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7/5/12

Teodora de Bizancio (502-548) segunda parte

Para regocijo de
todos los que tan íntimamente la
habían "conocido", no pasó mucho
tiempo, sin que la antigua prostituta
fuera elevada a la alta dignidad de
patricia. Eso suponía, claro está, que
Teodora podía por fín ocupar el palco
reservado a las mujeres nobles en el
Hipódromo. Atrás quedaban los
tiempos de los subterráneos fétidos,
los manoseos de su cuerpo y la
humillación del día en que fue
"suplicante". Pero todo lo alcanzado,
con ser tanto, no era suficiente para
Teodora. Quería ser la esposa de
Justiniano, cosa imposible puesto que
la ley, en este punto, era tajante:
prostitutas y artistas del teatro no
podían casarse con nobles.
Su amante, loco de pasión, se hubiera
saltado la ley, y es de suponer que su
complaciente tío y emperador, hubiese
consentido en ello, pero la emperatriz
Eufemia, de firmes convicciones
religiosas y morales, estaba decidida a
impedirlo. Asi pues, Justino, con tal de
no atraerse las furias de su esposa, no
dió su consentimiento. No hubo boda,
pero por poco tiempo: Eufemia falleció
al poco y por causas naturales,
dejando el camino libre y sin
obstáculos.
El mismo año, el emperador Justino no
deroga la ley discriminatoria, sino que
la "interrumpe" el tiempo suficiente
para que su sobrino y Teodora puedan
consagrar su unión ante Dios. Tres
años más tarde, el emperador decide
compartir la pesada carga del
gobierno con Justiniano, asociándole al
trono y coronándole emperador.
Teodora ya está al pie del trono.
Cuatro meses más tarde, fallece Justino
y Justiniano asume todas las
atribuciones de "Basileus" a sus 45
años; Teodora, convertida por fin en
emperatriz consorte, tiene entonces 27
primaveras.
Teodora, Emperatriz consorte de
Bizancio
Pero la historia no acaba ahí, aunque
parezca que con su ascenso en el
exclusivista olimpo de las testas
coronadas, se cumpla su increíble
destino. Teodora quería llegar al trono,
pero no para usufructuarlo, sino para
"gobernar". Cierto que se excedió en
sus venganzas y, junto a su marido,
expolió al pueblo con impuestos para
financiar las faraónicas obras que los
dos concibieron y realizaron; entre
ellas, el templo de Santa Sofía, el más
bello de la cristiandad. Pero cierto
también que las leyes que propició son
motivo de admiración aún hoy.
En el "Corpus Juris Civilis", magna
compilación legal de Justiniano, está la
mano, el cerebro y el corazón de
Teodora; en especial en el apartado de
"la familia y la propiedad privada". Por
su directa intervención, los juristas que
conformaron el "Corpus" derogaron -
para siempre- la inicua ley que impedía
la unión entre artistas y prostitutas con
los hombres, fuesen o no nobles, que
libremente desearan desposarlas.
Logró también que se incluyera la
persecución del proxenetismo (antes
protegido por la ley) y la declaración
de que la prostitución es "un agravio a
la dignidad de las mujeres".
En contra de lo que todas las
legislaciones establecían, Teodora
logra dar fuerza legal al principio de
que los hijos tienen los mismos
derechos, incluso ante la herencia,
hayan nacido legítimos o ilegítimos.
Hay que tener en cuenta que esta
igualdad se ha logrado en la mayoría
de los países durante el siglo XX, y que
Teodora la postuló y llevó a cabo hace
nada menos que 1.500 años!
Más allá de las leyes, realizó una
persistente y eficaz campaña para
erradicar la prostitución. Nadie mejor
que ella conocía el sufrimiento que
engendra. Las prostitutas fueron
invitadas a dejar su oficio en el plazo
de 3 meses; de no hacerlo, eran
encerradas en una residencia llamada
"Castillo del Arrepentimiento". En
cuanto a las que elegían casarse, la
emperatriz se encargaba
personalmente de concederles una
generosa dote.
Por aquellos tiempos, los hombres
apaleaban, engañaban, repudiaban a
sus mujeres: hacían cuanto se les
antojaba con ellas. Con Teodora, éstas
pudieron tomarse un desquite.
