La noche del 27 de febrero de 1933
el Reichstag ardió en llamas,
proporcionando a los nazis la
excusa perfecta para culpar a los
comunistas y obligar al día siguiente
al presidente Hindenburg a
suspender las garantías
constitucionales con el conocido
como «decreto del fuego del
Reichstag». La policía alemana
detuvo en el interior del Parlamento
alemán a un joven izquierdista
holandés, Marinus van der Lubbe,
que sería guillotinado un año
después tras un juicio en el que los
líderes comunistas acusados
culparon abiertamente a los nazis
de haber causado el incendio para
disolver el Parlamento y poner en
marcha su sistema totalitario.
Hermann Goering, presidente de la
cámara baja del Parlamento en
1932 y ministro del Interior de
Prusia, respondió en la vista a estas
acusaciones, no sin sarcasmo. «En
interés de Alemania, preciso ciertos
detalles para rechazar los reproches
del Libro Pardo, pero, en lo que me
concierne personalmente, no tengo
ningún interés en rechazar tales
reproches ya que son tan grotescos,
que es casi superfluo refutarlos,
tanto más cuanto que sé, por mis
hombres de confianza, que todo
bribón rojo que tenía necesidad de
dinero pudo procurárselo entonces
vendiendo al extranjero
afirmaciones de cualquier clase
presentándome como un criminal».
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Goering
«El Libro Pardo pretende que mi
amigo Goebbels me propuso
incendiar el Reichstag y que yo lo
realicé alegremente. Después que,
viviendo frente al Reichstag,
presencié el incendio vistiendo una
bata de sea azul. Solo falta
pretender que toqué la lira, como
Nerón contemplando el incendio de
Roma», señaló Goering en
noviembre de 1933, según recogió
ABC.
El líder nazi afirmó sin ambages:
«Yo no tenía necesidad de incendiar
el Reichstag para cargar contra los
comunistas, ya que Hitler me había
confiado el ministerio prusiano del
Interior con el fin de aniquilar al
comunismo». El partido comunista,
continuó Goering, «comenzó a
desencadenar actos de terrorismo,
ejecutados por gentes que vestían
uniformes nacional-socialistas y
usaban carnets de identidad
nacional-socialistas». Así justificó la
pena de muerte para estos actos y
la creación de «destacamentos
especiales» para el control en las
calles, restaurantes y cafés.
«Lo cierto es que fui sorprendido
por el incendio del Reichstag»,
aseguró Goering en su declaración.
«Había decidido esperar el ataque
de los comunistas para deshacerlos
después; pero el incendio del
Reichstag me obligó a desencadenar
el primer ataque contra el
marxismo la misma noche del
incendio».
El ministro del Interior relató que se
encontraba en su despacho del
ministerio del Interior cuando hacia
las nueve de la noche del 27 de
febrero se enteró del incendio.
«Creí un momento que el incendio
no había sido provocado
intencionadamente», añadió.
«Como yo era el presidente del
Reichstag, marché a dicho lugar
inmediatamente. Como un policía
me dijese después que el incendio
había sido intencionado, tuve
inmediatamente la intuición de que
el comunismo era el responsable del
incendio». Goering añadió que el
vicecanciller Von Papen también
había señalado a los comunistas y
de acuerdo con él adoptó las
primeras medidas.
«En los primeros momentos pensé
colgar inmediatamente a Van der
Lubbe, pero me abstuve, pues pensé
que Van der Lubbe podía servir
como testigo», admitió
abiertamente en la vista antes de
añadir que ordenó detener a los
diputados comunistas Torgler y
Koenen «que habían salido del
Reichstag una hora antes del
incendio». Goering alentó entonces
a la Policía y a los destacamentos
de asalto para arrestar a todos los
jefes y dirigentes marxistas «de los
cuales en esa sola noche detuvimos
a cinco mil».
«Hoy el marxismo ya no es
peligroso, porque he tenido el
cuidado de reducirlo en el mayor
grado», se jactó entonces el creador
de la Gestapo y de los primeros
campos de concentración.
Historiadores alemanes
corroboraron años después la teoría
de la autoría nazi. Diez miembros de
un comando de la SA participaron
en el incendio del Reichstag. Todos
ellos fueron asesinados en 1934 por
las SS en la noche de los cuchillos
largos. En 2008 el Tribunal Federal
de Justicia de Alemania anuló el
veredicto a Van der Lubbe al
considerar que las conclusiones
para condenarlo a muerte habían
sido «injustas».