Es cosa sabida que la leyenda sumeria
de la Torre de Babel, recogida a su
manera por el Antiguo Testamento y
representada en múltiples pinturas
desde entonces, ha dado lugar a
sucesivas especulaciones sobre el
origen del lenguaje y la diversidad
apabullante de las lenguas. Es un
motivo polivalente ligado de manera
imaginaria a la problemática del
lenguaje y así lo han evocado teólogos,
filósofos, lingüistas y creadores de
todo orden, tan diversos como por
ejemplo J. L. Borges en “La biblioteca
de Babel”, Franz Kafka en “El escudo
de la ciudad”, Jacques Derrida en
“Torres de Babel”o Fritz Lang en el film
Metrópolis.
Aquí les pongo El escudo de la ciudad,
de Kafka.
Al comienzo no faltó el orden en los
preparativos para construir la Torre de
Babel; orden en exceso quizá. Se
preocuparon demasiado de los guías e
intérpretes, de los alojamientos para
obreros, y de vías de comunicación,
como si para la tarea hubieran
dispuesto de siglos. En aquella época
todo el mundo pensaba que se podía
construir con mucha calma; un poco
más y habrían desistido de todo, hasta
de echar los cimientos. La gente se
decía: lo mas importante de la obra es
la intención de construir una torre que
llegue al cielo. Lo otro, es deseo,
grandeza, lo inolvidable; mientras
existan hombres en la tierra, existirá
también el ferviente deseo de terminar
la torre. Por lo cual no tiene que
inquietarnos el porvenir. Por lo
contrario, pensemos en el mayor
conocimiento de las próximas
generaciones; la arquitectura ha
progresado y continuará haciéndolo;
de aquí a cien años el trabajo que
ahora nos tarda un año se podrá hacer
seguramente en unos meses, mas
durable y mejor. Entonces ¿para qué
agotarnos ahora? El empeño se
justificaría si cupiera la posibilidad de
que en el transcurso de una
generación se pudiera terminar la
torre. Cosa totalmente imposible; lo
más probable será que la nueva
generación, con sus conocimientos
más perfeccionados, condene el
trabajo de la generación anterior y
destruya todo lo construido, para
comenzar de nuevo.
Esas lucubraciones restaron energías, y
se pensó ya menos en construir la
torre que en levantar una ciudad para
obreros. Mas cada nacionalidad
deseaba el mejor barrio, lo que originó
disputas que terminaban en peleas
sangrientas. Esas peleas no tenían
ningún objeto; algunos dirigentes
estimaban que demoraría muchisimo
la construcción de la torre, y otros,
que más convenía aguardar a que se
restableciera la paz . Pero no solo
ocupaban el tiempo en pelear; en las
treguas embellecían la ciudad, lo que a
su vez daba motivo a nuevas envidias y
nuevas polémicas. Así transcurrió el
tiempo de la primera generación, pero
ninguna de las otras siguientes
tampoco varió; solo desarrollaron más
la habilidad técnica, y unido a eso, la
belicosidad. A pesar de que la segunda
o tercera generación comprendió lo
insensato de construir una torre que
llegara al cielo, ya estaban todos
demasiado comprometidos para dejar
abandonados los trabajos y la ciudad.
En todas sus leyendas y cantos, esa
ciudad tiene la esperanza de que
llegue un día, especialmente
vaticinado, en el cual cinco golpes
asestados en forma sucesiva por el
puño de una mano gigantesca,
destruirán la mencionada ciudad. Y es
por eso que el puño aparece en su
escudo de armas.
Imagen: P. Brueghel: La torre de Babel.
Kunst Historiches Museum. Viena.
1563.