Fémina que llegara hasta palacio para
presentar una queja contra marido,
padre o hermano podía tener la
seguridad de que sería escuchada y de
que el agravio del cual era víctima, no
quedaría impune. Evidentemente, las
mujeres bizantinas, fuertes de esa
protección imperial, se vengaron y
engañaron a sus maridos
descaradamente, a sabiendas de que
si éstos se propasasen con ellas,
darían con sus huesos en la cárcel.
Pero los impuestos y los excesos
cometidos por más de un alto
funcionario imperial, llevaron al pueblo
a la insurrección. En el año 532, y al
grito de "Nika!" (Victoria), las turbas se
hicieron con el control de
Constantinopla, matando y quemando
a discreción. Todo parecía perdido
para el emperador; tenía un puñado
de soldados fieles pero sus enemigos
eran decenas de miles.
Con el palacio imperial quemado en
parte por la chusma, se celebró una
tensa reunión entre Justiniano, los
jefes militares fieles y los ministros. La
mayoría opinaba que el monarca debía
abandonar la capital y refugiarse en la
costa asiática y, desde allí, intentar la
resistencia. A punto de ceder, intervino
inopinadamente Teodora, irrumpiendo
en la sala y yendo contra la costumbre
de que la emperatriz interrumpiera una
sesión del consejo y, mucho más, que
hablase. Pero Teodora no se paró en
formalismos. Con voz clara y firme,
mirando cara a cara a Justiniano, dijo:
- "Sobre si está bien visto o no que una
mujer se presente ante hombres o se
atreva a mostrarse cuando otros
vacilan, no creo que sea éste el
momento más apropiado, ante la
presente crisis, para discutir un punto
de vista u otro. Pero cuando una causa
corre el máximo peligro hay un solo y
verdadero camino a seguir: aprovechar
lo máximo posible la situación actual.
Creo que en estos momentos la huída
es inapropiada, incluso si lleva consigo
la salvación. Una vez que un hombre
ha nacido a la luz es inevitable que
tendrá que enfrentarse con la muerte,
pero un emperador no puede soportar
el verse convertido en fugitivo.
Emperador, si quieres huir en busca de
la salvación, te resultará fácil; tenemos
dinero en abundancia, a la vista está el
mar, aquí están los barcos. Sin
embargo, en lo que a mi respecta, aún
creo en el viejo proverbio de que la
realeza es una excelente mortaja."
Humillados por una mujer, los
ministros derrotistas enmudecieron y
habló el valiente general Belisario,
obteniendo la inmediata aprobación
del atónito Justiniano para su plan
represivo. Según algunos historiadores,
más de 20.000 murieron en esa
jornada, pero la sublevación fue
totalmente vencida y salvado el trono
bizantino. Y todo gracias, no al insigne
Justiniano, sino a Teodora, la antigua
"ramera", que vivió, reinó y gobernó,
junto con su marido, durante 16 años
más. Finalmente, en el año 548, un
cáncer de mama acabó con su vida, no
sin antes haber casado a su sobrina
predilecta, Sofía, con el sobrino
favorito de Justiniano, Justino. A la
muerte del "Basileus", la pareja
heredaría el trono.
Cuando fue prostituta, fue la mejor;
cuando emperatriz, superó al gran
Justiniano. Más tarde la Iglesia la haría
Santa Teodora Emperatriz.
Fuente: Curiosidades de la realeza.

Teodora de Bizancio (502-548) primera parte

En la historia hay seres que nos
asombran y Teodora de Bizancio es
uno de ellos. No existe "culebrón", por
muy exagerado que sea, que pueda
competir con el alucinante destino de
nuestra protagonista. Ya es mucho que
empezara siendo prostituta y terminase
emperatriz, pero es que, además, fue
la mejor como prostituta y una de las
grandes gobernantes de toda la
Historia como emperatriz.
En alguna parte de la costa asiática de
Turquía o de las islas cercanas nació,
en el siglo VI d.C., Teodora, hija de
Acacio. Como miles de hombres y
mujeres en permanente lucha contra la
miseria y el hambre, ella, sus padres y
sus dos hermanas, dejaron la aldea
natal y marcharon hacia la capital del
Imperio Bizantino, Constantinopla. El
centro vital de la capital era el
Hipódromo, donde combatían
gladiadores, competían cuádrigas y se
exhibían animales exóticos, y a él
acudió en busca de trabajo el humilde
Acacio. Lo consiguió como ayudante
del cuidador de osos de los Verdes,
una de las dos facciones (la otra eran
los Azules), en las que se dividían los
aficionados al circo.
