Pina Bausch, nombre artístico de
Philippine Bausch (Solingen, 27 de
julio de 1940 - Wuppertal, 30 de
junio de 2009), fue una bailarina,
coreógrafa y profesora de danza
alemana, y una de las grandes figuras
de la danza internacional
contemporánea.
Sus espectáculos han pasado por
París, Madrid, Río de Janeiro, Nueva
York , Tokio…
Recibió el premio Goethe en 2008.
Falleció repentinamente de cáncer, a
los 68 años, el 30 de junio de 2009
Tras formarse con Jurt Jooss en
Alemania y pasar una temporada en
la Juilliard School de Nueva York,
vuelve a su país y comienza a
trabajar en el hoy mítico Tanztheater
de Wuppertal, que dirige desde 1973.
Allí, muy pronto se convertirá en la
creadora de ese rico y
extremadamente complejo territorio
que se ha denominado Teatro-Danza.
Observadora nata desde niña, actúa
impulsada por un afán de contar lo
que sucede a su alrededor y, para
ello, como otros artistas de diferentes
campos, comienza por rechazar el
concepto de “cuerpo ideal” para
mostrar una realidad heterogénea en
la que el movimiento adquiere un
enorme poder trasgresor.
De su mano y del trabajo de sus
bailarines han surgido piezas tan
emblemáticas como Ifigenia en
Táuride, Café Müller, Arien, 1980,
Kontakthofy muchas otras, tan
discutidas como admiradas en todo el
mundo.
Del mismo modo, su carácter
trashumante y su enorme curiosidad
por las diferentes formas de vida la
han llevado, desde los años 80, a
realizar distintas “residencias” en
algunas de las grandes capitales del
mundo actual. Tras una estancia de
dos meses con todos sus bailarines
en la ciudad elegida, siempre surge
un nuevo espectáculo que no tiene
por qué estar directamente
relacionado con la ciudad pero que,
sin duda, sale a la luz empapado de
todas sus esencias. Roma, Palermo,
Madrid, Lisboa, Estambul o Hong
Kong han sido algunas de sus sedes.
Todas sus obras han sido realizadas
casi siempre con la ayuda de más de
veinte bailarines y bailarinas, de
diferentes razas y países, que,
siguiendo el peculiar método de
trabajo de la directora, se implican
con sus propios miedos, sus propios
deseos, sus complejos y, en suma,
con su propia vulnerabilidad. Esto
lleva a la utilización de toda la
gestualidad del comportamiento
cotidiano, tanto en lo íntimo como en
lo social; un aluvión de gestos físicos
y emocionales que la sabia mano de
la Bausch recicla y reintegra en
composiciones llenas de originalidad,
de ternura, de irónica crueldad y,
sobre todo, de un vivo humanismo
que la sigue manteniendo entre las
grandes creadoras del arte actual.
Etre sus temas más recurrentes se
encuentra el deseo de las personas
de ser amadas: “Todo lo que hacemos
para que nos quieran”.
Sus obras se valen de unos
estereotipos del comportamiento
humano que la artista plantea en
forma de preguntas cuyas respuestas
quedan siempre abiertas a las mil
interpretaciones de los espectadores
Como ella misma afirma, “todos somos
distintos. Seguro que hay muchos
niveles posibles de ser mujer y
muchos de ser hombre así como
muchos ámbitos en los que ambos se
unen, pero siempre he atendido
mucho más a la persona”.
No cabe duda, sin embargo, de que
ese poner en el centro a la persona,
sin apriorismos de ningún tipo, esa
posibilidad que le ha dado a los
bailarines y bailarinas para que
muestren -de forma artística,
naturalmente, mas no por ello con
menos sinceridad-, sus sentimientos,
sus experiencias, sus crisis y sus
problemas de relación con los y las
demás, constituye una enorme
aportación a este camino fatigoso y
lleno de obstáculos que debe
llevarnos hacia la igualdad (que no
hacia la homologación) de la sociedad
contemporánea.