase verdadera adoración.
Juvenal lo dice bien claro: “la plebe
sólo desea con codiciosa ansiedad dos
cosas: pan y circo -panem et
circenses-”. Los excesos de un Calígula
y un Nerón en nada afectaban al
populacho mientras se repartiera trigo
y se organizaran de tanto en tanto
unos buenos combates de gladiadores
o batallas simuladas.
En el año 70 el príncipe Tito destruyó
Jerusalén y, cuando accedió al trono
construyó el anfiteatro Flavio, el mayor
del mundo, llamado a partir de la Edad
Media Coliseo debido probablemente
a que muy cerca se encontraba una
estatua de Nerón de 36 metros de
altura conocida como “el coloso”.
A parte de las mensuales
distribuciones de alimentos que se
hacían desde el Pórtico de Minucius,
los emperadores tenían que distribuir
también diversión. En Roma la mitad
de la población no trabajaba y la otra
mitad quedaba libre después del
mediodía. El tiempo de ocio era pues,
mucho, y las personas que entretener,
alrededor de trescientas mil. El régimen
imperial había cortado la ilusión
política de muchos de aquellos
ciudadanos ociosos, los cargos
políticos estaban repartidos entre los
funcionarios imperiales y la antigua
ocupación política de los hombres
libres había que reconvertirla en
diversión. Los diversos espectáculos,
costeados por los emperadores,
vinieron a ocupar la inactividad y a
ocupar el tiempo libre. Dion Casio
cuenta que en cierta ocasión que
Augusto le reprendió al pantomimo
Pylades por alborotar Roma, él le
contestó: “César, te conviene que el
pueblo se interese por nosotros”.
Los espectáculos servían también para
popularizar a los emperadores. Ellos
participaban con toda la pompa de su
realeza en aquellos eventos, disponían
de un lugar privilegiado (el pulvinar
imperial), desde donde entraban en
contacto con su pueblo: se
apasionaban, sufrían, reían y lloraban
con él. Próximo y distante, humano y
divino al mismo tiempo, el césar sentía
al pueblo y el pueblo a su césar. Él era
el artífice de aquel espectáculo, él
había corrido con los gastos y el
público lo adoraba por ello. Era la
hora del pueblo y los emperadores lo
sabían, por eso aprovechaban para
hacerse presentes en medio de la
turba.
El espectáculo preferente, más que el
teatro e incluso que la lucha de
gladiadores, eran las carreras en el
circo. Roma disponía de un lugar
privilegiado para llevarlas a término
con toda la grandiosidad requerida. Se
trataba del Circo Máximo, remodelado
y engrandecido en diversas ocasiones.
Como ningún emperador quiso ser
menos que su antecesor, las carreras
llegaron a ocupar toda la jornada, de
tal forma que podemos imaginar el
circo como una gran ciudad dentro de
Roma, donde miles de personas
pasaban el día. Por esa razón el circo
contaba con tiendas, restaurantes,
tabernas, casas de apuestas y
prostíbulos. Todo lo que un romano
podía necesitar para pasárselo
bien...pero también había reparto de
diferentes comidas gratis.
Las carreras del circo se completaban
con el teatro y los espectáculos del
grandioso Coliseo: las luchas de
gladiadores, las naumachiae
(representaciones de batallas navales)
y las venationes (espectáculos con
animales).
El Coliseo, al igual que el Circo Máximo
y la infinidad de circos, anfiteatros y
teatros que salpicaban todo el Imperio
son una muestra de que el pueblo
romano no sólo necesitaba satisfacer
el estómago, sino también alimentar el
ocio, ese tiempo insulso e
incontrolable tan peligroso para los
que quieren gobernar sin contar con
los gobernados.