2/3/12

¿QUIÉN FUE, EN SU OPINIÓN, EL CIENTÍFICO MÁS GRANDE QUE JAMÁS EXISTIÓ?

Si la pregunta fuese «¿Quién fue el
segundo científico más grande?» sería
imposible de contestar. Hay por lo
menos una docena de hombres que,
en mi opinión, podrían aspirar a esa
segunda plaza. Entre ellos figurarían,
por ejemplo, Albert Einstein, Ernest
Rutherford, Niels Bohr, Louis Pasteur,
Charles Darwin, Galileo Galilei, Clerk
Maxwell, Arquímedes y otros.
Incluso es muy probable que ni
siquiera exista eso que hemos llamado
el segundo científico más grande. Las
credenciales de tantos y tantos son tan
buenas y la dificultad de distinguir
niveles de mérito es tan grande, que al
final quizá tendríamos que declarar un
empate entre diez o doce.
Pero como la pregunta es «¿Quién es
el más grande?», no hay problema
alguno. En mi opinión, la mayoría de
los historiadores de la ciencia no
dudarían en afirmar que Isaac Newton
fue el talento científico más grande
que jamás haya visto el mundo. Tenía
sus faltas, viva el cielo: era un mal
conferenciante, tenía algo de cobarde
moral y de llorón autocompasivo y de
vez en cuando era víctima de serias
depresiones. Pero como científico no
tenía igual.
Fundó las matemáticas superiores
después de elaborar el cálculo. Fundó
la óptica moderna mediante sus
experimentos de descomponer la luz
blanca en los colores del espectro.
Fundó la física moderna al establecer
las leyes del movimiento y deducir sus
consecuencias. Fundó la astronomía
moderna estableciendo la ley de la
gravitación universal.
Cualquiera de estas cuatro hazañas
habría bastado por sí sola para
distinguirle como científico de
importancia capital. Las cuatro juntas le
colocan en primer lugar de modo
incuestionable.
Pero no son sólo sus descubrimientos
lo que hay que destacar en la figura de
Newton. Más importante aún fue su
manera de presentarlos.
Los antiguos griegos habían reunido
una cantidad ingente de pensamiento
científico y filosófico. Los nombres de
Platón, Aristóteles, Euclides,
Arquímedes y Ptolomeo habían
descollado durante dos mil años como
gigantes sobre las generaciones
siguientes. Los grandes pensadores
árabes y europeos echaron mano de
los griegos y apenas osaron exponer
una idea propia sin refrendarla con
alguna referencia a los antiguos.
Aristóteles, en particular, fue el
«maestro de aquellos que saben».
Durante los siglos XVI y XVII, una serie
de experimentadores, como Galileo y
Robert Boyle, demostraron que los
antiguos griegos no siempre dieron
con la respuesta correcta. Galileo, por
ejemplo, tiró abajo las ideas de
Aristóteles acerca de la física,
efectuando el trabajo que Newton
resumió más tarde en sus tres leyes del
movimiento. No obstante, los
intelectuales europeos siguieron sin
atreverse a romper con los durante
tanto tiempo idolatrados griegos.
Luego, en 1687 publicó Newton sus
Principia Mathematica, en latín (el libro
científico más grande jamás escrito,
según la mayoría de los científicos). Allí
presentó sus leyes del movimiento, su
teoría de la gravitación y muchas otras
cosas, utilizando las matemáticas en el
estilo estrictamente griego y
organizando todo de manera
impecablemente elegante. Quienes
leyeron el libro tuvieron que admitir
que al fin se hallaban ante una mente
igual o superior a cualquiera de las de
la Antigüedad, y que la visión del
mundo que presentaba era hermosa,
completa e infinitamente superior en
racionalidad e inevitabilidad a todo lo
que contenían los libros griegos.
Ese hombre y ese libro destruyeron la
influencia paralizante de los antiguos y
rompieron para siempre el complejo
de inferioridad intelectual del hombre
moderno.
Tras la muerte de Newton, Alexander
Pope lo resumió todo en dos líneas:
“La Naturaleza y sus leyes permanecían
ocultas en la noche. Dijo Dios: ¡Sea
Newton! Y todo fue luz.”
INFO: En 1965 el genial escritor y
divulgador científico Isaac Asimov
aceptó una oferta de la revista “Science
Digest” que consistía en responder a
preguntas formuladas por sus lectores
brevemente, en torno a 500 palabras.
Lo que un principio iba a ser una
colaboracion esporádica terminó
siendo algo mensual. Ocho años
despues, en 1973, había realizado mas
de cien entregas y decidió publicarlas
junticas en un libro, que se llamó como
la sección, “Please Explain” (Por favor,
explique) y que fue publicado por la
Editorial Houghton Mifflin Company.

FUENTE: 1973. Asimov, Isaac: “100
preguntas básicas sobre la Ciencia”.
Alianza Editorial S.A.