19/3/12

LO QUE LE DEBO A LOS ANTIGUOS. De El ocaso de los Ídolos (1888)

Esta pequeña obra fue escrita por
Nietzsche en 1888, en una época que él mismo consideraba la más fecunda de su actividad filosófica. El fragmento que presentamos a continuación, correspondiente al último capítulo, nos ofrece la visión que el propio Nietzsche
tiene de su relación con los antiguos, destacando el haber sido el primero en comprender el instinto, rico y desbordante, de los antiguos griegos.
Y aquí va un fragmento:
Yo he sido el primero que, para
comprender el antiguo instinto de los
griegos, rico y desbordante, haya
tomado en serio aquel fenómeno
maravilloso que lleva el nombre de
Dionisos: sólo es concebible como un
exceso de fuerza. Quien, como jakob
Burckhardt, que hoy vive en Basilea,
sea un profundo conocedor de los
griegos, sabrá medir el valor de mi
aportación: Burckhardt agregó a su
Civilización de los griegos un capítulo
correspondiente al fenómeno
nombrado. Si se quiere contemplar lo
contrario, considérese la casi hilarante
pobreza de instinto de los filólogos
alemanes confrontados a Dionisos. El
famoso Lobeck por ejemplo -que con
la venerable seguridad de un gusano
disecado entre libros se introduce en
este mundo misterioso de estados de
ánimo y se persuade de que es
científico por mostrarse ligero y pueril
hasta la náusea- con todo el
despliegue de su erudición ha hecho
saber que todas estas curiosidades
están vacías de contenido. De hecho,
los sacerdotes de estas orgías podrían
haber comunicado a los participantes
algo no necesariamente desprovisto de
valor: que el vino despierta el placer,
por ejemplo, o que el hombre, bajo
ciertas circunstancias, puede vivir de
frutos, o que las plantas florecen en
primavera y se marchitan en el otoño.
Por lo que se refiere a aquella extraña
riqueza de ritos, de símbolos y mitos
de origen orgiástico de que se ve
materialmente invadido el mundo
antiguo, Lobeck encuentra en ella
ocasión para mostrarse aún más
ingenioso. "Los griegos -dice
(Aglophamus, 1, 672) cuando no
tenían otra cosa que hacer reían,
saltaban o, como quiera que el
hombre encuentra también placer en
ello, se sentaban, gemían y lloraban.
Otros acudían más tarde y buscaban
algún motivo para este extraño juego; y
así surgieron, para explicar aquellos
usos, innumerables leyendas y mitos.
Por otra parte, se creía qué aquellos
gestos burlescos, que se verificaban en
los días de fiesta, pertenecían también
necesariamente a la solemnidad
festiva, y fueron conservados como
una parte indispensable del culto."
Esto no es más que charlatanería
irrelevante; a la especie de los Lobeck
no se la puede tomar ni por un
momento en serio. De un modo
completamente diferente nos ocupa el
examen del concepto de griego
elaborado por Goethe y Winckelman,
el cual resulta sin embargo
incompatible con aquellos elementos
de los que surge el arte dionisíaco: con
lo orgánico, con lo orgiástico. De
hecho, no dudo de que Goethe haya
excluido fundamentalmente tal
posibilidad de su concepción del alma
griega. En consecuencia, Goethe no
entendió a los griegos. Ya que en los
misterios dionisíacos en primer lugar,
en la psicología del estado dionisíaco
se revela el rasgo fundamental del
instinto de los griegos: su "voluntad de
vivir". ¿Qué es lo que se aseguraba el
heleno mediante esos misterios? La
vida eterna, el eterno retorno de la
vida; el futuro consagrado y prometido
en lo que pasa y decae; el sí triunfal a
la vida por sobre la muerte y el
cambio; la verdadera vida como el
proceso total del vivir a través de la
generación, de los misterios de la
sexualidad. Para los griegos era el
símbolo sexual el símbolo venerable en
sí, el auténtico sentido profundo
dentro de toda la religiosidad antigua.
Cada detalle en el acto de la
generación, del embarazo, del
nacimiento, despertaba los
sentimientos más elevados y festivos.
En la enseñanza de los misterios el
dolor se santifica: los "dolores de la
parturienta" santifican al dolor en
general; todo devenir y crecer, todo lo
que' garantiza el porvenir tiene por
condición el dolor... Para que exista el
eterno placer del crear, para que la
voluntad de vivir se afirme
eternamente, debe existir también
eternamente el "dolor de la
parturienta"... Todo esto significa la
palabra Dionisos: no conozco
simbolismo más elevado que este
simbolismo griego, el de Dionisos. En
él se arraiga el más profundo instinto
de la vida, el del futuro de la vida, el de
la eternidad de la vida, experimentado
religiosamente: el camino mismo a la
vida, el alumbramiento, es el camino
sagrado... Sólo el cristianismo, con su
básico resentimiento hacia la vida, ha
hecho de la sexualidad algo impuro:
cubrió de mugre el principio, la
premisa de nuestra vida...
La psicología de lo orgiástico como un
desborde del sentimiento vital y de
fuerza, dentro del cual el dolor actúa
como estimulante, me dio la clave para
mi concepto del sentimiento trágico,
que ha sido malentendido tanto por
Aristóteles como, en particular, por
nuestros pesimistas. La tragedia está
tan lejos de probar el pesimismo de
los helenos en el sentido de
Schopenhauer, que más bien vale
como su decisivo rechazo, como la
instancia opuesta. El afirmar la vida,
aun en sus problemas más extraños y
duros, la voluntad de vivir que, en
sacrificio a sus tipos más altos, se
alegra de su propia inagotabilidad,
esto lo llamo yo dionisíaco y lo adivino
como el puente hacia la psicología del
poeta trágico. No para librarse del
terror y de la compasión, no para
purificarse de un afecto peligroso a
través de una vehemente descarga -así
lo entendió Aristóteles-: sino para, por
sobre el terror y la compasión, ser uno
mismo la eterna alegría del devenir -
alegría que incluye también la alegría
del aniquilamiento... Y de este modo
regreso al lugar del que partí una vez;
el Origen de la tragedia fue mi primera
trasmutación de todos los valores: de
este modo regreso al fundamento en
el cual se origina mi voluntad y mi
poder; yo, último discípulo del
Dionisos filósofo; yo, maestro del
eterno retorno..
(Según la versión de Roberto
Echevarren, "El ocaso de los ídolos",
Tusquets Editores, Barcelona, 1972)