El padre de Teodora era un excelente
trabajador, que realizaba su tarea a
total satisfacción de sus jefes y de los
osos, por lo que pronto fue ascendido
a cuidador titular, gracias a lo cual la
familia empezó a salir de su miserable
situación. Desgraciadamente, las
alegrías de los pobres suelen durar
poco. Acacio murió y su viuda,
nuevamente casada, no consiguió que
se otorgara a su segundo marido el
puesto del primero, a pesar de que así
lo exigía la costumbre y la tradición.
Ante la certeza de volver a caer en su
antigua y penosa situación, la dolorida
madre reunió a sus tres hijas, adornó
sus cabezas con guirnaldas y flores en
las manos para que se las identificara
como "suplicantes", irrumpió con ellas
en la pista central del Hipódromo,
entre dos carreras, y contó sus
desgracias, pidiendo a gritos ayuda a
los jefes de los Verdes, facción para la
que trabajó su difunto y primer marido
Acacio. Curiosamente, no la obtuvo de
aquellos pero sí de los Azules (que la
ayudaron para poner en ridículo a sus
rivales), convirtiéndose el padrastro de
Teodora en cuidador de osos de la
facción que representaba los intereses
del emperador, de la nobleza y el
clero. Junto con sus hermanas, la niña
Teodora deambulaba por los siniestros
subterráneos del Hipódromo,
conociendo y sufriendo desde su
primera infancia las más bajas
pasiones humanas.
Para que las niñas muy pobres
pudieran mejorar su situación, no
habían más caminos que el teatro o la
prostitución; actividades que, sea dicho
de paso, en la Constantinopla de
aquella época, estaban íntimamente
ligadas.
Cuando la mayor de las tres, Comito,
llegó a la pubertad, su madre la
introdujo en el teatro. Junto a ella, el
público se acostumbró a ver a una
niña de unos diez años que arrastraba
el taburete en el que se sentaba la
artista durante sus representaciones.
Era Teodora, que de tan humilde
manera empezaba a acostumbrarse a
pisar los escenarios. Pronto, ella misma
empezó a actuar, sin haber alcanzado
aún la pubertad. No tocaba la flauta ni
el arpa, tenía una figura esmirriada y
decía mal sus textos, pero... enseguida
gustó. ¿Por qué? sencillamente porque
Teodora tenía el don de excitar a los
hombres. Contaba chistes obscenos,
se contorsionaba lúbricamente y, lo
más importante, se presentaba en el
escenario cubierta tan solo con un
taparrabos. Debía causar sensación,
no hay duda, para que el público se
olvidase de su paupérrima actuación
como actriz.
Inteligente y ambiciosa, llegaba
siempre un poco más lejos en sus
representaciones para gustar más
excitando mejor.
Un buen día, montó un número que la
propulsó hacia las puertas de la fama.
Apareció en el escenario con su
habitual escasez de ropa y, sin saludo
ni palabra alguna, se dejó caer sobre el
piso de piedra, con las piernas
entreabiertas y la mirada perdida en el
cielo que servía de techo al
improvisado teatro en el que actuaba.
Los espectadores contenían la
respiración en espera de lo que iba a
suceder..., y lo que sucedió estuvo lejos
de defraudarlos. Entraron varios
esclavos portando pequeños sacos
llenos de granos de cebada y
esparcieron su contenido sobre el
cuerpo yacente; especialmente sobre
senos, muslos y sexo. Y ante la
sorpresa del público enmudecido,
empujados por los esclavos,
irrumpieron seis a siete gansos que,
como se puede imaginar, se lanzaron
con furioso entusiasmo a devorar los
granos. Con gestos y contracciones,
Teodora supo transmitir muy bien las
supuestas sensaciones que el picoteo
le producía y, pronto salido de su
mudez, el auditorio estalló en rugidos.
A partir de ese día, Teodora fue
invitada de honor en las fiestas
llamadas "comunitarias", que
organizaban los jóvenes nobles y los
ricos.
