31/3/12

SAWNEY BEANE Y SU CLAN CANIBAL

El Canibalismo, uno de los
comportamientos sociales más
horribles, pero que, a pesar de ser
tabú en muchas sociedades, ha
permanecido como comportamiento
ritual en otras.
Por eso no sorprende que en la
Escocia de finales del siglo XVI, que
emergía lentamente del caos de
guerras y conflictos nacionalistas, y
cuyas ciudades Edimburgo y Glasgow
se encontraban ya entre los mayores
centros culturales y económicos del
Reino Unido, hasta el propio rey se
sintiera horrorizado por las brutales
hazañas antropófagas de Sawney
Beane y su familia.
Hijo de un jardinero y nacido en las
cercanías de Edimburgo, en el
condado de East Lothian, Alexander
Sawney Beane decidió que el trabajo
no era para él, por lo que abandono
su casa y se mudo a la cercana
localidad de Ayrshire, donde conoció a
Agnes Douglas, una prostituta con la
que comenzó a convivir y que poco
más tarde fue acusada de bruja. Dada
la gravedad de los cargos tuvieron que
huir, emprendiendo viaje rumbo al
mar, con la intención de llegar a
Irlanda.
En su huida, mientras atravesaban las
llanuras desiertas de Galloway, cerca
del litoral, fueron sorprendidos por
una tormenta, por lo que tuvieron que
buscar refugio en una cueva bastante
profunda (se internaba cerca de un
kilometro para adentro). Allí
permanecerían durante 25 años.
Su vida en la cueva transcurrió con
relativa tranquilidad durante los
primeros años, dormían por el día y,
por la noche para no ser descubiertos,
asaltaban, robaban y después
asesinaban a los viajeros que pasaban
por las cercanías (era una de las rutas
más transitadas para viajar a Irlanda).
Pronto se dieron cuenta de que tenían
que hacer algo con los cadáveres, y
deciden esconderlos en el interior de
una cueva, cada vez más parecida a
una despensa.
¿Cuándo y porque exactamente decide
Sawney Beane alimentarse única y
exclusivamente de la carne de sus
víctimas?
Con el tiempo se fueron haciendo cada
vez más y más salvajes, comenzaron a
tener hijos -seis niñas y ocho niños-, y
con ellos la situación se tornó más
acuciante, ya que había más bocas que
alimentar. Si a ello sumamos los
dieciocho nietos y catorce nietas fruto
de las relaciones incestuosas entre los
miembros del clan, es de suponer que
con el tiempo deberían dar un paso
más para sobrevivir.
Y lo dieron, pues a los asesinatos
sumaron la antropofagia, llevando a
sus víctimas a la cueva para
despedazarlas y devorarlas.

Beane se aseguraba de no ser
descubierto al no dejar nunca con vida
a sus víctimas. Deshacerse de los
cuerpos no presentaba gran problema,
ya que eran devorados por la familia.
Cuando había demasiadas provisiones
se salaban las partes dignas de
conservarse. Los huesos, la piel y las
cabelleras servían de elementos
decorativos. Los restos de los cuerpos
que no eran consumidos ni
aprovechados, eran arrojados al mar y
devueltos por la marea a las playas
cercanas.
Según fueron siendo hallados, en los
pueblos de los alrededores se
comenzó a hablar de la existencia de
lobos, de hombres lobo e incluso de
demonios; frenéticos y aterrorizados,
los vecinos comenzaron las pesquisas
para intentar encontrar a los culpables
y con ellas comenzaron también los
errores, pues hubo numerosas
personas que fueron condenadas a
muerte sin ser, obviamente, los
causantes.
Pero la fortuna de los Beane dio un
giro cuando, una noche, atacaron a un
matrimonio que regresaba a su casa a
lomos de su caballo después de haber
estado en una feria. El hombre,
experto en el uso de las armas se
defendió con su sable y su pistola,
pero no pudo evitar que su mujer
fuera capturada y muerta allí mismo. El
combate cesó cuando, otro numeroso
grupo de personas que iban por el
mismo camino vio lo que ocurría y
consiguieron poner a la familia Beane
pies en polvorosa. Consiguieron
escapar, sí, pero ya habían sido
descubiertos.
Pocos días después, una partida de
400 hombres dirigida por el mismísimo
rey Jacobo VI de Escocia comenzó su
búsqueda. Los sabuesos señalaban
con furiosos ladridos la entrada de la
cueva, y aunque se estuvo a punto de
no entrar por la dificultad para acceder
a ella, cuando el monarca, junto con
varios hombres, fueron avanzando en
su interior, la luz de las antorchas les
reveló un espectáculo dantesco:
miembros humanos colgados de las
paredes, otros en salazón, y las
pertenencias de aquellos pobres
desgraciados apiladas en un rincón.
Se encontraron frente a frente con
cuarenta y ocho seres humanos (más
o menos), veintisiete hombres y
veintiuna mujeres, de todas las edades,
semidesnudos, vestidos con andrajos,
sumidos en la oscuridad,
alimentándose de restos humanos,
dormitando sobre la roca, rodeados de
insectos y algunos famélicos perros.
Jacobo VI, el monarca que había unido
por fin las coronas de Escocia e
Inglaterra, cara a cara con una tribu de
hombres primitivos, algunos de los
cuales no sabían ni hablar.
Tras ser capturados, Sawney y su
familia fueron encerrados en la cárcel
de Edimburgo y trasladados
posteriormente a la de Glasgow,
donde fueron ejecutados sin juicio. En
un acto de crueldad similar a las
atrocidades cometidas por los Beane, a
los hombres les amputaron las
extremidades y se les dejó desangrar
en presencia de las mujeres. Ellas
fueron quemadas vivas en la hoguera.
No hubo arrepentimiento por parte de
los Beane
En la cercana localidad de Girvan
circula una leyenda que habla de una
mujer, hija mayor de Sawney, que
abandonó la cueva para instalarse allí,
integrándose perfectamente en la
sociedad, pero alguien descubrió su
ascendencia y fue ahorcada en un
árbol que ella misma había plantado.
Se dice que, desde entonces, quien se
para bajo él, puede escuchar el sonido
del cuerpo de la hija de Sawney
balanceándose. Conocido
popularmente como el árbol peludo,
se desconoce cuál pudo ser su
ubicación, aunque actualmente se está
investigando con el fin de atraer al
turismo.
Una horrible historia, qué duda cabe.
Sin embargo, hoy en día está
considerada más como un mito; no
hay constancia oficial de la existencia
de Sawney, aunque esto podría ser
normal debido a que en aquellos
tiempos aún no existía el censo, pero
tampoco hay ningún registro que
refleje las ejecuciones. Por otra parte,
la cárcel de Edimburgo, según sus
ruinas, era una torre, lo que hubiera
impedido encerrar y custodiar dentro
de ella a 48 personas.