En la mitología griega las Hespérides,
eran las ninfas que cuidaban un
maravilloso jardín en un lejano rincón
del occidente, situado según diversas
fuentes en las montañas de Arcadia en
Grecia, cerca de la cordillera del Atlas
en Marruecos, o en una distante isla
del borde del océano.
A veces se las llamaba Doncellas de
Occidente, Hijas del Atardecer o Diosas
del Ocaso, aparentemente aludiendo a
su imaginada situación en el lejano
oeste, y de hecho Hésperis es
apropiadamente la personificación del
atardecer (como Eos es la del
amanecer) y Héspero la de la estrella
vespertina.
Al casarse Hera, Zeus le dio unos
manzanos con frutos de oro que
fueron plantados en el jardín de las
Hespérides bajo la protección del
dragón Ladón. La Discordia se valió de
una de esas manzanas para separar a
los dioses.
Euristeo envió a Heracles para buscar
las manzanas. Prometeo le indicó el
camino donde moraban las Hespérides
y lo que debía hacer. Al final fueron
recuperadas.
El Jardín de las Hespérides es el huerto
de Hera en el oeste, donde un único
árbol o bien toda una arboleda daban
manzanas doradas que
proporcionaban la inmortalidad. Los
manzanos fueron plantados de las
ramas con fruta que Gea había dado a
Hera como regalo de su boda con
Zeus. A las hespérides se les
encomendó la tarea de cuidar de la
arboleda, pero ocasionalmente
recolectaban la fruta para sí mismas.
Como no confiaba en ellas, Hera
también dejó en el jardín un dragón de
cien cabezas llamado Ladón que nunca
dormía, como custodio.
Imagen: pintura de Frederic Leighton