8/4/12

Piropo

En este momento eres la dueña
de la acera. Tu cuerpo, ceñido
por ese traje vaporoso, es un
aullido del trópico. Y el balanceo
musical de tus caderas anticipa
el desmadre del mapalé. No
existe, te lo digo sin rodeos, la
mínima posibilidad de que uno
te vea y voltee para otra parte,
haciéndose el desentendido,
silbando, como si fingiera que el
mundo sigue tranquilo, como si
ignorara que se aproxima un
temblor de tierra. Esto no es
Suiza, querida, sino el Caribe. Así
que con toda seguridad los tipos
que están sentados allá en la
esquina, al fondo de la calle, te
van a lanzar un piropo.
Defiendo, ya lo sabes, el derecho
al piropo. Tienes razón cuando
protestas contra los patanes que
te enciman con lujuria y te dicen
palabrotas obscenas. A esos
bárbaros deberían imponerles el
castigo de limpiar los baños de
todas las cárceles de mujeres
que hay en el mundo. Así que
no perdamos tiempo en ellos.
Pero, además, no sobra
recordarte que lo que esos
guaches te arrojan al pasar no
son piropos. En el idioma castizo
de nuestros mayores y en el
Diccionario de la Real Academia
de la Lengua, piropo es
sinónimo de flor, óyelo bien. Por
eso nuestras abuelas retribuían
los cumplidos con aquella frase
atildada que ya casi no se usa:
“gracias por la flor”.
Los hombres que lanzan piropos
en las esquinas son, por lo
general, gente del populacho.
Los magnates están en otra
parte, querida, en el Mar Báltico,
o en Ibiza, embriagándose con
sus doncellas de figurín. Si un
magnate de esos te abordara en
un salón de coctel, seguramente
llevaría la espada desenvainada,
como el matador que se apresta
a dar la estocada final, porque
esos monarcas son conscientes
de sus ventajas y las hacen valer
a mansalva. En cambio, el albañil
de aquel edificio en
construcción, ¿lo ves?, te suelta
la lisonja sin esperar ninguna
contraprestación. Él sabe que tú
no le dirás: “ay, qué palabras tan
graciosas: bájate rápido de ese
andamio para que hagamos el
amor”. Simplemente quiere
notificarte que existe y que te
admira. El hecho de que te
obsequie el halago aún a
sabiendas de que no conseguirá
ningún favor tuyo, es un detalle
generoso, admítelo.
Los hacedores de piropos
transforman la calle en un gran
teatro de la picaresca: “quisiera
ser bizco para verte doble”.
“Vete por la sombrita, mamita,
que el sol derrite los
bombones”. Ellos no podrían
elogiar tus “hombros de
champagne”, como Breton, ni
invitarte a “florecer volando en
una bicicleta”, como Neruda,
porque no son poetas de oficio.
Apenas son seres corrientes que
dedican su chispa a la tarea
diaria de matar el tiempo que
nos mata. Y fíjate que aunque no
han leído a tahúres del lenguaje
como Ramón Gómez de la
Serna, son capaces de hacer
unos juegos de palabras
sorprendentes: “quisiera ser tu
profesor de tercero, para
pasarte al cuarto”. Ahora que
varias calles se han convertido
en focos de violencia, te pido,
muchacha, entender el
significado social de esos chicos
que dejan de jugar fútbol para
lisonjearte cuando pasas. Ellos
son a la convivencia lo que
Greenpeace es a la conservación
de los bosques: defensores de
una forma de humor que nos
sirve, al fin y al cabo, para
celebrar la vida.

por
Alberto Salcedo Ramos

Fuente:
www.prodavinci.com/2010/05/20/artes/elogio-del-piropo/