William James Sidis nació en Nueva
York en 1898, y murió en la misma
ciudad en 1944, y es considerado la
persona más inteligente de la que se
tiene registro. Sin embargo, para el
mundo es casi un desconocido pues
no llegó a realizar logros dignos de
un gran destaque.
Su coeficiente intelectual era cercano
a los 250, cuando lo habitual es de
entre 90 y 110. Cabe aclarar que el
coeficiente intelectual se calcula
dividiendo la edad mental por la edad
biológica y multiplicando por 100. Así,
si un niño de 10 años puede resolver
problemas matemáticos o hacer cosas
habituales para niños de 14, se divide
14 ente 10, que de como resultado 1.4
que multiplicado por 100 da un
coeficiente intelectual de 140.
Claro que, los test para medir la
inteligencia son más complejos y
variados (e imperfectos). Pero el
punto aquí es que parece evidente
que no todos los niños genios se
transforman luego en verdaderos
genios (basta recordar al mejor
alumno de nuestra clase y averiguar
cómo es su vida hoy).
Por otra parte, el de William James
Sidis se trataba de una caso especial
ya que su padre era un experto en
psicología que utilizó sus propios
métodos para estimular el desarrollo
temprano de la inteligencia de William.
Y logró que el pequeño, al año y
medio ya supiera leer el diario. Antes
de cumplir los 10 años hablaba 8
idiomas. Y su carrera académica no
fue menos impresionante: hizo la
primaria en unas pocos semanas,
escribió varios libros siendo aún niño,
estudio en el MIT (Massachussetts
Institute of Tecnology ), y a los 11
años ya concurría a la prestigiosa
Universidad de Harvard . A los 16
años se graduó como doctor en
medicina.
Pero hasta ahí llegan sus logros, no
inventó la cura del cáncer, ni escribió
ninguna sinfonía grandiosa, ni ningún
otro de los logros que cabría esperar
del hombre más inteligente del
mundo. Quizá la cuestión aquí pase
por la forma de medir la inteligencia
(estos famosos test de coeficiente
intelectual) o por tener en cuenta que
la inteligencia lisa y llana no lo es todo
a la hora determinar un genio o de
hacer que alguien deje una huella en
la historia (o que simplemente le vaya
bien en la vida).
Es más, para muchos William James
Sidis es el ejemplo más claro de cómo
niños superdotados no siempre
logran el éxito que supuestamente
corresponde a su inteligencia.
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