La civilización egipcia, que desde sus
comienzos siempre se ha caracterizado
por el exotismo y la exuberancia, no
podía dejar de lado un elemento tan
importante como podía ser el sexo. El
arte, los textos y la propia religión, nos
advierten de que los antiguos egipcios,
lejos de ser alguna suerte de puritanos
o santurrones, daban al sexo gran
importancia. Antes de que el mundo
existiera, no había nada en el universo.
No existían ni los ríos, ni las montañas,
ni los valles. Todo estaba sumido en la
más lúgubre oscuridad. En un
momento incierto, de la nada
surgieron las aguas primordiales del
Nun, el no-ser. Entonces todo el
universo se cubrió por una gran
extensión de agua: se había dado el
primer paso hacia la vida. El dios solar
Atum, se autocreó viniendo a dar luz a
un mundo recién nacido en donde
solamente estaban él y las aguas
primordiales. En un acto reflejo, en un
deseo de compartir su vida con más
personas y dar pie a una dinastía de
dioses, el dios Atum se masturbó
dando vida a los dioses Shu, el aire, y
Tefnut, el agua. A su vez, de éstos
nacieron Geb, la tierra, y Nut, el cielo.
Relatado de una forma tan brusca, los
sacerdotes del templo solar de
Heliópolis, cerca de El Cairo, han
dejado para la posteridad el
nacimiento del mundo y de sus
elementos principales. Partiendo de
una base tan libidinosa, no es de
extrañar que los antiguos egipcios
vieran en el sexo una elemento de lo
más normal en sus vidas cotidianas.
En un país en donde el calor es,
durante la mayor parte del año, la nota
predominante en lo que al clima se
refiere, no es de extrañar que los
antiguos egipcios acostumbraran a
usar ropas ligeras o muy livianas, si es
que no iban completamente desnudos.
De esta manera, los habitantes del valle
del Nilo estaban ciertamente
acostumbrados a convivir casi
desnudos, tal y como sucede con
muchas tribus africanas en la
actualidad. Era norma común en las
aldeanas realizar sus tareas diarias
vestidas únicamente con una falda
corta dejando los senos al descubierto.
De igual manera, es muy frecuente
encontrar en las tumbas de cualquier
época, representaciones artísticas con
escenas de labranza, en donde los
propios campesinos realizan sus
faenas cotidianas sin ninguna prenda
que les cubra. En otras ocasiones, las
condiciones del trabajo invitaban a
una desnudez que si bien no parece
que fuera obligada, resultaba en
cualquier caso mucho más cómoda.
Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de
los pescadores, quienes al tener que
permanecer mucho tiempo dentro de
los ríos o pantanos optaban por
trabajar desnudos y evitar así las
molestias que podrían acarrear las
ropas mojadas. Con todo, el calor y la
comodidad hacían que los
trabajadores egipcios de las pequeñas
aldeas realizaran sus tareas diarias tal y
como los dioses les habían traído al
mundo. Por su parte, si bien no consta
que en los estratos más elevados de la
sociedad egipcia tuvieran las mismas
costumbres, principalmente porque no
trabajaban y vivían siempre rodeados
de servidores que los cubrían del
ardiente sol del desierto, las damas de
la alta sociedad sí acostumbraban a
llevar en las fiestas sugerentes vestidos
de lino, casi transparentes, que
dejaban adivinar absolutamente todo
lo que había debajo de ellos.
Si bien es cierto que los documentos
eróticos en el antiguo Egipto son hasta
la época ptolemaica muy escasos, los
documentos que nos han dejado en
este sentido los antiguos egipcios, son
auténticos Kamasutra de las prácticas
diarias del sexo en la corte del faraón.
En estos papiros y ostraca, podemos
llegar a entender de forma más directa
la importancia y variedad de esta faceta
humana en el valle del Nilo. Sin punto
de comparación con los infantiles
poemas eróticos en donde los novios
insinuaban de forma velada una
sexualidad y erotismo muy recatados,
tenemos auténticos papiros
pornográficos, que si bien son una
excepción, no dejan de ser
interesantes. De entre todos los
documentos que tenemos, el más
conocido es el papiro de Turín nº
55001. Perteneciente al reinado de
Ramsés II, no fue publicado hasta el
año 1973 por su marcado contenido
erótico, y es que los dibujos allí
inscritos no parecieron ser del gusto
más refinado de los primeros
egiptólogos, incluyendo al propio
Champollion. El papiro hace una breve
reseña de las licenciosas costumbres
de las que gustaba un Ramsés ya
entrado en años. Se describe cómo las
muchachas recién llegadas a palacio
hacían todo lo posible por hacerse con
los favores de su faraón. Así, se
presentaban ante él y tras un
estimulante strip-tease se acercaban a
su señor, abriendo los muslos y
mostrando todo aquello que el rey se
perdería si las llegara a rechazar.
Seguidamente, Ramsés, harto de tan
“insulso” desfile de modelos,
organizaba algo mucho más excitante
para su calenturienta cabeza: hacía
entrar en el gran salón del palacio
carros repletos de muchachitas en las
posturas más inverosímiles, gritando y
jadeando como auténticas bestias en
celo.
Pero si los antiguos egipcios estaban
sobrados en intenciones y
manifestaciones de un erotismo
patente, eran bastante recatados a la
hora de representar iconográficamente
este tipo de escenas si nos alejamos de
los papiros propiamente eróticos. De
esta manera, resulta bastante
complicado encontrar desnudos
integrales en la iconografía oficial
egipcia, si nos salimos de las escenas
tradicionales de bailarinas en las
tumbas tebanas.
(A partir de un artículo de Nacho
Ares)