Tenía fama en ellas, la chica, además
de bailar y contar chistes, de ser capaz
de satisfacer plenamente a anfitriones
e invitados, aunque su número, como
pasó en una ocasión, alcanzara la
treintena. Realizando tales proezas
artísticas y gimnásticas, no puede
extrañar que, con apenas 16 años,
Teodora fuera la prostituta mejor
pagada y celebrada de Constantinopla.
De sus ingresos tenía que entregar una
generosa cantidad al maestro de
danzas de los Azules ( una especie de
impuesto de protección, pero muy
legal). Cuando alcanzó el éxito y, con
él, le llegó el dinero, la muchacha
buscó independizarse. Convenció a su
íntima amiga Antonina y, en compañía
de otras dos chicas, abrió su propia
"casa" que pronto fue una de las más
acreditadas de la capital. El mejor
burdel del Imperio, hablando claro.
Sin embargo, y sin que se entienda el
motivo, cuando estaba ganando
mucho dinero y afianzando su
nombre, se dejó convencer por el
recién nombrado gobernador de la
africana provincia de Pentápolis y se
fue con él a tan remoto lugar en
calidad de "amante oficial". La
experiencia se tradujo en un rotundo
fracaso y, fruto de ésta, trajo al mundo
una niña que acabaría por dejar en
Pentápolis, y un larguísimo camino de
vuelta a Constantinopla. A pesar de
ello, fue en ese camino donde se
produjo la inflexión de su vida.
Dando tumbos de lecho en lecho, llegó
a Alejandría y allí conoció al hombre
que, junto a Justiniano, más influiría en
ella. No era, como cabría suponer, un
rico libidinoso, sino un santo hombre
de iglesia llamado Severo, ex-patriarca
de Antioquía, que Roma separó de su
alto cargo por defender la herejía
monofisita (que sostenía la existencia
de una sola naturaleza, la divina, en
Cristo). Recuérdese que durante los
más de 1.000 años que duró el
Imperio Bizantino, la principal
preocupación de sus habitantes no fue
el peligro turco o los placeres del
lecho ni el Hipódromo, sino las
discusiones teológicas en general y las
referidas a las naturalezas de Cristo en
particular.
Severo era hombre de gran sabiduría,
primera autoridad en la Patrística y
experto en las Sagradas Escrituras. De
hecho, sus escritos aún perduran.
Hasta ese santo y eminente personaje
llegó Teodora con toda su carga de
humanas miserias, y fue escuchada
por él no una, sino muchas veces. Por
primera vez la "ramera" podía hablar
con un hombre que no deseaba su
cuerpo, y aprovechó la oportunidad.
En él volcó todos sus pecados y
humillaciones y sufrimientos, pero
también sus ideales, sus ambiciones y
sus sueños. Mucho y bueno debió de
ver en ella el patriarca, porque pasó
horas y horas en su compañía. Cuando
Teodora dejó Alejandría para continuar
su viaje a Constantinopla, se llevaba
con ella la semilla del monofisismo,
que arraigaría para siempre en su
espíritu.
Tras sufrimientos indecibles, 3 años
después de su marcha, Teodora llegó
por fin a Constantinopla, preparada
para encontrarse con su destino.
Su amiga y socia Antonina había
logrado enamorar al joven y victorioso
general Belisario, íntimo amigo del
sobrino del nuevo emperador, Justino.
Este sobrino, a quien el emperador
había rebautizado Justiniano, era
hombre de cultura y ambición
suficientes para desear ocupar el trono
cuando su tío, ya sexagenario, muriera.
Desde su regreso, Teodora convivía
con sus antiguas amigas en el burdel
que también había sido de ella, pero
no participaba en fiestas ni aceptaba la
compañía de hombres. Para sorpresa
de toda la ciudad, pasaba los días
hilando en una rueca. Aceptó, sin
embargo, la invitación de Antonina
para conocer a Justiniano, llevado al
burdel por su amigo Belisario. Y
ocurrió lo imprevisible.
Justiniano, hombre de mil amantes,
religioso hasta el fanatismo y amigo de
todos los placeres, compendio fiel del
bizantino de su época, se enamoró de
la prostituta a la que decenas y
decenas de hombres habían poseído.
Aunque hay que convenir que lo
imprevisible ocurría frecuentemente en
Constantinopla, porque Belisario
también se enamoró de la no menos
prostituta Antonina.
Justiniano pronto hizo su amante a
Teodora y, tras unas semanas de
breves encuentros, la instaló en su
lujosa residencia. Continuara..