8/6/12

LAS HIERÓDULAS, SIERVAS DEL AMOR

Afrodita, diosa del amor, nacida de la
espuma, tenía en Corinto el templo
más extraordinario del que se tenga
noticias.
Allí vivían las Hieródulas, las Siervas
Sagradas del Amor, cuyo número,
invariable, ascendía a mil hermosas
mujeres. Todas ellas practicaban
algunos definen como prostitución
religiosa o prostitución ritual, pero lo
que realmente sucedía dentro de los
muros marmóreos de Corinto en nada
se parece a nuestro concepto, a
menudo peyorativo, sobre las
trabajadoras del sexo.
Las Hieródulas eran mujeres libres,
cuyo único nexo en común era la
belleza y el amor inclaudicable por la
Diosa. Todas ellas se ofrecían
libremente como siervas del templo,
donde practicaban, entre otras
numerosas actividades, el sexo como
vehículo de trascendencia espiritual.
Por cierto, las Hieródulas recibían una
suma considerable por sus
operaciones amatorias, que casi
siempre pasaban a engrosar los bienes
del templo; pero en modo alguno
estaban obligadas a practicar sus
servicios. Por el contrario, las
Hieródulas no sólo elegían a sus
clientes, sino las sumas y propiedades
que recibirían, o que no recibirían en
absoluto, siempre que el devoto fuese
de su agrado.
Entre estas mujeres estaba Eugea,
descrita por Pausanias como la más
bella y encantadora de las siervas de
Afrodita en Corinto. Su gracia y técnica
eran tan extraordinarias que los
hombres más ricos de Grecia y el
Cercano Oriente se acercaban al
templo sólo para morir en sus brazos.
Se dice que nadie sobrevivía una noche
con ella, y que sus víctimas eran
recibidas en el Olimpo por la
mismísima Afrodita, orgullosa de su
sierva predilecta, a quien había
enseñado el arte de amar de un modo
tan perfecto, tan divino y absoluto, que
los hombres mortales se entregaban
alegremente a la muerte con tal de
sentir en carne propia las delicias
reservadas únicamente a los
inmortales.
Las técnicas de Eugea, superficialmente
comentadas por Pausanias, pertenecen
a un orden secreto, fugitivo, ya que
nadie pudo atestiguarlas sin morir en
un abismal éxtasis de gozo. Antes de
pasar una noche con ella se debía
dejar una pequeña fortuna en las
arcas del templo y un juramento por
escrito de que el alma, no revelaría los
secretos sensuales de Eugea ni siquiera
en el gélido Hades o los remotos
Campos Occidentales.
Una vez ofrecidas estas garantías, el
devoto ingresaba a una cámara en
penumbras, donde una mujer envuelta
en mil velos de seda aguardaba en el
lecho. Acto seguido, Eugea iniciaba sus
operaciones fantásticas, gemidos y
acrobacias de corte divinio, celestial,
besos de una tersura sobrehumana
que estremecían la piel y llenaban el
corazón con el deseo implacable de
morir allí, en el mismo instante en que
el sol se intuía en las montañas lejanas.
Pausanias, cínico, anuncia que Eugea
participó en la muerte de miles de
hombres. Magentas, filósofo sensual y
afín a los excesos, sugiere que la
muerte en brazos de una doncella
semejante es, quizás, el mejor final al
los hombres inteligentes pueden
aspirar.
Fuente: El Espejo Gótico