12/3/13

Las ciudades y el deseo. Italo Calvino

Al cabo de tres jornadas, andando
hacia el sur, el hombre se encuentra
en Anastasia, ciudad bañada por
canales concéntricos y en cuyo cielo
planean cometas. Debería ahora
enumerar las mercancías que se
compran a buen precio: ágata ónice
crisopacio y otras variedades de
calcedonia; alabar la carne del
faisán dorado que se asa sobre la
llama de leña de cerezo estacionada,
y espolvoreada con mucho orégano;
hablar de las mujeres que he visto
bañarse en el estanque de un jardín
y que a veces –así cuentan – invitan
al viajero a desvestirse con ellas y a
perseguirlas en el agua. Pero con
estas noticias no te diré la
verdadera esencia de la ciudad:
porque mientras la descripción de
Anastasia no hace sino despertar los
deseos, uno tras otro, para obligarte
a ahogarlos, a quien se encuentra
una mañana en medio de Anastasia
los deseos se le despiertan todos
juntos y lo rodean. La ciudad se te
aparece como un todo en el que
ningún deseo se pierde y del que tú
formas parte, y como ella goza de
todo lo que tú no gozas, no te
queda sino habitar ese deseo y
contentarte. Tal poder, que a veces
dicen maligno, a veces benigno,
tiene Anastasia, ciudad engañosa: si
durante ocho horas al día trabajas
tallando ágatas ónices crisopacios,
tu afán que da forma al deseo toma
del deseo su forma y crees que
gozas de toda Anastasia cuando sólo
eres su esclavo.
Imagen: Playing Games, Daniel
Merriam