14/3/12

"EL SILENCIO DE LAS SIRENAS"

Existen métodos insuficientes, casi
pueriles, que también pueden servir
para la salvación. He aquí la prueba:
Para protegerse del canto de las
sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera
y se hizo encadenar al mástil de la
nave. Aunque todo el mundo sabía
que este recurso era ineficaz, muchos
navegantes podían haber hecho lo
mismo, excepto aquellos que eran
atraídos por las sirenas ya desde lejos.
El canto de las sirenas lo traspasaba
todo, la pasión de los seducidos
habría hecho saltar prisiones más
fuertes que mástiles y cadenas. Ulises
no pensó en eso, si bien quizá alguna
vez, algo había llegado a sus oídos. Se
confió por completo en aquel puñado
de cera y en el manojo de cadenas.
Contento con sus pequeñas
estratagemas, navegó en pos de las
sirenas con alegría inocente.
Sin embargo, las sirenas poseen un
arma mucho más terrible que el canto:
su silencio. No sucedió en realidad,
pero es probable que alguien se
hubiera salvado alguna vez de sus
cantos, aunque nunca de su silencio.
Ningún sentimiento terreno puede
equipararse a la vanidad de haberlas
vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no
cantaron cuando pasó Ulises; tal vez
porque creyeron que a aquel enemigo
sólo podía herirlo el silencio, tal vez
porque el espectáculo de felicidad en
el rostro de Ulises, quien sólo pensaba
en ceras y cadenas, les hizo olvidar
toda canción.
Ulises (para expresarlo de alguna
manera) no oyó el silencio. Estaba
convencido de que ellas cantaban y
que sólo él estaba a salvo.
Fugazmente, vio primero las curvas de
sus cuellos, la respiración profunda,
los ojos llenos de lágrimas, los labios
entreabiertos. Creía que todo era parte
de la melodía que fluía sorda en torno
de él. El espectáculo comenzó a
desvanecerse pronto; las sirenas se
esfumaron de su horizonte personal, y
precisamente cuando se hallaba más
próximo, ya no supo más acerca de
ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se
estiraban, se contoneaban.
Desplegaban sus húmedas cabelleras
al viento, abrían sus garras acariciando
la roca. Ya no pretendían seducir, tan
sólo querían atrapar por un momento
más el fulgor de los grandes ojos de
Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido
conciencia, habrían desaparecido
aquel día. Pero ellas permanecieron y
Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la
historia. Se dice que Ulises era tan
astuto, tan ladino, que incluso los
dioses del destino eran incapaces de
penetrar en su fuero interno. Por más
que esto sea inconcebible para la
mente humana, tal vez Ulises supo del
silencio de las sirenas y tan sólo
representó tamaña farsa para ellas y
para los dioses, en cierta manera a
modo de escudo.

FRANZ KAFKA

Imagen: John William Waterhouse