Representa a Lady Jane Grey, nieta de Enrique VII y sobrina de Enrique VIII (pues era hija de María Tudor, hermana menor de Enrique VIII), que sube al trono de Inglaterra en 1553 a la muerte del joven rey Eduardo VI, su primo, que la nombra a ella en perjuicio de María, primogénita de Enrique VIII (por ser hija suya y de Catalina de Aragón) y por tanto hermanastra de Eduardo (a la postre hijo de Jane Seymour, tercera esposa de Enrique VIII). Tan sólo reinaría nueve días, al ser depuesta por la nueva reina católica María I, su prima, que vería en su condición de protestante una razón para la traición y la condena a muerte.
La visión del hecho se idealiza en su momento más dramático, el de su ejecución, mostrándonos entonces a la princesa en su aspecto más puro y hermoso, porque se convierte así en un símbolo de libertad e inocencia frente al arbitrio injusto del poder. Por eso lady Jane se representa de blanco (color de pureza) y además un blanco luminoso y resplandeciente, al destacar entre los tonos lúgubres que la rodean. Se la representa en plenitud de su belleza y en una escenificación dramática considerando su actitud de inocencia y las de sus acompañantes, sumidos todos ellos en el dolor y la pena, incluido el propio verdugo.
En este sentido también tiene su papel importante el elemento compositivo de la obra porque la propia posición de los acompañantes crea una composición abierta, en cuyo centro estalla llena de luz la figura de Lady Jane Grey.
Representación por tanto muy idealizada y poco consecuente con los acontecimientos reales porque lo más probable es que la reina fuera ejecutada al aire libre, concretamente donde se halla enterrada, en el patio que se abre frente a la capilla de St Peter ad Vincula; y que no fuera vestida de blanco, al contrario, y que hubiera muchos más testigos del acontecimiento de los que aparecen en el cuadro, porque tratándose de una reina habría un buen número de cortesanos y clérigos observando la ejecución.
Pero el efecto deseado se consigue plenamente y la figura de Lady Jane se eleva de esta forma a la categoría de icono político.
Plásticamente la pintura es una preciosidad. La nitidez de la que hace gala va más allá del mero objetivo descriptivo. La minuciosidad en el detalle, las calidades táctiles conseguidas y sobre todo el dominio de la luz, nítida, cristalina y brillante, son determinantes en la belleza del cuadro.
Pero sobre todo sobre la propia figura de la protagonista, tratada con tanta delicadeza por el pincel de Delaroche, como si el autor también se hubiera prendado de esta joven tan bella como infortunada.
Fuente: ARTECREHA