24/2/12

ACTO DE COBARDÍA

“Los faros son más útiles que las
iglesias”
Benjamin Franklin
El primer error del ser humano fue la
cobardía.
Creer en Dios fue el mayor acto de
cobardía que el hombre cometió.
Creer en Dios fue de cobardes, ya que
el que lo hizo; no quiso asumir su
responsabilidad como Soldado de la
Vida. Delegó sus tareas en algo
llamado Dios.
Durante gran parte del transcurso de
la historia humana, la palabra de Dios
prevaleció sobre el pensamiento
humano.
Su consciencia llegó a un punto en el
que se permitió el lujo de pensar que
estaba en la Tierra para disfrutar a lo
sibarita de los “dos días” que duraba
la vida. Todos los problemas los
solucionaba Dios. ¿Por qué habría que
preocuparse entonces, más que en
disfrutar de los placeres y las
satisfacciones personales?
El segundo error que cometió fue la
negligencia.
Negó desconocer el sentido de la vida,
cuando siempre lo tuvo delante de sus
narices.
Negó la evidencia de ser la evolución
de la más asombrosa forma de la
materia: La vida. Renegó el papel que
ésta habíale otorgado.
La vida nació de la materia inerte.
Comenzó a transformar ésa materia
inanimada en células y
microorganismos que a su vez
sintetizaban los elementos que
componían la materia inerte. Con el
paso del tiempo, esa transformación
fue constante y exponencial.
La vida, ubérrima; expandiose en el
mundo donde había surgido, y
rápidamente; transformó elementos
muertos en piezas fundamentales para
dar forma a nuevas fantasías vivientes.
La vida colonizó todo el planeta.
Experimentó con cientos de formas
que pudieran ser utilizadas para seguir
con su bonhomioso propósito:
extenderse.
Y seres colosales aparecieron sobre la
faz de La Tierra.
Los dinosaurios fueron un importante
escuadrón del gran ejército de la vida;
aunque acabaron siendo un fiasco.
Sirvieron perfectamente para extender
la vida a casi todos los rincones del
planeta, debido a su fortaleza y
extraordinarias dimensiones.
Sin embargo, no pudieron seguir con
su labor porque no bloquearon una
amenaza imprevista para la
supervivencia.
La vida aprendió que “Más vale maña
que fuerza”, como actualización de la
primera “Ley del más fuerte”.
Millones de años después, la
naturaleza presenta su último modelo.
El Homo Sapiens
La inteligencia ganó a la fuerza, y con
una celeridad sin parangón; el ser
humano evolucionó.
Tan sorprendida de las nuevas
posibilidades que le ofrecía el nuevo
espécimen, la vida le otorgó plenos
privilegios en sus dominios.
Sin tener alas, le permitió volar. Sin
tener agallas, le permitió sumergirse en
las profundidades marinas. Le entregó
especies que le ayudarían en sus
propósitos, tanto para su nutrición,
como para su expansión continental;
incluso para combatir lo que más odió
la vida: La soledad.
Le confió el secreto de las leyes que
gobernaban el planeta y gran parte del
universo, que la propia vida a través de
los ojos del hombre, descubrió más
allá de aquel globo azul en el que se
hospedaba.
Sin embargo, también descubrió otras
cosas.
Descubrió que el lugar donde había
surgido todo, y donde todo se
mantenía en la armonía prevista;
podría ser víctima de amenazas
mayores que la que causó la extinción
de los grandes reptiles. Aunque para
ésa amenaza ya tenía vía de escape.
Las armas atómicas salvaguardarían el
planeta de esos impactos asesinos que
tuvo que sufrir docenas de veces, y a
su vez; hacer que todo comenzase de
nuevo desde sus pilares más frágiles.
Mas había otros riesgos que no se
había planteado, puesto que ni
siquiera habría predicho su existencia.
Comprendió que el edificio donde
todo se había cimentado se vendría
abajo más tarde o más temprano.
Aquella estrella que inició todo se
apagaría en miles de millones de años.
Sería posible incluso que, aunque no
se apagara, emitiese energías que
desestabilizasen en extremo el clima
necesario para la supervivencia;
incluso para, de un soplido cósmico;
desprender toda la atmósfera como si
de un diente de león sacudido por el
viento se tratase.
Y entonces, cuando eso pasase; todo
fracasaría.
La vida claudicaría ante la muerte,
encerrada en una gigantesca huesa de
la que nunca pudo salir.
Había también posibilidad de sucumbir
