Reinhard Heydrich, el dirigente nazi
que controlaba la seguridad del Tercer
Reich, sufrió un atentado en Praga
cuando se dirigía a su cuartel general
del castillo de Hradcany. Iba solo con
el chófer, sin escolta, en su Mercedes-
Benz descapotable, exhibiendo su
poder como protector de Bohemia y
Moravia, el territorio checo anexionado
a Alemania en 1939.
La operación Anthropoid para asesinar
a Heydrich había sido planeada por el
Gobierno checo en el exilio en
Londres. Josef Gabcík y Jan Kubis, los
dos patriotas entrenados para
ejecutarla, volaron al Protectorado en
un avión suministrado por el Ejecutivo
británico de Operaciones Especiales y
se lanzaron en paracaídas en un
descampado a las afueras de Praga.
Protegidos por la resistencia checa,
vigilaron durante semanas los
movimientos de Heydrich, que hacía
todos los días el mismo recorrido
desde su residencia palaciega al
castillo, y el 27 de mayo lo abordaron
en una calle del barrio de Liben. A
Gabcík se le encasquilló su metralleta
Stein y no pudo disparar, pero Kubis
lanzó una granada que explotó en la
parte trasera del automóvil. Heydrich,
aunque trató de perseguir a sus
atacantes pistola en mano, cayó
desplomado por las graves heridas
causadas por la metralla. Unos días
después, el 4 de junio, murió. Hitler,
para quien Heydrich era el hombre
“indispensable” e “insustituible”,
maldijo su costumbre “estúpida”,
“insensata”, de desplazarse en un
vehículo descapotable sin blindaje. Un
fallo de seguridad de quien era la
máxima autoridad en esa materia en el
Tercer Reich.
Reinhard Heydrich nació en 1904 en el
seno de una familia de clase media,
culta, hijo de un cantante de ópera y
de una actriz, que le ofrecieron la
posibilidad de adquirir una educación
exquisita: Reinhard tocaba muy bien el
violín y llegó a ser un experto en
esgrima. Como la mayoría de los
cuadros y activistas nazis, pertenecía a
la generación que había crecido
políticamente después de la Primera
Guerra Mundial. No eran veteranos de
guerra, la “generación del frente”, bien
representada por Adolf Hitler (1889) y
Hermann Göring (1893), sino sus
“retoños adolescentes”, como los llama
el historiador Richard Vinen. En el caso
de Heydrich, su bautismo se produjo a
los 16 años en los Freikorps, las
unidades de voluntarios mandadas por
oficiales del Ejército movilizado durante
la guerra, que odiaban la revolución y
el bolchevismo. En 1922 se alistó en la
Marina, donde estaba haciendo
carrera cuando fue expulsado en abril
de 1931 por mantener relaciones y
dejar embarazada, sin reconocer su
responsabilidad, a la hija de un
influyente director del grupo industrial
I. G. Farben.
Ese incidente cambio su vida. Se casó
con Lina von Osten, una admiradora
del nazismo cuya familia la ayudó a
encontrar un empleo en las
Schustzstaffel (SS). El hombre alto,
rubio, con aspecto de germano puro,
impresionó a Heinrich Himmler, el
arquitecto de las SS. A su sombra, el
joven Heydrich inició una fulgurante
ascensión hasta la jefatura de la policía
de seguridad de esa organización
militar de los nazis. Juntos, se hicieron
en poco tiempo con el poder de la
Gestapo, la Policía Criminal y el servicio
de seguridad de las SS, hasta el total
control en 1939, iniciada ya la Segunda
Guerra Mundial, de la Oficina Central
de Seguridad del Reich
(Reichssisherheitshauptamt RSHA), el
órgano que agrupó bajo la dirección
de Heydrich a las distintas divisiones
de la policía.
En esos 10 años de disfrute de la gloria
y del poder, Heydrich fue una figura
temida y odiada, la “bestia rubia”,
como lo llamaban sus propios
hombres, que estuvo siempre al frente
de los actos más violentos del régimen
nazi. Aportó iniciativas radicales al
problema de cómo asesinar en masa y
deshacerse de los cadáveres, y él
marcó el paso desde la guerra
ideológica frente al comunismo hasta
la racial contra los eslavos y los judíos.
Ese camino al exterminio sistemático
se despejó en la famosa reunión del 20
de enero de 1942 en una mansión del
lujoso suburbio berlinés de Wannsee.
Heydrich, organizador del encuentro,
les recordó al selecto grupo de 14 altos
cargos nazis allí presentes que él
estaba al cargo de coordinar las
medidas necesarias para la “solución
final” de la cuestión judía en Europa y
que estaban convocados para discutir
la “logística” del genocidio.
Heydrich no pudo presenciar la
terrible culminación de su plan. En su
solemne entierro, celebrado el 9 de
junio de 1942 en la Cancillería del
Reich en Berlín, con la marcha fúnebre
de Sigfrido, de Richard Wagner, como
música de fondo, Adolf Hitler elogió su
martirio y le concedió la Orden
Alemana, la más alta condecoración
del Tercer Reich. Al día siguiente, como
venganza, Himmler ordenó la
destrucción total de la aldea checa de
Lidice, que había acogido a los grupos
especiales encargados de poner en
marcha la ejecución de la principal
autoridad del Protectorado de
Bohemia y Moravia. Uno de sus
miembros, Karel Kurda, a cambio de
una recompensa, delató a los autores
del magnicidio e informó a la Gestapo
que se ocultaban en la iglesia ortodoxa
de los santos Cirilo y Metodio en Praga.
El 18 de junio, las SS asaltaron el
templo y, tras un prolongado tiroteo,
Gabcík y Kurbis se suicidaron. Como
tributo a Heydrich, a la política nazi de
eliminación total de los judíos polacos
se la llamó Operación Reinhard, el
hombre que dicen que lloraba cuando
tocaba el violín.
El artículo está firmado por Julián
Casanova y aparece en el periódico "El
País" del 03/06/2012. Esperamos que
no moleste esta transcripción directa
del texto, que es públicamente
accesible para todos a través del
siguiente enlace (solamente nos hemos
saltado un espero que disculpable clic). Link:
http://internacional.elpais.com/
internacional/2012/06/01/
actualidad/1338565907_022545.html