28/7/12

Sal con una chica que no lee por Charles Warnke (primera parte)

“Encuéntrala en medio de la
fastidiosa mugre de un bar del
medio oeste. Encuéntrala en
medio del humo, del sudor de
borracho y de las luces
multicolores de una discoteca de
lujo. Donde la encuentres,
descúbrela sonriendo y
asegúrate de que la sonrisa
permanezca incluso cuando su
interlocutor le haya quitado la
mirada. Cautívala con
trivialidades poco sentimentales;
usa las típicas frases de
conquista y ríe para tus
adentros. Sácala a la calle
cuando los bares y las discotecas
hayan dado por concluida la
velada; ignora el peso de la
fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja
que la tenue luz de un farol de
la calle los ilumine, así como has
visto que ocurre en las películas.
Haz un comentario sobre el
poco significado que todo eso
tiene. Llévatela a tu apartamento
y despáchala luego de hacerle el
amor. Tíratela.
Deja que la especie de contrato
que sin darte cuenta has
celebrado con ella se convierta
poco a poco, incómodamente,
en una relación. Descubre
intereses y gustos comunes
como el sushi o la música
country, y construye un muro
impenetrable alrededor de ellos.
Haz del espacio común un
espacio sagrado y regresa a él
cada vez que el aire se torne
pesado o las veladas parezcan
demasiado largas. Háblale de
cosas sin importancia y piensa
poco. Deja que pasen los meses
sin que te des cuenta. Proponle
que se mude a vivir contigo y
déjala que decore. Peléale por
cosas insignificantes como que la
maldita cortina de la ducha debe
permanecer cerrada para que no
se llene de ese maldito moho.
Deja que pase un año sin que te
des cuenta. Comienza a darte
cuenta.
Concluye que probablemente
deberían casarse porque de lo
contrario habrías perdido
mucho tiempo de tu vida.
Invítala a cenar a un restaurante
que se salga de tu presupuesto
en el piso cuarenta y cinco de
un edificio y asegúrate de que
tenga una vista hermosa de la
ciudad. Tímidamente pídele al
mesero que le traiga la copa de
champaña con el modesto anillo
adentro. Apenas se dé cuenta,
proponle matrimonio con todo
el entusiasmo y la sinceridad de
los que puedas hacer acopio. No
te preocupes si sientes que tu
corazón está a punto de
atravesarte el pecho, y si no
sientes nada, tampoco le des
mucha importancia. Si hay
aplausos, deja que terminen. Si
llora, sonríe como si nunca
hubieras estado tan feliz, y si no
lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que
te des cuenta. Construye una
carrera en vez de conseguir un
trabajo. Compra una casa y ten
dos hermosos hijos. Trata de
criarlos bien. Falla a menudo.
Cae en una aburrida indiferencia
y luego en una tristeza de la
misma naturaleza. Sufre la típica
crisis de los cincuenta. Envejece.
Sorpréndete por tu falta de
logros. En ocasiones siéntete
satisfecho pero vacío y etéreo la
mayor parte del tiempo. Durante
las caminatas, ten la sensación
de que nunca vas regresar, o de
que el viento puede llevarte
consigo. Contrae una
enfermedad terminal. Muere,
pero solo después de haberte
dado cuenta de que la chica que
no lee jamás hizo vibrar tu
corazón con una pasión que
tuviera significado; que nadie va
a contar la historia de sus vidas,
y que ella también morirá
arrepentida porque nada
provino nunca de su capacidad
de amar.
Haz todas estas cosas, maldita
sea, porque no hay nada peor
que una chica que lee. Hazlo, te
digo, porque una vida en el
purgatorio es mejor que una en
el infierno. Hazlo porque una
chica que lee posee un
vocabulario capaz de describir el
descontento de una vida
insatisfecha. Un vocabulario que
analiza la belleza innata del
mundo y la convierte en una
alcanzable necesidad, en vez de
algo maravilloso pero extraño a
ti. Una chica que lee hace alarde
de un vocabulario que puede
identificar lo espacioso y
desalmado de la retórica de
quien no puede amarla, y la
inarticulación causada por el
desespero del que la ama en
demasía. Un vocabulario, maldita
sea, que hace de mi sofística
vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee
entiende de sintaxis. La literatura
le ha enseñado que los
momentos de ternura llegan en
intervalos esporádicos pero
predecibles y que la vida no es
plana. Sabe y exige, como
corresponde, que el flujo de la
vida venga con una corriente de
decepción. Una chica que ha
leído sobre las reglas de la
sintaxis conoce las pausas
irregulares –la vacilación en la
respiración– que acompañan a
la mentira. Sabe cuál es la
diferencia entre un episodio de
rabia aislado y los hábitos a los
que se aferra alguien cuyo
amargo cinismo countinuará, sin
razón y sin propósito, después
de que ella haya empacado sus
maletas y pronunciado un
inseguro adiós. Tiene claro que
en su vida no seré más que unos
puntos suspensivos y no una
etapa, y por eso sigue su
camino, porque la sintaxis le
permite reconocer el ritmo y la
cadencia de una vida bien vivida.
Sal con una chica que no lee
porque la que sí lo hace sabe de
la importancia de la trama y
puede rastrear los límites del
prólogo y los agudos picos del
clímax; los siente en la piel. Será
paciente en caso de que haya
pausas o intermedios, e
intentará acelerar el desenlace.
Pero sobre todo, la chica que lee
conoce el inevitable significado
de un final y se siente cómoda
en ellos, pues se ha despedido
ya de miles de héroes con
apenas una pizca de tristeza.
No salgas con una chica que lee
porque ellas han aprendido a
contar historias. Tú con la Joyce,
con la Nabokov, con la Woolf; tú
en una biblioteca, o parado en
la estación del metro, tal vez
sentado en la mesa de la
esquina de un café, o mirando
por la ventana de tu cuarto. Tú,
el que me ha hecho la vida tan
difícil. La lectora se ha convertido
en una espectadora más de su
vida y la ha llenado de
significado. Insiste en que la
narrativa de su historia es
magnífica, variada, completa; en
que los personajes secundarios
son coloridos y el estilo atrevido.
Tú, la chica que lee, me hace
querer ser todo lo que no soy.
Pero soy débil y te fallaré porque
tú has soñado, como
corresponde, con alguien mejor
que yo y no aceptarás la vida
que te describí al comienzo de
este escrito. No te resignarás a
vivir sin pasión, sin perfección, a
llevar una vida que no sea digna
de ser narrada. Por eso, largo de
aquí, chica que lee; coge el
siguiente tren que te lleve al sur
y llévate a tu Hemingway contigo.
Te odio, de verdad te odio.