Anciano y con graves problemas de
salud, durante el efímero reinado de
José Bonaparte, Goya compró una
quinta a orillas del Manzanares, con
la intención de convertirla en su
hogar definitivo. Hacia 1820 empezó a
decorar las paredes principales de la
casa, conocida después como la
"Quinta del Sordo", con las pinturas
murales que reciben el nombre de
"pinturas negras", tanto por su gama
de color, reducida casi al blanco, al
negro y determinados tonos castaños
o dorados verdosos, como por su
negra significación de pesimismo
sombrío.
La interpretación en detalle presenta
aún muchos puntos oscuros, pero la
idea general de la maldad del
mundo, la crueldad ciega y de la
inútil esperanza, parecen
suficientemente explícitas. Quizás de
todas estas visiones atormentadoras,
la más terrible sea la pintura que
lleva por título Saturno devorando a
un hijo. El mito, como es bien sabido,
alude al Tiempo devorador de sus
propias criaturas. El Goya anciano,
atormentado por su visión desolada
del mundo, sintió con dolorosa
intensidad el absurdo paso del
tiempo que le abocaba a la muerte.
Este lienzo es, pues, una de sus
visiones más crueles y uno de los
puntos de partida del expresionismo
moderno. De ahí el que pueda
calificarse a Goya de un expresionista
avant la lettre. Todas las pinturas de
la casa (en la que Goya apenas
habitó, pues en 1823, al marchar a
Francia, la regaló a su nieto) fueron
adquiridas en 1873 por el barón
belga Émile d'Erlanger, que las hizo
pasar a lienzo y las regaló al Prado en
1881.