En un lugar de la bibliografía del que
no quiero acordarme, se explicó
alguna vez que hay escaleras para
subir y escaleras para bajar; lo que no
se dijo entonces es que también puede
haber escaleras para ir hacia atrás. Los
usuarios de estos útiles artefactos
comprenderán, sin excesivo esfuerzo,
que cualquier escalera va hacia atrás si
uno la sube de espaldas, pero lo que
en esos casos está por verse es el
resultado de tan insólito proceso.
Hágase la prueba con cualquier
escalera exterior. Vencido el primer
sentimiento de incomodidad e incluso
de vértigo, se descubrirá a cada
peldaño un nuevo ámbito que, si bien
forma parte del ámbito del peldaño
precedente, al mismo tiempo lo
corrige, lo critica y lo ensancha.
Piénsese que muy poco antes, la última
vez que se había trepado en la forma
usual por esa escalera, el mundo de
atrás quedaba abolido por la escalera
misma, su hipnótica sucesión de
peldaños; en cambio, bastará subirla
de espaldas para que un horizonte
limitado al comienzo por la tapia del
jardín, salte ahora hasta el campito de
los Peñaloza, abarque luego el molino
de la Turca, estalle en los álamos del
cementerio y, con un poco de suerte,
llegue hasta el horizonte de verdad, el
de la definición que nos enseñaba la
señorita de tercer grado. ¿Y el cielo? ¿Y
las nubes? Cuéntelas cuando esté en lo
más alto, bébase el cielo que le cae en
plena cara desde su inmenso embudo.
A lo mejor después, cuando gire en
redondo y entre en el piso alto de su
casa, en su vida doméstica y diaria,
comprenderá que también allí había
que mirar muchas cosas en esa forma,
que también en una boca, un amor,
una novela, había que subir hacia
atrás. Pero tenga cuidado, es fácil
tropezar y caerse. Hay cosas que sólo
se dejan ver mientras se sube hacia
atrás y otras que no quieren, que
tienen miedo de ese ascenso que las
obliga a desnudarse tanto; obstinadas
en su nivel y en su máscara se vengan
cruelmente del que sube de espaldas
para ver lo otro, el campito de los
Peñaloza o los álamos del cementerio.
Cuidado con esa silla; cuidado con esa
mujer.
Julio Cortázar