22/4/13

SER CULTO… Según Antón Chéjov

Ser culto, una cualidad que puede
ser polémica y aún peyorativa,
pertenece sin embargo a un modo
de ser y estar en el mundo que
naturalmente nos hace más buenos,
mejores, más humanos, o al menos
así es como lo entendió el gran
escritor ruso Antón Chéjov.
Hay un concepto de cultura que nos
remite de inmediato al humanismo
del Renacimiento y probablemente
al progreso de la Ilustración, esa
idea que probablemente tenga raíces
un tanto más remotas (pero no
tanto) y la cual entiende la cultura
como el conocimiento que cultiva y
engrandece, que nos da más
recursos para entender nuestro
mundo pero también, en un sentido
moral que lejos de ser censurable
merece, por el contrario, alentarse,
nos vuelve ipso facto más
compasivos, más humanos.
Por desgracia, sabemos bien que el
mundo está más o menos poblado
de personas que fundamentan cierta
ilusoria superioridad en la cultura
que poseen. “Listillos”, los llama
Irvine Welsh en varias de sus
novelas, ironizando en torno a ese
tipo de comportamiento en que,
según sea la ocasión y el entorno,
toma la forma de la arrogancia, el
desdén y en general el desprecio por
todos aquellos que no se encuentren
a la par de las lecturas hechas, las
películas vistas, la música
escuchada, los países visitados y un
amplio aunque paradójicamente
limitado etcétera.
¿Qué significa ser culto? Quizá, en
última instancia, nada de eso, al
menos no si nos inclinamos por esa
tradición del pensamiento que no
teme combinar conocimiento y
moral para que ambos formen
mejores personas. En algún punto
de nuestra cartografía personal, leer
una o diez novelas está o debería
estar conectado con nuestra
capacidad para prestar algún tipo de
ayuda a un desconocido en la calle.
¿Podemos escuchar una pieza de
Bach, quedar arrobados por su
belleza, sentir que gracias a Bach la
vida vale la pena ser vivida y, aun
así, no actuar en consecuencia y,
digamos, ser capaces de cuidar de
una planta y regarla todas las
mañanas? Hasta cierto punto, algo
tiene de condenable e hipócrita el
sibarita estéril que dice amar la
belleza y sin embargo no hace nada
para asegurar su presencia y
persistencia en este mundo. “Belleza
más piedad: eso es lo más cerca que
podemos llegar a una definición de
arte. Donde hay belleza hay piedad,
por la simple razón de que la belleza
debe morir”, dijo alguna vez
Vladimir Nabokov.
A continuación transcribo una lista
que enumera las 8 cualidades que,
según el gran escritor ruso Antón
Chéjov, distinguen a una persona
verdadera, auténticamente culta,
alguien que de algún modo ha
comprendido que la sapiencia es tal
cuando enaltece pero no
ensoberbece, cuando nos distingue
de los demás pero no nos pone, en
modo alguno, por encima de nadie.
Los puntos provienen de una carta
que un joven Antón de 26 años
escribió a su hermano Nikolai
cuando este tenía 28 y comenzaba a
ganar fama como pintor en la
capital rusa. Fechada en Moscú en
1886, la misiva pretende ser una
serie de consejos para un artista
incipiente que, según el modelo
romántico, se quejaba de que nadie
lo entendía.
“La gente te entiende perfectamente
bien. Si tú no te entiendes a ti
mismo, no es culpa de ellos”, le
escribió entonces Chéjov, en un
tono recriminatorio pero también
totalmente lúcido y, lo más
importante, coherente.
1. Respetan la personalidad humana
y, por lo mismo, son siempre
amables, gentiles, educados y
dispuestos a ceder ante los otros.
No hacen fila por un martillo o una
pieza perdida de caucho indio. Si
viven con alguien a quien no
consideran favorable y lo dejan, no
dicen “nadie podría vivir contigo”.
Perdonan el ruido y la carne seca y
fría y las ocurrencias y la presencia
de extraños en sus hogares.
2. Tienen simpatía no solo por los
mendigos y los gatos. Les duele el
corazón por aquello que sus ojos no
ven. Se levantan en la noche para
ayudar a P. […], para pagar la
universidad de los hermanos y
comprar ropa a su madre.
3. Respetan la propiedad de otros y,
en consecuencia, pagan sus deudas.
4. Son sinceros y temen a la
mentira como al fuego. No mienten
incluso en pequeñas cosas. Una
mentira significa insultar a quien
escucha y ponerlo en una posición
más baja a ojos de quien habla. No
aparentan: se comportan en la calle
como en su casa y no presumen
ante sus camaradas más humildes.
No son proclives a balbucear ni
obligan la confidencia impertinente
de los otros. Por respeto a los oídos
de otros, callan más frecuentemente
de lo que hablan.
5. No se menosprecian por
despertar compasión. No tensan las
cuerdas de los corazones de los
demás para que los otros giman y
hagan algo (o mucho) por ellos. No
dicen “Soy un incomprendido” o
“Me he vuelto de segunda mano”
porque todo eso es perseguir un
efecto simplón, es vulgar, rancio,
falso…
6. No tiene vanidad superflua. No
se preocupan por esos falsos
diamantes conocidos como
celebridades, por estrechar la mano
del ebrio P.*, por escuchar los
arrebatos de un espectador
extraviado en un espectáculo de
imágenes, o ser reconocido en las
tabernas. […] Si ganan unos
centavos, no se pavonean como si
estos valieran cientos de rublos, y
no alardean de poder entrar donde
otros no son admitidos. […] Los
verdaderamente talentosos siempre
se mantienen en las sombras entre
la muchedumbre, tan lejos como
sea posible del reconocimiento.
Incluso Krylov** dijo que el barril
vacío da un eco más sonoro que el
lleno.
7. Si tienen un talento, lo respetan.
Le sacrifican el descanso, las
mujeres, el vino, la vanidad. […] Se
sienten orgullosos de su talento. […]
Además, son fastidiosos.
8. Desarrollan para sí la intuición
estética. No pueden ir a dormir con
la misma ropa, ven las grietas de las
paredes llenas de insectos, respiran
un mal aire, caminan en el piso
recién escupido, cocinan sus
alimentos sobre una estufa de
aceite. Pretenden tanto como sea
posible contener y ennoblecer el
instinto sexual. […] Lo que quieren
en una mujer no es una compañera
de cama. […] No piden inteligencia
ahí donde se manifiesta la mentira
constante. Quieren, especialmente si
son artistas, frescura, elegancia,
humanidad, la capacidad de la
maternidad. […]. No tragan vodka a
todas horas, día y noche, no huelen
los armarios porque no son cerdos
y saben que no lo son. Beben solo
estando libres y en ocasión […].
Porque ellos quieren mens sana in
corpore sano [“mente sana en
cuerpo sano”].
Notas:
Antón Chéjov, médico,
escritor y dramaturgo ruso.
* Probablemente “Palmin”, un poeta
menor de la época [N. del T.]
** Probablemente Iván Krylov
(1769-1844), fabulista, poeta y
dramaturgo ruso.
Brain Pickings.