ante otro tipo de vida no orgánica. Si la
vida basada en el carbono había
surgido de la nada, una vida basada
en el flúor o en el estroncio no sería
nada descabellado; considerando la
magnitud del universo que acababa de
descubrir.
La vida descubrió que tarde o
temprano tendría que cambiar de
residencia; puesto que la actual podría
resultar hostil; o incluso destruida.
Por eso multiplicó sus esfuerzos y
mimos en el hombre.
El ser humano era la única vía que
tenía la vida orgánica de sobrevivir; y
por supuesto, de seguir colonizando y
transformando materia inerte; y por
ende, expandirse.
La vida confió en el ser humano. La
vida dependió del ser humano.
Pero no contó con que éste fuese
cobarde. No contó con que el ser
humano la traicionaría. Utilizó su
inteligencia para obtener satisfacción
corporal y espiritual. Renegó de su
menester protector y expansivo.
Y lo más luctuoso es que todo fuera
por cobardía.
Si el hombre no hubiese creído en
dioses y seres superiores, quizás la
vida hubiese alcanzado su maravilloso
objetivo. Las religiones supusieron un
lastre imposible de arrastrar. Si se
hubiese escuchado a la propia vida, de
boca de Galileo Galilei, de Kepler y de
tantos seres a los que se les obligó
callar; es probable que a comienzos
del siglo XXI, el hombre ya estuviese
establecido en Marte o en alguna
ciudadela orbital, lejos de su añorado
planeta. Pero la cobardía de no
afrontar los retos y de creer en seres
intangibles que resolverán de forma
mágica nuestros problemas…
El ser humano perdió siglos buscando
sentidos teológicos a la vida y obvió lo
que ésta le imploraba a gritos.
Y el día que no podía llegar, llegó.
Hace diecisiete horas que se descubrió
un pequeño temblor bajo el pacífico.
Su intensidad era inusitada, pero la
lejanía de costas pobladas no hacía
presagiar nada inicuo.
Sin embargo pocos minutos después,
sismógrafos y otros sensores
geológicos colocados en varias partes
del mundo, comenzaron a mandar
señales con frenesí.
La presión de Yellowstone subió hasta
límites jamás registrados.
Se preveía una erupción inmediata.
El caos recorrió toda Norteamérica.
Pero fue el Vesubio el primero en
explotar. Y todo pareció suceder como
si una hilera de fichas de dominó fuese
cayendo una sobre la otra.
Yellowstone le siguió, casi a
continuación; vertiendo más de treinta
kilómetros cúbicos de cenizas, que
cubrieron casi todo el país con un
manto de dos metros de espesor; que
probablemente será regado durante
cientos de años por acido sulfúrico de
extremada pureza.
La falla americana tembló con una
intensidad jamás registrada. 9,3 en la
escala de Ritcher. Por desgracia, en
pocas horas el record volvería a
superarse en otras partes del globo
terráqueo. Los terremotos desolaron
millones de kilómetros cuadrados en
cuestión de minutos. Capitales enteras
de países quedaron sesenta metros
sumergidas en escombros. Países
insulares desaparecieron bajo el mar.
El Popocapetepl, el Stromboli, el
Pinatubo…todos los volcanes, incluso
los que se daban por extintos, como el
Teide; explotaron al unísono. Los
piroblastos y las cenizas arrasaron
ciudades, poblados, selvas, pastos,
taigas… incluso los hielos antárticos se
fundieron de inmediato ante la furia de
los volcanes que tantos millones de
años llevaban dormidos en el
desconocido y desértico continente
austral.
El cielo se volvió negro, y en algunas
regiones; nubes amarillentas de
centenares de kilómetros de diámetro
surcaban velozmente el globo.
El agua hirvió y desapareció de los
mares lentamente, internándose en el
manto; cientos de kilómetros más
abajo que donde acababa la corteza
terrestre, debido a las fisuras y fallas
mil quilométricas que aparecieron.
Casi una rotación planetaria después,
la Tierra ha fallecido.
Espesos nubarrones ácidos recorren el
planeta. Colosales relámpagos emiten
fulgores indescriptibles. Y allí donde el
negro clarea, sólo se distingue un rojo
alarmantemente parecido al magma.
Antes, me hacía ilusiones. Ahora, no
albergo ninguna duda a que en la
Tierra no queda una sola especie viva.
La vida vio como uno de sus temores
se hacía realidad.
Fue traicionada por el hombre y su
Dios.
Sin embargo, aquí estoy yo.

Un relato de Pedro Pastor