12/3/13

NIKOLA TESLA (1856-1943) UN MUNDO SIN TESLA

"Siempre hemos estado fascinados
por los genios. Y siempre hemos
tendido a exagerar sobre ellos. No
nos basta que Arquímedes penetrara
en los secretos de la esfera,
descubriera el principio del empuje
hidrostático -el "momento eureka"
por antonomasia- y fuera uno de los
mayores matemáticos de la historia.
Además queremos que destruyera la
flota romana quemando sus velas
con un ingenioso sistema de espejos
que concentraban la poderosa luz
del sol del Mediterráneo, y que esa
genialidad le costara la vida. Una
bella y dramática historia que, a
diferencia de las fórmulas de la
esfera, tiene todas las papeletas
para ser mentira, pues los intentos
modernos de reproducir la hazaña
no han logrado quemar ni un
pañuelo a esa distancia.
Lo mismo pasa con Tesla. Sus
grandes aportaciones a la tecnología
de la electricidad, citadas arriba, no
les deben parecer suficientes a sus
admiradores, que además quieren
ver al inventor como un alma de
cántaro, un altruista obsesionado
por ayudar a la humanidad, "el
genio al que robaron la luz", el
Prometeo moderno que sufrió el
eterno castigo del olvido por haber
arrebatado la energía
electromagnética a las oscuras
fuerzas del poder y la industria para
entregársela al pueblo llano libre de
todo costo, el descubridor de los
nexos ocultos entre la física y la
psique y la clave secreta de todas
las conspiraciones y contubernios
de los que se pueda conversar en un
taxi. Historias no solo falsas, sino
tan feas como Edison. La realidad es
mucho más interesante que todo
eso.
El descubrimiento esencial que
disparó la revolución de la energía
eléctrica no fue obra de Tesla, ni
pudo serlo, pues ocurrió
exactamente 25 años antes de su
nacimiento. Su nombre técnico no
carece de cierto lirismo -inducción
magnética-, y es uno de los mayores
hitos no solo de la tecnología, sino
también de la ciencia, pues permitió
entender el fenómeno de la
electricidad y el magnetismo con
una profundidad y elegancia
matemática que la ciencia no había
conocido desde la teoría gravitatoria
de Newton, y que no volvería a
conocer hasta la teoría de la
relatividad de Einstein. La historia
demuestra que ese tipo de
entendimiento profundo precede a
todas las revoluciones tecnológicas.
En 1831, Michael Faraday, que pese
a ser un científico aficionado sin
educación formal ha pasado a la
historia como el mejor
experimentalista de todos los
tiempos, descubrió que un campo
magnético cambiante es capaz de
crear una corriente eléctrica en un
cable. Podía hacerlo moviendo un
imán cerca de un cable, o moviendo
el cable cerca del imán. En
cualquier caso, la corriente eléctrica
era siempre más fuerte cuanto más
rápido fuera el movimiento. Este
simple hecho mostró que la
electricidad y el magnetismo no
eran dos cosas, sino dos formas de
mirar a una sola. Todos los grandes
saltos en la comprensión científica
del mundo se basan en unificaciones
de ese tipo. Nuevos nexos ocultos
entre conceptos dispares.
Literalmente, nuevas metáforas.
Tesla tampoco inventó las
aplicaciones tecnológicas de ese
avance del conocimiento puro. El
descubrimiento de Faraday sugería
de inmediato una forma de
convertir la energía mecánica -los
movimientos del imán- en energía
eléctrica, y no había pasado ni un
año cuando el primer generador
eléctrico se presentó en París. Hacia
la mitad del siglo, con Tesla aún sin
nacer, varios países fabricaban ya
generadores eléctricos comerciales.
El descubrimiento de Faraday
también indicaba la posibilidad
contraria: convertir la energía
eléctrica en energía mecánica, es
decir, construir un motor eléctrico.
Tampoco fue Tesla, sino de nuevo
Faraday, quien descubrió la
corriente alterna.
Tesla fue más bien el Steve Jobs de
la revolución eléctrica, el visionario
con mentalidad emprendedora, y el
más hábil para llevar a la práctica
las ideas científicas de otros, y muy
en particular las del propio Faraday.
La otra parte del mito, o del Tesla
que protagoniza los tebeos y los
videojuegos, es la del genio
incomprendido, el innovador
altruista "al que le robaron la luz".
Este cliché tiene unos fundamentos
tan endebles como el primero, pero
también sirve para ilustrar la
íntima, fructífera y turbulenta
relación de la innovación con las
finanzas.
En 1885, solo un año después de
desembarcar en el puerto de Nueva
York con una libreta llena de
cálculos, unos cuantos poemas y
cuatro centavos en el bolsillo, Tesla
encontró justo lo que había ido a
buscar a América: un empresario
interesado en sus ideas. George
Westinghouse se interesó en la gran
idea del inventor, el motor de
corriente alterna, e hizo lo que
suelen hacer los empresarios en
esos casos: comprarle los derechos
de patente. Westinghouse no estaba
robando las ideas de Tesla, sino
permitiéndolas entrar en el juego. Y
justo a tiempo.
Su archienemigo Edison estaba
empezando a comercializar los
motores eléctricos de corriente
continua, y hasta había convencido
ya a algunos Gobiernos europeos,
entre ellos el alemán, para que
adoptaran ese sistema. El motor de
corriente alterna ideado por Tesla
era -y sigue siendo- mucho más
eficaz que el de Edison, pero nunca
habría podido competir con él sin la
audacia y el dinero de
Westinghouse. La lucha fue larga y
feroz, pero los motores de Tesla y
Westinghouse se acabaron
imponiendo, y con ellos los
sistemas de distribución de
corriente alterna se usan en todo el
mundo.
El estilo vehemente y efectista del
inventor ha contribuido a alimentar
el mito, y el cliché. Cuando la
poderosa corriente alterna empezó a
suscitar temores en una parte del
público y la prensa, organizó una
demostración pública en la que su
propio cuerpo sirvió de conductor
para encender un deslumbrante
panel de bombillas. Convenció a
Westinghouse para instalar sus
primeros sistemas en las cataratas
del Niágara. Inventó el primer
aparato dirigido por control remoto
-un barco de juguete- y lo presentó
en público con una demostración en
el Madison Square Garden de Nueva
York. Encendió 200 lámparas desde
una distancia de 40 kilómetros,
produjo rayos de 40 metros,
aseguró que había inventado un
rayo capaz de destruir 10.000
aviones enemigos y, para colmo de
delicias entre sus fans, anunció
haber recibido señales de una
civilización extraterrestre.
Si Tesla no hubiera existido, la gente
se lo hubiera inventado de todas
formas. Un trabajo fácil para el
ángel de Capra."

El artículo es obra de J. Sampedro y
fue publicado el 4 de Febrero de
2012 en "Babelia" (El País),
esperando que no moleste esta
transcripción directa del texto, que
es publicamente accesible para
todos a traves del siguiente enlace:
http://elpais.com/diario/2012/02/
04/babelia/1328317960_85021
5.html
En la fotografía podemos ver a
Nikola Tesla en su laboratorio,
leyendo placidamente entre esa
tormenta de electricidad,
demostrando su control sobre la
misma.