11/3/12

Cleopatra

Cleopatra VII (69-30 a.C.)
fue la última reina del
Antiguo Egipto. Llegó al trono en el
año 51 a.C. cuando tan sólo contaba
con 18 años de edad, junto a su
hermano Ptolomeo XIII. A su llegada al
trono, se vio obligada a defender
Egipto luchando contra la expansión
del Imperio Romano. Para ello,
mantuvo una estrecha relación con dos
de los mayores líderes del imperio,
Marco Antonio y Julio César. Pese a que
muchas veces estas historias se toman
como románticas, en realidad sólo
fueron unas alianzas políticas
deseadas por Cleopatra para poder
mantener a Egipto fuera del gran
imperio.
Su nombre completo era Cleopatra
Filopator Nea Thea (Κλεοπάτρα
Φιλοπάτωρ) y era la séptima en llevar
ese nombre dentro de la familia que
dominaba el país del Nilo desde que
Ptolomeo Soter, el diádoco (sucesor)
de Alejandro, se estableciese en Egipto
tras su muerte y, después de una
cruenta guerra con sus antiguos
compañeros, se autoproclamase
faraón. Hija de Cleopatra V y Ptolomeo
XII “Auletes” (le llamaban el “flautista”
porque era un cretino vividor), nació
en el 69 a.C.
Frente a lo que piensan algunos (que si
era de piel oscura, o incluso de
facciones negroides como reclaman
algunas asociaciones de afro
americanos estadounidenses),
Cleopatra era totalmente griega. Los
Lágidas adoptaron el ritual faraónico
de casarse entre hermanos para
preservar la sangre real, por lo que la
reina del Nilo no tuvo ni una gota de
sangre egipcia o africana. Lo que sí se
sabe es que Cleopatra VII fue la
primera reina ptolemaica que aprendió
el idioma egipcio. Todos los
testimonios de su tiempo indican que
era una mujer muy inteligente, culta y
refinada. Cuando se presentó en
público por primera vez con catorce
años, además de su griego vernáculo,
ya hablaba egipcio demótico, hebreo,
sirio, arameo y algo de latín. Fue
educada por un elenco de preceptores
griegos y era mujer versada en
literatura, música, política,
matemáticas, medicina y astronomía.
Plutarco dijo de ella:
“Se pretende que su belleza,
considerada en sí misma, no era tan
incomparable como para causar
asombro y admiración (*), pero su
trato era tal, que resultaba imposible
resistirse. Los encantos de su figura,
secundados por las gentilezas de su
conversación y por todas las gracias
que se desprenden de una feliz
personalidad, dejaban en la mente un
aguijón que penetraba hasta lo más
vivo. Poseía una voluptuosidad infinita
al hablar, y tanta dulzura y armonía en
el son de su voz que su lengua era
como un instrumento de varias
cuerdas que manejaba fácilmente y del
que extraía, como bien le convenía, los
más delicados matices del lenguaje;
Platón reconoce cuatro tipos de
halagos, pero ella tenía mil.”
Cuando contaba con dieciocho años
de edad, su padre se ahogó en el Nilo.
A causa de su muerte, su hermano de
doce años, Ptolomeo XIII, y ella
heredaron Egipto como corregentes y
esposos. No era su único hermano:
tenía otro hermano y posteriormente
esposo, Ptolomeo XIV, y tres hermanas
más, dos mayores, Cleopatra VI
(desaparecida misteriosamente) y
Berenice IV, y una menor, Arsinoe IV.
Corría el otoño del 48 a.C. Egipto
estaba medio arruinado cuando
Cleopatra pugnó con su hermano por
el trono y fue expatriada a Siria.
Hambrunas, grandes desigualdades y
permanentes intentos de usurpación,
incluso por parte de su hermana
Arsinoe, se prodigaban el país de las
dos tierras. Su hermano y faraón,
Ptolomeo XIII, era un niño en manos
de tres intrigantes; el eunuco Potino,
su preceptor Teodoro y el capitán de
la guardia, Aquilas. Fueron estos tres
hombres quienes decidieron asesinar
a Pompeyo el Grande cuando,
huyendo de Farsalia (Grecia),
desembarcó en Egipto solicitando
ayuda y asilo a Ptolomeo. Pensaron
que así agradarían a César, cuando, en
realidad, le enojaron al mostrarle la
cabeza del que había sido su suegro.
Lo pagaron caro.
César recibió en Alejandría a la
aspirante, la cual se presentó ante él
burlando la férrea vigilancia que había
organizado Aquilas. El cónsul accedió a
mediar entre los dos hermanos como
testamentario del padre de ambos.
Roma era desde hacía años tutora de
Egipto a causa de las deudas
astronómicas que arrastraban los
