Cada año aproximadamente 10 mil
contenedores caen al océano desde
barcos de carga. Si bien la mayoría de
sus contenidos se hunden en las
profundidades muchos otros
permanecen flotando y viajando
durante años. Curioso, no?
Esta es la historia de un cargamento de
29 mil patitos de goma cuya odisea
duró más de 12 años y trajo nuevas
luces al entendimiento de las
corrientes trans-oceánicas.
La travesía comenzó un 10 de Enero
del año 1992 cuando una tormenta
derribó varios containers de un mega
carguero internacional.
Inmediatamente el container se
quebró y más de 29 mil patitos y
algunas ranas y pájaros de goma
destinados a ocupar las bañeras de
nenes por todo Estados Unidos
terminaron a la deriva en el océano.
Así permanecerían durante más de 12
años viajando por el capricho de las
corrientes y separándose en distintas
“flotillas” que tomarían cursos
considerablemente distintos unas de
otras..
Sorprendentemente estos patitos han
sido de vital interés para los
oceanógrafos ya que permitieron
estudiar el flujo de las corrientes de
una manera muy innovadora. Varios de
estos juguetes terminaron en el ártico,
otros en Europa y una flotilla inmensa
llegó a bañar las costas de
Massachusetts, apareciendo durante
semanas en la prensa. Vista la utilidad
que brindaron, un nuevo campo de
estudio oceanográfico existe hoy en
día llamado “rubber duckie tracking”
en honor a los patitos.
La única diferencia es que estos
pequeños objetos arrojados están
provistos de un arsenal tecnológico
que va desde avanzados sensores GPS
hasta medidores termales.
De patitos a aviones.
Uno de los oceanógrafos más
interesados y, de hecho, uno de los
pocos especializados en el campo de
“analizar objetos a la deriva” es Curtis
Ebbesmeyer quien analizó más de 50
diferentes grupos de objetos a la
deriva. Entre ellos el más interesante
son las ruedas del primer vuelo
solitario en cruzar el Pacifico. Vuelo en
el cual, al llegar al Japón, el piloto
expulsó las ruedas utilizadas para
poder aminorar el peso y reducir el
consumo de combustible. Durante
años estas ruedas de goma
permanecieron viajando por el océano
e, increíblemente, reaparecieron en
Washington a unos pocos kilómetros
de donde el avión original había
partido.