29/11/13

SUBASTA DE MUJERES

Hoy en día la legislación sobre las
separaciones y divorcios está más que
estipulada y regulada pero en la
Inglaterra del siglo XVIII y XIX era un
lujo que sólo los ricos y poderosos se
podían permitir. Cuando un
matrimonio de gente humilde se
rompía o simplemente eran infelices,
sólo había dos soluciones: aguantar y
hacer de tripas corazón o vender a la
esposa.
Esta costumbre británica no tenía
ninguna base legal, incluso a partir
de mediados del siglo XIX comenzó a
perseguirse, pero como la actitud de
las autoridades era equívoca se
practicaba (entre 1780 y 1850
quedaron registradas las ventas de
más de 300 esposas, que no significa
que fueran las únicas).
Esta costumbre llevaba aparejado un
ritual: el marido sólo tenía que traer
a su esposa a la plaza del mercado
con una soga alrededor del cuello, el
brazo o la cintura. El marido
intentaba colocar a su esposa
vendiendo sus virtudes y ocultando
sus defectos, y tras una subasta
pública se adjudicaba el mejor postor
entregándole un documento como
prueba de propiedad.
No se han registrado casos de
ninguna esposa que hubiese sido
subastada más de una vez por
distintos maridos, pero sí algunos en
los que el marido tuvo que volver a la
plaza porque en su primera subasta
no encontró pujadores. Respecto a
los precios, variaban mucho y en
muchas ocasiones además del dinero
se añadía a la puja algún barril de
cerveza.
Lo que está claro es que muchas
mujeres que tuvieron que pasar por
este mezquino y miserable trance
ganaron con el cambio: dejaban atrás
un matrimonio roto y a un marido
que las había vendido.