El célebre robo del Tren Postal de
Londres, que durante muchos años
fue tenido por el asalto más atrevido,
eficiente e ingenioso del siglo, fue
planeado y ejecutado a la perfección
por un equipo que implicó a más de
veinte personas. Pese a que la
celebridad por este golpe ha ido a
recaer en la figura de Ronald Biggs a
causa de las circunstancias que
rodearon su vida con posterioridad, lo
cierto es que el gran cerebro del robo
sería Bruce Reynolds, quien no sólo
tuvo la idea originalmente sino que
además se encargó de diseñar las
partes más complejas del plan.
Biggs y Reynolds se reencontraron en
Londres. Por aquellos días, a
comienzos de la década de 1.950 y
tras haber pasado en prisión algún
tiempo por delitos menores, Biggs
parecía haberse reinsentado en la
sociedad. Vivía en Surrey, donde
había montado una carpintería, se
había casado y esperaba su primer
hijo. De hecho, realizaba aquel viaje
a la capital que iba a transformar por
completo su vida para informar a su
padre de que iba a ser abuelo. Sin
embargo, se topó con Reynolds.
Ambos habían compartido presidio en
la cárcel de Woormwood Scrubb,
donde se habían conocido y trabado
cierta camaradería, de modo que
decidieron tomar unas copas para
celebrar aquel reencuentro fortuito.
El vapor de la cerveza aligeró la
lengua de Reynolds, quien decidió
sincerarse con Biggs acerca del gran
proyecto que tenía en mente: Asaltar
el Tren Correo de Londres.
Ciertamente, era una buena idea.
Durante su estancia en el penal de
Lewes (Sussex), Ronald Biggs había
compartido celda con un ex empleado
de correos que le había contado que
estos trenes solían transportar
enormes cantidades de dinero y sin
vigilancia. Una confidencia de celda
más, de esas que se hacen para
matar el tiempo y la que no había
que dar mayor importancia. No
obstante, cuando Reynolds le planteó
la idea, Biggs pensó que sería
factible.
Pasados tres años, Reynolds viajó a
Surrey para reencontrarse con Biggs.
No había podido dejar de pensar en
el asalto al tren. De hecho, tenía un
plan perfecto, calibrado hasta el más
mínimo detalle. Incluso había
conseguido reclutar a tres
compinches: Búster Edwards, Jim
White y Roger Cordrey. El problema es
que necesitaba de alguien con las
dotes de mando y los contactos de
Biggs para poder llevarlo a efecto, de
modo que le ofreció dirigir las
operaciones. Y Ronald Biggs aceptó.
Tras buscar al resto del personal
necesario para ejecutar el elaborado
plan de Reynolds, que de realizarse
bien no exigiría el más mínimo uso
de la violencia, se localizó una base
de operaciones. El encargado de ello
fue John Weather, quien llevó todas
las tareas de intendencia dado su
aspecto agradable y diplomático
(trabajaba en una escuela pública).
Así, unos días antes del golpe, todo
el equipo se instaló en la granja
Leatherslade, cercana al lugar fijado
en el proyecto de Reynolds. Todo
debía ocurrir en la madrugada del 8
de agosto pues durante el día 5 los
bancos, desdeGlasgow a Londres,
cerraban ejercicio, vaciaban sus cajas
fuertes, y el tren debería ir
atiborrado del dinero en efectivo que
se iría cargando a lo largo del
recorrido. Y, en efecto, un informante
destacado por Goody en Glasgow
telefoneó a la granja con un mensaje
rotundo: El tren había salido de
Escocia con más de cien sacas de
dinero en su interior. Así, a las 00:15
h. del día fijado, un grupo compuesto
por quince hombres, todos ellos
vestidos de soldados (el lugar se
encontraba cerca del aeródromo
militar de Haughton y los lugareños
estaban acostumbrados a ese tipo de
tráfico), partió de Leatherslade en dos
furgonetas y un camión. A la 01:15 h.
se encontraba ya en el lugar de la
emboscada, sobre el puente Bridego,
a unos 65 kilómetros de Londres.
Este tipo de trenes, por obvias
razones, suele caracterizarse por su
puntualidad y aquel día no fue una
excepción. En efecto, a las 03:15 h.
Roger Cordrey, apostado a algunos
kilómetros del puente, sobre el
semáforo, informó al equipo de la
llegada del convoy. Acto seguido,
tapó la luz verde y accionó la luz roja
con una batería portátil. De tal modo,
y según lo previsto, el tren frenó
súbitamente para detenerse sobre la
misma señal unos minutos después.
Llegó el momento de la acción.
Ante lo inusual de aquella parada, el
ayudante bajó de la máquina para
ver qué estaba sucediendo. En ese
momento, Tom Wisbey y Robert Welch
saltarón sobre él y le ataron de pies y
manos. Charles Wilson, por su parte,
irrumpió en la locomotora. El
maquinista -Jack Mills- ofreció
resistencia y fue golpeado sin
contemplaciones por los intrusos, que
no tardaron en reducirle (Mills sufrió
heridas graves en la cabeza y fue
retirado con posterioridad del
servicio).
Al mismo tiempo, Búster Edwards y
Roy James desenganchaban el vagón
del dinero del resto del tren. Apenas
diez minutos después, el quinteto
obligaba al atemorizado y aturdido
maquinista a conducir el vehículo
hasta el puente Bridego, donde
esperaba el camión. Visto y no visto,
los hombres que les recibieron en el
puente trasladaron las 120 sacas del
vagón correo y todos desaparecieron.
Golpe perfecto y sin imprevistos.
Tranquilamente, ya en la granja, se
contó el dinero. El monto total
ascendía a 2.631.784 libras esterlinas
en billetes pequeños. Lo que a día de
hoy serían unos 40 millones de
libras. Una cantidad muy alta para
un atraco, pero que en 1.963
resultaba absolutamente escandalosa.
El problema resultó ser que la policía
se mostró terriblemente efectiva y
que un botín tan grande no resulta
fácil de ocultar. Se ofreció una fuerte
recompensa por los atracadores,
tanto que se llegaron a recibir hasta
3.500 llamadas diarias denunciando
a personas y conductas sospechosas.
Por otra parte, y si bien la ejecución
del robo fue perfecta, los atracadores
dejaron algunas pistas en la granja
que fueron perfectamente
interpretadas por el encargado de la
investigación, Jack Slipper. De este
modo, en apenas dos meses, todos
habían sido detenidos y, poco
después, condenados a penas que
oscilaron entre los 18 y los 30 años
de prisión, dado que no había que
lamentar muerte alguna.
Sin embargo, Ronald Biggs se fugó de
la prisión de Wandsworth en 1.965,
convirtiéndose con ello en el
delincuente británico más buscado y
célebre desde los tiempos de Jack el
Destripador. Tras hacerse la cirugía
estética en París, se instaló en
Australia. En 1.974 fue localizado en
Rio de Janeiro pero no pudo ser
extraditado. Pese a todo, en 2.005,
con los 72 años recién cumplidos,
Biggs, muy enfermo, decidió
entregarse a la justicia británica
argumentando que antes de morir
quería volver a tomarse una cerveza
frente al Canal de la Mancha.
Se le encarceló en Belmarsh...
Fuente:vagud.es