En el centenario de la muerte de
Alfred Redl, un oficial del ejército
austrohúngaro que dinamitó el
mundo de la inteligencia militar
pocas fechas antes del comienzo de la
Primera Guerra Mundial. La traición
cometida sobre su país siendo jefe de
su servicio de espionaje, al vender
información a las potencias
extranjeras, obligó a los países
europeos a sacudir sus redes de
agentes, razón por la que, excepto en
casos muy concretos, estos no
tuvieron demasiada presencia en la
citada guerra.
Durante buena parte de su vida
militar, Redl sirvió a su país en los
servicios de información. Hombre
astuto, inteligente y cínico, sentó las
bases del espionaje moderno. Con 19
años se graduó brillantemente en la
escuela de cadetes de Brno, por lo
que fue seleccionado para el
prestigioso curso de Estado Mayor a
pesar de haber estudiado la carrera
en una academia de escaso prestigio.
Su expediente le sirvió para pasar
destinado a la oficina de Ferrocarriles
del Ejército, puesto de suma
importancia, ya que en aquella época
los grandes movimientos de tropas se
hacían en ferrocarril. Redl consiguió
hacerse con el mapa de vías de los
rusos y al mismo tiempo tomó
contacto con el mundo de los espías,
en el que consiguió ascender
meteóricamente hasta alcanzar la
cima del servicio de información del
ejército austríaco.
El trabajo de Redl no pasó
desapercibido a los rusos, que
potenciaron sus propios servicios de
inteligencia, enviando a Viena a un
joven oficial que se hizo pasar por
turista para buscar vulnerabilidades
en el entramado de espías austríacos
y lo que encontró fue un auténtico
filón, al descubrir que el propio Redl
tenía relaciones homosexuales con un
joven militar. Sometido a un chantaje
que amenazaba con destruir su
prometedora carrera y hubiera dado
con sus huesos en la cárcel, Redl se
avino a colaborar con los rusos a los
que empezó a pasar documentos cada
vez más importantes, recibiendo a
cambio importantes sumas de dinero
que le permitían llevar la vida de un
pachá. Cuando la Primera Guerra
Mundial era inevitable, los enemigos
del imperio conocían perfectamente
el orden de batalla de los austríacos,
su disposición de fuerzas y los planos
de las fortificaciones principales.
Sus jefes nunca recelaron de él, a
pesar de que los agentes infiltrados
en Rusia eran sistemáticamente
desenmascarados. Hoy sabemos que
muchos de ellos eran captados por el
propio Redl con el único fin de
sacrificarlos. En 1909 estuvo a punto
de ser descubierto cuando el
agregado militar inglés en San
Petersburgo confió a su homólogo
austríaco que un oficial de su país
estaba entregando a los rusos
información altamente sensible. La fe
que sus jefes tenían puesta en Redl
era tal que la investigación le fue
confiada a él mismo, de modo que no
tuvo problemas en derivar las
responsabilidades hacia un oscuro
funcionario que había empezado a
desconfiar de él, aunque,
paradójicamente, tanta premiosidad
le valió un ascenso, con lo que tuvo
que abandonar la jefatura del servicio
de información.
Su desenmascaramiento tuvo los
tintes de una película de espías.
Como quiera que había perdido
contacto directo con los agentes
extranjeros, empezó a recibir dinero
mediante envíos postales, uno de los
cuales fue devuelto sin que pudiera
localizarse al remitente. Al abrir el
sobre, el sorprendido funcionario
encontró una importante cantidad de
dinero y una lista de direcciones. El
sobre fue entregado a Maximilian
Ronge, sucesor de Redl en el servicio
de información, el cual lo dejó en la
oficina de correos a modo de cebo,
después de enviar aviso para su
recogida al apartado postal al que
iba dirigido. Aunque tardó un mes,
Redl terminó personándose a
recogerlo en un momento en que
nadie del servicio de información
estaba presente. Sin embargo,
aunque dejó una identidad falsa,
olvidó un cortaplumas en el taxi que
fue rastreado hasta un hotel, donde
fue entregado en recepción. La
sorpresa de Ronge fue mayúscula
cuando descubrió que la persona que
vino a hacerse cargo del cortaplumas
era su antiguo jefe Alfred Redl.
Conocida la traición, el Alto Estado
Mayor austríaco ordenó tratar el
asunto con todo hermetismo. Redl
fue detenido en el propio hotel,
donde reconoció su culpa,
limitándose a confesar que durante
los últimos años había trabajado para
algunas potencias extranjeras sin
ningún tipo de cómplices en el
departamento. Tratando su falta
como un asunto de honor, Ronge le
hizo entrega de una pistola y una
bala y esa misma noche Redl se
suicidó de un disparo.
El Ministerio de la Guerra dio el
asunto por zanjado sin querer darle
ningún tipo de publicidad para no
tener que dar explicaciones sobre la
mala gestión del departamento de
inteligencia; sin embargo, cuando
fueron a registrar su domicilio cerca
de Praga tuvieron que avisar a un
cerrajero de la localidad. Era domingo
y el hombre tardó tanto en hacer su
trabajo que no pudo presentarse con
su equipo a jugar un partido de
fútbol, lo que causó gran enojo al
presidente del club, el cual le pidió
explicaciones. Cuando el cerrajero le
habló de un oscuro asunto de
homosexualidad, suicidio y espionaje
y el presidente, que a la vez era
periodista, leyó en la prensa la
muerte de Redl, no tardó en atar
cabos y publicó un artículo
demoledor que hizo estremecer los
cimientos del servicio de espionaje
del país. Una vez hecho público el
asunto y conforme la policía iba
progresando en sus investigaciones,
se fueron dando cuenta de la
importante magnitud de la
información revelada por Redl, lo que
se tradujo en una larga cadena de
dimisiones y una reestructuración
profunda del servicio de información,
lo cual, con la guerra a punto de
empezar, privó al imperio de tan
importante servicio en el momento
más delicado.
La autopsia del cadáver de Redl
reveló que padecía sífilis en estado
terminal, sin embargo nunca
sabremos si él mismo era consciente
de este punto. Tampoco conoceremos
en toda su extensión la magnitud de
los secretos que reveló con el país a
punto de entrar en guerra, aunque su
doble juego revolucionó el sistema de
inteligencia que se reestructuró para
que no pudiera volver a darse la
figura de lo que en ese apasionante
mundo se conocía como "los lobos
solitarios".
Fuente:
www.el-sextante-del-comandante.es