El australiano Peter Singer, un
movilizador filósofo contemporáneo,
sostiene que el interés propio y la ética
forman a menudo un matrimonio mal
avenido. Parece, dice, que la ética se
nos impone desde afuera y es hostil a
nuestros intereses. A menudo
actuamos en función de estos, con
temor de ser sorprendidos por un
guardián de la ética. Y terminamos por
creer que todo acto ético, ya que nos
enfrenta a tan difícil dilema, merece ser
premiado.
Pero llega entonces, desde la historia,
Emanuel Kant y nos recuerda que no
hay premio para las acciones morales.
La recompensa de la moral es ella
misma, afirma. Por lo tanto, quien
actúa moralmente en espera de un
reconocimiento no tiene una conducta
moral.
En su estimulante y profundo trabajo
La idea de la justicia, Amartya Sen
(economista y pensador indio, Premio
Nobel de economía en 1998), señala
que una persona puede tener
argumentos muy bien razonados y
distintos de la promoción del beneficio
personal, para actuar de una manera
socialmente decente. Con sensatez,
insiste, se puede advertir de qué
manera las vidas de los otros suelen
ser afectadas por nuestras acciones.
Una de las señales de la madurez,
piensa Sen, está dada por la capacidad
de apreciar la naturaleza del dolor y de
las necesidades ajenas.
Como se ve, no se trata de desconocer
las motivaciones propias, ya que toda
acción comienza desde un individuo
que se piensa a sí mismo y que,
lógicamente, no irá en contra de sí.
Pero su mirada puede no traspasar
jamás el horizonte del propio ombligo
o puede trascenderlo, reconocer la
presencia del otro y percibir las
necesidades de éste. Se puede partir
de una motivación propia, pero no es
obligatorio terminar en el interés
egoísta y personal. En el camino puede
haber interesantes y ricas
transformaciones de pensamientos,
sentimientos e intenciones.
Para que podamos hablar de bien
común tiene que existir alguien más
que nosotros en el mundo. Y además
de que exista, debemos reconocer y
respetar su identidad y su presencia. El
significado de la palabra "común" nace
en el punto en donde dos paralelas
dejan de serlo y se tocan. Como
recuerda Singer, Maimónides
(1135-1204), rabino, médico y teólogo
que ahondó en los temas éticos,
diseñó una "escalera de oro de la
caridad". La misma tiene siete
peldaños. En el primero, el acto
caritativo sólo se ejecuta para
mostrarse. En el último se alcanza la
cima ética: el que da no sabe quién
recibe y el que recibe ignora quién da.
La caridad se convierte en un puro
acto, sin publicidad, sin intereses, sin
recompensas. Puro desinterés. Puro
bien común.
¿Es posible esto? ¿Está dentro de las
posibilidades de la naturaleza
humana? Tiendo a creer que si algo
alcanza a ser pensado o conjeturado
es porque puede existir. Ni en el arte ni
en el pensamiento la imaginación
supera a la realidad. Simplemente se
nutre de ella. A menudo, lo que parece
una idea nueva o revolucionaria no es
más que materia prima extraída del
inconsciente colectivo, ese invalorable
yacimiento en el que confluyen todas
las experiencias y la memoria de la
especie.
Los escépticos sospechan que detrás
de toda acción moral hay un interés
personal. Otros conceden que nos
movemos éticamente sólo en beneficio
de familiares, amigos o grupos de
pertenencia. Sin embargo, apunta
Singer, abundan las acciones éticas
que no se explican por ninguna de
estas razones. Y la mayoría de las
veces no son casuales ni espontáneas.
Las ejecutan personas que vienen
actuando éticamente desde hace
tiempo, al margen de sus intereses
propios. Son conscientes de que es el
otro, y no ellos, el foco de la cuestión.
Una ética aprendida y consolidada en
la acción. Una ética consciente. Porque
la conciencia es el atributo humano
que nos permite modificar nuestras
conductas e ir más allá de algunas de
nuestras fronteras, como la del
egoísmo.
Sinay.