Imagen tomada durante la expedición
de Scott y Amundsen
Uno de los pasajes más apasionantes
de la historia de los viajes de
exploración es el que protagonizaron
a principios del siglo XX el noruego
Roald Amundsen y el británico Robert
Falcon Scott. El primero logró llegar al
Polo Sur antes que nadie, conquista
que se produjo el 14 de diciembre de
1911, mientras que el británico
alcanzó la misma meta, junto a varios
compañeros de su expedición, el 17
de enero de 1912, un mes y pocos
días más tarde que su rival noruego.
Amundsen, además, regresó sano y
salvo, pero Scott murió durante el
trayecto de vuelta, a sólo 17
kilómetros de distancia de uno de los
depósitos de alimentos que había
establecido su expedición. Junto a él
perecieron Lawrence Oates, Edward
Wilson, Henry Bowers y Edgar Evans.
Estos tres últimos fueron hallados en
la tienda con Scott, pero Oates
desapareció para buscar la muerte
entre la nieve y el hielo con el fin de
no entorpecer las posibilidades de
supervivencia de sus compañeros.
Tanto el triunfo de Amundsen como
la tragedía de la expedición británica
generaron un debate que todavía se
mantiene actualmente, cuando nos
acercamos al centenario de la
conquista del Polo Sur.
Especialmente en Gran Bretaña y el
resto de Europa, la conmoción por la
muerte de los exploradores ingleses
duró décadas, y aunque al principio
imperó el respeto y admiración por la
figura de Scott, posteriormente
aumentaron las críticas por los
errores estratégicos que parecieron
conducir al “fracaso” de la
expedición. Como tal “fracaso” se
interpretó el hecho de que la
bandera británica no fuese la primera
en ondear en el Polo Sur, honor que
correspondió a Noruega. Pero aunque
el debate siga abierto casi un siglo
después, los documentos y libros que
tratan este tema no sólo son una
excelente lectura, sino también un
recurso que aclara muchas cosas.
Sin duda, Amundsen ganó la carrera
al Polo Sur, pero como él mismo
reconoció después, ése fue
meramente su objetivo. La expedición
de Scott también buscaba esa meta,
pero no era la única. Además existía
el propósito de explorar
científicamente la Antártida, algo que
se logró con creces durante las largas
temporadas que pasaron en las
tierras australes los diferentes grupos
de la expedición, con resultados que
justifican por sí solos el mérito de
aquellos hombres. Asimismo, los
diarios de Scott y toda la información
que se ha reunido en este siglo
atestiguan una visión y un
comportamiento humanista por parte
de todos los expedicionarios que
eclipsa el triunfo de Amundsen,
quien por otra parte no jugó limpio
al ocultar en los años precedentes su
objetivo de alcanzar el polo sur. En el
libro titulado La última gran
aventura, Max Jones se hace eco de
las revelaciones que permitieron
saber que Scott fue a visitar a
Amundsen antes de iniciar su viaje a
la Antártida y el noruego optó por
ausentarse de su casa para no tener
que contarle que él también
planeaba lo mismo.
Respecto a los logros científicos de la
expedición de Scott, el libro El peor
viaje del mundo, de Apsley Cherry-
Garrard es ilustrativo. En él Cherry-
Garrard cuenta con extraordinario
detalle las peripecias de la
expedición dirigida por Scott, y
especialmente la odisea que él mismo
vivió junto a Bowers y Wilson —que
posteriormente fallecerían junto a
Scott tras llegar al Polo Sur—, con
quienes emprendió la aventura de un
trayecto invernal, en plena noche
polar, hasta el cabo Crozier para
estudiar, por primera vez en la
historia, el pingüino emperador. El
sufrimiento y la abnegación de
Cherry-Garrard, Wilson y Bowers para
proteger un huevo de pingúino
durante el viaje de vuelta hasta el
campamento de Scott es uno de los
mejores ejemplos del carácter de
aquella expedición, que pese a
perder la carrera al Polo Sur supuso
un triunfo en otros muchos aspectos,
como el científico y el del
establecimiento de bases que
después sirvieron para expediciones
posteriores.