La divulgación científica necesita
cada vez más de imágenes
estereotipadas que logren
transmitir explicaciones
complejas. Estas imágenes son
ahora moneda de cambio para
la transacción de
conocimientos tanto entre
amateurs como profesionales
de la ciencia. Si alguien
menciona, por ejemplo, "El
perro de Paulov" (no es que
Paulov fuera un perro, adjetivo
denigratorio, sino que se refiere
al animal doméstico sometido a
múltiples experimentos
elucubrados por el científico
ruso) todo el mundo sabe que
se habla de reflejos
condicionados, reflejos
estudiados sobre el pobre
animal por medio de pruebas
de laboratorio. Así, cuando se
oye hablar del perro de Paulov,
uno imagina a un pobre
chucho salivando como
respuesta a una señal
previamente implantada en su
conducta inconsciente. Ello
evita tener que explicar y
pormenorizar los ensayos,
pruebas y demás molestias
sufridas por el pobre bicho -
por algún humorista cruel
bautizado el mejor amigo del
hombre- para satisfacer los
deseos de conocimiento de
Paulov y sus colaboradores.
Pero la imagen funciona y evita
un sinfín de explicaciones.
Lo mismo ocurre con "El gato
de Schrödinger". Cuando se
recurre a esta imagen uno sabe
que se está refiriendo a uno de
los aspectos más singulares y
misteriosos de la mecánica
cuántica, a saber: que los
fenómenos cuánticos,
necesitan, para producirse, la
consciencia de un observador.
Me explicaré: cuando se
produce el colapso de la
función ondulatoria de una
partícula -que en realidad
posee consistencia ondulatoria
y corpuscular indistintamente-,
ésta puede resultar de un signo
o de otro, pero mientras
alguien, un observador, no lo
perciba, este resultado no
existe. No es que el resultado
sea positivo o negativo pero
todavía desconocido, no, es
más extraño: el nuevo estado
de la partícula en cuestión (y
sus posibles consecuencias) no
existe de ninguna manera hasta
que éste se verifica por la
observación. ¿No lo captan
todavía? Dejémoslo. Decía
Richard Feymann, premio Nobel
de física, que a quien no le deje
pasmado la física cuántica es
que no la ha comprendido.
Pues bien, el gato de
Schrödinger, que recibe este
nombre por ser una imagen
planteada por el premio Nobel
de física Erwin Schrödinger, nos
presenta a un gato encerrado
en una caja que contiene en su
interior una cápsula de gas
letal. Si el resultado del colapso
de la función ondulatoria de
una determinada partícula
resultase con spin positivo, se
dispararía el tapón de la
cápsula, escaparía el gas
venenoso y el gato moriría. Si el
resultado fuese una partícula
con spin negativo, no se
dispararía la cápsula y el gato
permanecería vivo dentro del
cajón. Pues bien, la imagen nos
viene a decir que, una vez
producido el colapso de la
ecuación de ondas, hasta que
no abramos la caja, el gato no
estará ni vivo ni muerto, o
estará a la vez vivo y muerto.
Misterios de la física cuántica, te
alabamos... señor Bohr. La
realidad en el mundo cuántico,
viene a decirnos Schrödinger,
es en último término producto
de la observación. He ahí el
mensaje. La imagen de El gato
de Schrödinger evita tener que
repetir tediosas explicaciones
como el principio de
incertidumbre, la simultaneidad
del carácter ondulatorio y
corpuscular de las partículas, y
otros detalles técnicos de este
peculiar campo de la física.
Lamberto García del Cid