últimos reyes lágidas.
Después de varios conflictos, el ataque
de los partidarios de Ptolomeo a la
ciudad que se saldó con el incendio de
la Gran Biblioteca, intrigas, ejecuciones
y batallas, Ptolomeo XIII murió
ahogado en el Nilo, como su padre,
Arsinoe fue conducida a Roma cargada
de cadenas y Cleopatra quedó como
única regente de Egipto, en
connivencia con César, aliado y amante
de la reina. Quizá su entrada triunfal
en Roma junto al dictador provocó a
los republicanos más acérrimos. Esta
feliz unión se truncó los idus del 44
a.C. en las escaleras del teatro de
Pompeyo. César fue asesinado por
varios elementos tradicionalistas y
Cleopatra tuvo que huir de Roma con
su hijo Cesarión, fruto de su relación
con César.
Nada más regresó a Egipto, ordenó
envenenar a su hermano y esposo
Ptolomeo XIV, evitando así cualquier
conato de usurpación. La situación de
Egipto era penosa: canales de regadío
cegados, plagas y hambre por doquier.
Poco más de un año después, otro
romano arrogante y necesitado llamó a
su puerta. Era Marco Antonio, fiel
legado de su esposo asesinado y su
más encarecido vengador. Antonio
acababa de romper el equilibrio entre
los tradicionalistas republicanos y sus
compañeros de triunvirato Octavio
Augusto, sucesor de César, y Lépido,
un hombre de paja. Antonio le solicitó
apoyo a Cleopatra, la cual accedió aún
teniendo su país al borde de la ruina.
Después de un sensual encuentro en
Tarso, en su fastuoso trirreme real,
Cleopatra exigió la ejecución de su
hermana Arsinoe como requisito
indispensable para prestarle ayuda a
Antonio, el cual accedió a su
propuesta. En aquella cita, ambos se
enamoraron apasionadamente.
Antonio volvió después a Roma y se
casó con Octavia, la hermana de su
por entonces amigo y futuro gran
adversario. Cleopatra tuvo dos hijos
con Antonio, Alejandro Helios y
Cleopatra Selene.
Cuatro años después, Antonio volvió a
Egipto y se desposó con su amada, sin
haber repudiado antes a Octavia.
Aquel tórrido adulterio fue el
detonante de las hostilidades entre
Octavio y Antonio. Mientras el primero
soportaba penurias en Roma, fiel a su
política de austeridad y trabajo, el
segundo dilapidaba los recursos del
Imperio desde su palacio de
Alejandría. Octavio supo como poner
en contra de Antonio a toda la mitad
occidental del estado, sobretodo a las
facciones más conservadoras del
Senado que se escandalizaban de la
vida licenciosa de Antonio y Cleopatra,
acusada de regicidio, incesto, lujuria,
etc. El punto crítico lo rebasó Octavio
cuando, violando el secreto que lo
protegía, leyó en público el testamento
de Antonio en el Senado. El él le
concedía arbitrariamente a su esposa
el control de medio Oriente romano, le
otorgaba el gobierno de Armenia y
Cirene a sus dos hijos y, lo peor,
mostraba su deseo de ser enterrado
en Alejandría… Aquello soflamó a la
rancia aristocracia romana, que le
declaró la guerra a Egipto. Era el 32
a.C.
La batalla decisiva entre ambos
contrincantes tuvo lugar en las costas
de Actium (Grecia), el 2 de Septiembre
del 31 a.C. La flota romana comandada
por Agrippa arrinconó a la escuadra
egipcia. Cleopatra huyó ante la presión
romana y Antonio abandonó a sus
hombres para reunirse con ella. Menos
de un año después, en Julio del 30
a.C., Octavio entró en Alejandría.
Antonio, crédulo de un informe falso
que le anunció la muerte de su
esposa, se suicidó clavándose su
gladio. Octavio se reunió con
Cleopatra. El princeps de Roma
pretendía conducirla a Roma, pero ella
sabía que si accedía a acompañarle
desfilaría cargada de cadenas como
había sucedido con su hermana
Arsinoe. Viendo que no era capaz de
seducirle con sus encantos, pues
Octavio era hombre frío y calculador,
optó por seguir a su marido hacia el
mundo de los muertos. Según la
versión más común, fue un áspid
proporcionado por una de sus fieles
esclavas quien tuvo el honor de
privarle a Octavio Augusto del placer
de mostrar a la arrogante reina de
Egipto como su esclava. Era el 12 de
Agosto del 30 a.C.
(*) De hecho fue poco agraciada de
cara, aunque su cuerpo era escultural
y voluptuoso, según las crónicas de la
época.


Imagen: “Cleopatra” (1888), de John
William Waterhouse (1849-1917)