En el lejano reino de Armenia, más allá
de la ciudad de Layays, sobre una
escarpada roca, se eleva un viejo casti
llo en una de cuyas salas hay una
percha de cetrería hermosamente for
jada. Sobre la percha descansa un
gavilán que es cuidado día y noche
por una hermosa dama de la raza de
las hadas. A todos los que llegan al cas
tillo, si son capaces de vigilar al gavilán
durante siete días y siete noches, la
dama les concede un deseo. Pero ¡ay
de aquel que se quede dormido
durante ese tiempo!, porque entonces
se desvanecerá como un sueño y
nadie volverá a saber de él.
Entre los que pasaron la prueba se
cuenta un rey de Armenia, quien tras
haber recibido noticias sobre el castillo
lo buscó sin descanso hasta encon
trarlo. En su interior halló la percha
con el gavilán, al que guardó durante
siete días y siete noches.
Cuando se cumplió el plazo, apareció
la dama y le preguntó qué era lo que
deseaba, pues le sería concedido. El
rey respondió que no quería riquezas
ni poder, pues de uno y otro tenía en
abundancia. Y en verdad que hasta
entonces no había pensado pedir
nada, pero en aquel momento, mien
tras miraba a la dama, esta le pareció
sumamente hermosa, mucho más que
cualquier mujer a la que hubiese abra
zado nunca y le dijo que deseaba estar
con ella una noche.
La dama respondió que, además de
parecerle indigno que intentase apro
vechar la situación para satisfacer sus
bajos instintos, aquello que pedía le
era imposible de cumplir, pues solo
podía conceder dones terrenales y ella
misma era un ser espectral. Por tanto,
concedió, haría como si nunca hubiese
escuchado sus palabras y le daría la
oportunidad de hablar de nuevo.
Pero como el rey, terco, seguía solici
tando lo mismo, ella le despidió dicién
dole que ya que no pedía nada, le con
cedería algo por voluntad propia:
desde aquel momento, él y sus descen
dientes no disfrutarían de un solo
momento de paz, serían vasallos de
sus enemigos y verían como sus bie
nes disminuían hasta desaparecer. Y
así fue, dice Mandevilla, puesto que
durante muchos años el reino de Arme
nia estuvo en guerra con los sarrace
nos y se vio obligado a rendirles
tributo.
Al Castillo del Gavilán llegó también un
hombre pobre que pasó con éxito la
prueba. Como premio dijo a la dama
que le gustaría poseer muchos bienes
y saber comerciar con ellos. La dama se
lo concedió y este hombre llegó a con
vertirse en el mercader más próspero y
conocido de su época, aunque su nom
bre no se ha conservado.
Asimismo, vigiló al gavilán durante
siete días y siete noches, sin dormir un
solo momento, un caballero templario,
quien pidió a la dama una bolsa que
siempre estuviese llena de oro. La
dama se la entregó advirtiéndole que
aquella bolsa suponía el fin de su
orden, pues debido a su riqueza se vol
verían orgullosos y caerían protegién
dola. Así sucedió, concluye Madevilla,
que escribía apenas 40 años después
de que el último gran maestre de la
orden, Jacques de Molay, pereciese en
la hoguera.
Fuente: "El Libro de las maravillas del
mundo"
de Juan de Mandevilla