5/5/12

UNA SOCIEDAD LEVANTADA SOBRE PIES DE BARRO

Una antigua leyenda hindú cuenta que,
cuando las gentes decidieron
abandonar los bosques para vivir
agrupadas, los dioses hicieron una
reunión de emergencia para afrontar el
problema. Parece que la alarma tenía
sentido.
Hoy los campos verdes y las gentes
sencillas quedaron atrás. La
convivencia con el viento, con el sol,
con las lluvias; la paz del corazón y el
regocijo de la hoguera por la noche;
todos juntos, en grupo, como las
grandes y verdaderas familias que se
adoran mutuamente sintiendo que tú
eres una parte de mí y yo una parte de
ti y juntos estamos en el todo; suena a
utopía. La pureza de los sentimientos
como la profunda convicción de que la
solidaridad solo es un valor cuando se
expresa sin saber que lo que hacemos
es solidario o deja de serlo, sino que
es el resultado de un acto puro y
sencillo inspirado por el corazón; el
sentimiento íntimo y profundo de que
la única felicidad es la paz profunda y
que la mayor de las sabidurías se
expresa cuando amamos; todas las
grandes verdades quedaron atrás.
Hoy llenamos las bodegas de nuestras
entrañas con Lady Gagas y héroes del
fútbol, y substituimos los paisajes y los
animales por paredes grises de
hormigón y grafitis.
Hemos convertido el mundo en un
escenario tragicómico donde la gente
vive la comedia sin apercibirse de la
tragedia que late tras el absurdo diario.
Los ingleses llaman «rat race» al gran
teatro de la vida occidental, carrera de
ratas en la que cada quien sale en la
mañana de su ratonera; 70 metros
cuadrados comprados a mil veces el
precio por el que nuestros abuelos
tenían una vivienda digna, con granero,
animales y huerto incluidos; camina el
espacio hasta el metro, autobús o tren
que le llevará al mismo vagón a la
misma hora; leerá los titulares casi
idénticos día a día; comentará, con
enorme habilidad dialéctica y haciendo
muestra de gran personalidad e
inteligencia, cómo el personaje de moda es así o
asá…, o, en el máximo esfuerzo
filosófico, analizará la política diaria; y
finalmente, creyéndose libre, no es
capaz de salir de entre los árboles de
su vida para darse cuenta del bosque
en el que habita; el absurdo mecánico
y repetitivo que le llevará un día a la
fosa sin haberse dado cuenta de quién
era o por qué vivió ni para qué existía;
es más, ni siquiera por un segundo
pensó en hacerse ninguna de estas
preguntas.
Nadie ha descrito la «rat race» mejor
que el Dalai Lama, cuando dijo que los
occidentales vivimos como si nunca
fuéramos a morir para después morir
como si nunca hubiéramos vivido.
Hoy, como bien dijo el V.M. Samael Aun
Weor, todos somos víctimas de la
enfermedad del mali-mali, más
conocido como latah; sin embargo
nunca nos daríamos cuenta de cómo
repetimos, copiamos las actitudes de
nuestro entorno; nos ponemos
tatuajes como el actor de moda y nos
dejamos famélicas hasta la
enfermedad para seguir a la modelo
de turno; héroes y heroínas del todo a
cien que desaparecen como flores de
un día para dejar el hueco al siguiente
“top star”; actores del esperpento
colectivo que nos hunde en el
mimetismo hasta agujerearnos los
labios, los pómulos y otras partes más
secretas de nuestra anatomía solo por
responder a la llamada de ser
«popular», «cool» o cual sea el
eufemismo tras el que escondamos
nuestra propia iniquidad; actitudes
masoquistas y autodestructivas tras las
que late el vacío interior, el frío gélido
que se ha apoderado de nuestros
corazones vacíos; muros de nuestra
imagen hacia los demás tras los que
dejamos apagar el fuego de nuestro
hogar, y alejados de nuestra propia
esencialidad, de lo que “SOMOS” más
allá del cómo “ESTAMOS”, perdemos
esta oportunidad que llamamos «vida»