5/3/13

LA SOMBRA DEL CIPRÉS ES ALARGADA

“La felicidad o la desdicha era una
simple cuestión de elasticidad de
nuestra facultad de desasimiento. La
vida transcurría en un equilibrio
constante entre el toma y el deja. Y
lo difícil no era tomar, sino dejar,
desasirnos de las cosas que merecen
nuestro aprecio. Aquí estribaban las
posibilidades de felicidad de cada
humano: en que su facultad de
desasimiento fuese más o menos
elástica, en que el hombre estuviese
más o menos aferrado a las cosas
materiales. Por ello tal vez el
secreto básico estuviese contenido
en el hecho de no tomar nunca para
no tener que dejar nada. Era un
remedio negativo, de renunciación,
pero, con certeza, el adecuado a mi
calidad humana, desprovista de
reservas y de capacidad de
sacrificio. Lo cuestionable consistía
en saber si el hombre tiene alguna
probabilidad de subsistir sin
aprehender nada, desasido de todo,
desconectado de los seres y las
cosas que le rodean; si el individuo
es capaz de desarrollar su
individualidad propia y primitiva sin
necesidad de echar mano de
recursos extraños a sí.
La cabeza empezaba a calentárseme
restregada por el decurso de los
primeros razonamientos. Quise
imaginarme a un grano de trigo
aislado de los demás granos, sin
rozarse con ninguno, dentro de un
saco; deseé poder concebir un
punto de arena en una playa sin
conexión alguna con otros puntos;
quise aislar una molécula de agua en
el seno de la mar, y no me fue
posible. La realidad se me imponía
con las armas de la lógica. Nada
puede existir en el mundo sin una
relación de dependencia, de
coordinación o de mando. Todo
está incrustado en un orden
preestablecido, sometido a leyes
fatales o voluntarias, pero que por
sí hablan ya de una coordinación y
un nexo al menos relativos. Deseé
imaginarme a un hombre
autónomo, independiente de otros
hombres y de las cosas en un grado
absoluto. Voló mi imaginación a un
peñasco solitario del mar mayor del
universo. Allí situé a mi hombre
imaginario. Le di por oficio el de
torrero del faro. Al momento se me
impuso de nuevo, implacable, la
fuerza de la realidad. Ese hombre
venía de algún punto; naturalmente,
de otro hombre. El faro debería
arder de noche para evitar el
naufragio de otros hombres. Sobre
esto el torrero había de atender a
sus necesidades ineludibles: comer,
vestir, cultivar su espíritu. Ya estaba
mi hombre encadenado; sujeto a la
ráfaga interminable de la
dependencia, de la conexión, de la
fatal coordinación a otros hombres
y a otras cosas. El hombre
absolutamente aislado era
inconcebible. En ese equilibrio entre
el toma y el deja, no era solución
posible el no tomar nada para no
tener que dejar nada. La encrucijada
del desasimiento, en más o en
menos, había de llegar forzosamente
para todos.”
MIGUEL DELIBES

La famosa foto que acompaña el
texto, tomada el 21 de diciembre de
1989, es obra del fotógrafo francés
Jean Guichard (1952) y en ella
podemos ver a Théodore Malgorne,
encargado del faro de La Jument
(Ouessant) en la Bretaña francesa
que esperaba, con ansiedad, el
rescate en medio de aquella
tempestad inusualmente fuerte.
Salió del faro a recibir al
helicóptero de salvamento y sólo en
el último instante se dio cuenta de
la tremenda ola que amenazaba con
engullirlo. Tuvo el tiempo justo de
retroceder y cerrar la puerta tras de
sí, salvando la vida y dejando esta
fotografía que desde entonces es el
símbolo de un oficio perdido.