Su verdadero nombre era Moira King
y había nacido en Dunfermline,
Escocia, en 1926. Comenzó sus
estudios de ballet a los seis años en
Rodesia y ya muy pronto tuvo sus
primeras enseñanzas de la maestra
inglesa Flora Fairbairm, la que acercó
a la vivaz muchachita hasta la
academia de los legendarios
hermanos Legat, emigrantes rusos de
San Petersburgo y responsables en
gran parte de la presencia de la gran
escuela rusa en la escuela inglesa de
ballet.
Especialmente Nicolas Legat y
Nadiezda Nikolaieva Legat se
ocuparon de Moira, vieron en ella el
talento y la mandaron a trabajar con
la gran Preobayjenska dentro de la
escuela del Sadler's Wells Ballet: esta
etapa fue decisiva en su estilo y en
su baile futuro. Desde allí, y muy
precozmente, entra en el
Internacional Ballet en 1941 como
cuerpo de baile y hace sus pequeños
primeros papeles, hasta que en 1944
hace su primer Lago de los cisnes y
desde entonces adquirió una fama
basada en su gracilidad, elegancia y
belleza.
Si alguna bailarina representa esa
elegancia de la escuela inglesa, ésa
fue la Shearer, lo que le facilitó su
salto al cine. En 1948 hizo junto a
Leonidas Massine Las zapatillas rojas,
película de Michael Powell y Emeric
Pressburger, probablemente el más
emblemático y clásico de los filmes
musicales de ballet y que en su
momento representó un hito en el
uso del color y las grandes cámaras,
además de acercar al gran público de
las salas de cine al arte del ballet.
Shearer en un principio rechazó el
papel, preocupada porque el
ambiente del cine la alejara de los
rigores de su carrera, y fue la
coreógrafa Ninette de Valois quien la
convenció. El éxito del filme hizo que
la compañía de Valois y Shearer
emprendiera grandes giras
continentales por Norteamérica y
Europa.
Antes, el coreógrafo Frederik Ashton
la convirtió en su musa, y creó para
ella el papel de la novia en The Quest
(1943); también encarnó el Amor en
Miracle in the gobals o la Mariposa
en The spider's banquet.
Cyril Beaumont y Arnold L. Haskell,
los grandes críticos ingleses de su
tiempo junto al fotógrafo Baron (que
le dedicó un álbum entero, mientras
el pintor y grabador Kay Ambrose la
dibujó en cientos de poses
exquisitas) y otras celebridades
diletantes de la tan característica
balletomanía londinense de entonces,
apadrinaron a la pelirroja de los ojos
de aguamarina (así la llamaban: una
porcelana que danza) cuando estrenó
Promenade; Ashton siguió creando
para ella, como lo hizo en Cinderella
y sobre todo el muy difícil y hoy
clásico de la escuela inglesa
Symphonic variations.
Al casarse con el mediático periodista
televisivo Ludovic Kennedy en 1950,
su vida cambió: se alejó un tanto del
ballet y tuvo cuatro hijos, lo que no
la excluyó de un exquisito parnaso en
el que estaban Fonteyn, Beryl Grey,
Pearl Argyle, Sally Gilmour o Pamela
May, entre otras.
Ya en 1946 era una de las reinas del
escenario de Covent Garden,
calificada como "el sueño de la
bailarina clásica por excelencia". Su
regreso al estrellato fue en 1954, en
una gran producción del Old Vic
Theatre de Sueño de una noche de
verano: su Titania hizo olvidar sus
ausencias. Y volvió al cine con Los
cuentos de Hoffmann y aún en 1987
apareció en escena una vez más
dentro de una producción de la BBC
en un papel teatral.
Otros papeles señeros de su carrera
fueron Los patinadores (Ashton
Meyerbeer), La bella durmiente, Las
sílfides o El espectro de la rosa; su
Coppelia fue reseñada como de las
mejores y más conseguidas en la
categoría exacta de la ballerina
soubrette.
Moira Shearer era una gran recitadora
de los clásicos, y lo hizo en muchas
giras donde declamaba y daba
conferencias; también lo hizo en la
radio, y tuvo una columna fija en The
Daily Telegraph. Su memoria, sin
embargo, estará asociada siempre a
la obra Las zapatillas rojas, al
sortilegio que haría danzar hasta
morir y a su delicada, gentil belleza