Largos cabellos dorados, cuerpo
esbelto, ojos serenos, Helios (Sol) es
hermoso. Es feliz. Y por esa razón sus
tíos, los otros Titanes, lo odian: no
pueden perdonar tanta armonía en un
solo ser.
Hiperión y Thea (o Tía), padres de
Helios, perciben desde temprano la
hostilidad existente en la familia. Pero
nunca imaginaron que, siendo de la
misma sangre, los Titanes llegaran a
cometer aquel horrendo crimen. Un
día, en efecto, movidos por la furia de
la envidia, arrojan al inocente Helios a
las aguas del Erídano.
El joven lucha, pero su valentía es
vana. La fuerza violenta del rio acaba
por tragarlo, sofocando su último
soplo de vida.
La hermosa Selene (Luna), al tomar
conocimiento del trágico destino su
hermano, se arroja desde lo alto del
palacio. Y muere también.
Hiperión y Tía, pálidos de espanto,
observan la tragedia sin poder salvar a
Selene.
Tía no cree que su hijo esté muerto.
Como loca, comienza a rondar todas
las noches y todos los días las negras
aguas del Erídano, en un inútil intento
de hallar al joven.
Sin alimento y sin reposo, se va
debilitando, hasta que al fin la fatiga la
duerme. Entonces, un sueño viene a
liberarla de la infinita angustia que la
devoraba.
Helios se le aparece, sonriente,
agitando suavemente los largos
cabellos dorados, sereno y confiado
como siempre lo fuera en vida. Con
mucho cariño le pide a su madre que
no lo llore, pues ahora vive en el
Olimpo, junto a Selene, al lado de los
inmortales.
Cuando Tía despierta, la inunda una
extraña paz. Mira hacía lo alto y
comprende. Sus hijos están allí. El
sueño no era una mentira. Entre los
dioses poderosos. Helios y Selene
iluminan tanto el sufrimiento como la
alegría de los mortales.
Fuente: Nuestros Antepasados
Imagen: Sobre Leyendas