Hace mucho tiempo, cuando el
mundo era muy joven, el búfalo no
tenía joroba.
Al búfalo le gustaba correr por las
praderas por placer. Los zorros
corrían delante de él y avisaban a los
animales pequeños que su jefe, el
búfalo, venía.
Un día cuando el búfalo corría por las
praderas, se dirigió hacia donde
viven los pequeños pájaros que
anidan en el suelo. Los pájaros
avisaron al búfalo y a los zorros que
iban en la dirección donde tenían sus
nidos. Pero nadie, ni los zorros ni el
búfalo, les prestó atención. El búfalo,
corrió y pisoteó bajo sus pesadas
patas los nidos de los pájaros.
Incluso, cuando escuchó a los pájaros
llorando, siguió corriendo sin parar.
Nadie sabía que Nanabozho estaba
cerca. Pero Nanabozho se enteró de
la desgracia sucedida con los nidos
de los pájaros y sintió pena por ellos.
Corrió, se plantó delante del búfalo y
los zorros y los hizo parar. Con su
bastón golpeó fuertemente al búfalo
en los hombros. El búfalo, temiendo
recibir otro golpe, escondió la cabeza
entre sus hombros. Pero Nanabozho
solamente dijo:
-Tú, a partir hoy, siempre llevarás una
joroba sobre tus hombros. Y llevarás
la cabeza gacha por vergüenza. Y así
obtuvo el búfalo su joroba: por su
crueldad con los pájaros.
Los zorros, corrieron para escapar de
Nanabozho, escarbaron agujeros en el
suelo y se escondieron dentro. Pero
Nanabozho los encontró y les castigó:
-Por ser crueles con los pájaros,
siempre viviréis en el frío suelo.
Desde entonces, los zorros tienen sus
madrigueras en agujeros en el suelo,
y los búfalos tienen joroba.
Imagen: El rastro de búfalo (1867),
Albert Bierstadt (1830-1902)