12/3/13

LA EJECUCIÓN. HERMANN HESSE

En su peregrinación, el maestro y
algunos de sus discípulos bajaron de
la montaña al llano y se
encaminaron hacia las murallas de
la gran ciudad. Ante la puerta se
había congregado una gran
muchedumbre. Cuando se hallaron
más cerca vieron un cadalso
levantado y los verdugos ocupados
en llevar a rastras hacia el tajo a un
individuo ya muy debilitado por el
calabozo y los tormentos. La plebe
se agolpaba alrededor del
espectáculo. Hacían mofa del reo y
le escupían, movían bulla y
esperaban con impaciencia la
decapitación.
-¿Quién será y qué delitos habrá
perpetrado -se preguntaban unos a
otros los discípulos- para que la
multitud desee su muerte con tanto
afán? Aquí no se ve a nadie que
manifieste compasión ni que llore.
-Supongo que será un hereje -dijo el
maestro con tristeza.
Siguieron acercándose, y cuando se
vieron confundidos con el gentío los
discípulos preguntaron a izquierda y
derecha quién era y qué crímenes
había cometido el que en aquellos
momentos se arrodillaba frente al
tajo.
-Es un hereje -decía la gente muy
indignada-. ¡Hola! ¡Ahora inclina su
cabeza condenada! ¡Acabemos de
una vez! En verdad ese perro quiso
enseñarnos que la ciudad del
Paraíso tiene sólo dos puertas,
¡cuando a todos nosotros nos consta
perfectamente que las puertas son
doce!
Asombrados, los discípulos se
reunieron alrededor del maestro y
le preguntaron:
-¿Cómo lo adivinaste, maestro?
Él sonrió y, mientras echaba de
nuevo a andar, dijo en voz baja:
-No ha sido difícil. Si fuese un
asesino, o un bandolero o cualquier
otra especie de criminal, habríamos
visto entre las gentes del pueblo
pena y compasión. Muchos llorarían
y algunos hasta pondrían el grito en
el cielo proclamando su inocencia.
Al que tiene una creencia diferente,
en cambio, se le puede sacrificar y
echar su cadáver a los perros sin
que el pueblo se inmute.