De todos es sabido el esfuerzo diario
de las mujeres por mantener sus
hogares en orden y a salvo. Una
curiosa muestra de ello es lo
sucedido en 1440 en la ciudad bávara
de Weinsberg cuando se encontraba
sitiada por las tropas de emperador
Conrado III (1093-1152). La ciudad
ofrecía una resistencia desmedida
que se prolongaba ya demasiado
tiempo, motivo por el cual se llegó
incluso dejar a la ciudad sin
suministro de agua desviando el
curso de un rio. Los sitiados
intentaron proseguir la defensa de la
ciudad, pero llegó un momento en
que las reservas de agua se acabaron
y no quedaba otra salida que
negociar una salida honrosa al
conflicto, por tal motivo acordaron
rendirse a los sitiadores si eran
tratados de forma benevolente.
Conrado III accedió a dicha petición y
prometió respetar la vida de las
mujeres de la ciudad, permitiendo
que marcharan con todo aquello que
pudieran llevar consigo.
Al día siguiente la sorpresa fue
mayúscula cuando las tropas
sitiadoras vieron abrirse las puertas
de la ciudad y un largo cortejo de
mujeres empezó a desfilar ante sus
ojos, pero no iban cargadas de
alguna silla, ropas o cacerolas, cada
una de ellas llevaba a sus espaldas a
su marido, a su padre o a su hijo que
eran por descontado sus posesiones
más valoradas y las que pretendían
salvar de la segura venganza de los
sitiadores para con los varones de la
ciudad que con su resistencia tantos
quebraderos de cabeza les había
procurado.
El emperador Conrado III quedó tan
sorprendido por tal muestra de afecto
y lucha por la vida que decidió
perdonar la vida a todos los
habitantes de la ciudad.